¿Alguna vez os ha dado pena terminar un libro? No me refiero a que os de pena el final del libro, si no a que os de pena que el libro se acabe. Ocurre cuando te lo pasas bien leyendo el libro, cuando estás tan sumergido en su universo, que no quieres volver a la realidad y ver como cada vez quedan menos páginas para llegar a la contraportada te rompe el corazón.
Ese es el ejemplo más común de cuando disfrutas más el viaje que el destino. Te lees ese libro porque te gusta lo que te cuenta, no porque necesites saber como va a acabar.
Eso ocurre no solo con los libros, también ocurre en la vida real, cuando estás disfrutando de la conducción y tomas el camino más largo para llegar a casa. No quieres dejar el coche, y sin embargo el usarlo te está llevando al lugar donde te tendrás que bajar de él.
En España tenemos un ejemplo icónico de esta sensación, el camino de Santiago. Este empieza en muchos lugares, pero siempre termina en Santiago de Compostela. La gente lo recorre andando, en bicicleta e incluso algunos a caballo, pero no lo hacen para ver Santiago, si no para disfrutar del camino. Si quisieran ver la bella ciudad de Santiago simplemente tendrían que coger un tren o un avión y estarían allí en pocas horas. Lo importante de ese viaje es el camino, no el destino. Los paisajes que ves, la gente que conoces, los distintos pueblos por los que pasas… Llegar a Santiago es lo de menos.
Todos estos ejemplos, ilustran la filosofía de que es más importante disfrutar del camino que llegar al destino, y esto no solo se aplica a viajes o libros, es muy aplicable para la vida.
Uno, cuando es joven se plantea una meta, pongamos por caso conseguir un título. El objetivo está claro, es tener el diploma en las manos para poder ponerlo en tu currículum y poder acceder a determinados puestos de trabajo, sin embargo, el camino es lo importante. En primer lugar aprender, adquirir los conocimientos que te inculcan en clases. Esto es algo obvio, pero mucho menos obvio e igual de importante es crecer como persona. Conseguir una disciplina de trabajo, aprender a relacionarte con tus profesores, o con compañeros que no te caen del todo bien; conocer a los amigos de los que te acordaras toda la vida… Todo esto y mil cosas más se adquieren durante el camino.
Es importante no perderlo de vista. Lo que adquieres durante el camino te marca. Cuando llegas a tu meta y la alcances, habrás conseguido mucho más que simplemente un título, o quizás lo que aprendas durante el camino te lleve a reflexionar sobre el lugar al que te diriges y quieras cambiar de meta. Todo está en tus manos, pero debes saber valorarlo.
Pero hay algo más. Cuando llegues a tu meta ¿Qué harás después? En esta vida es imposible quedarse inmóvil. Es imprescindible marcarse una nueva meta, pero ¿Cuál? Esa es la gran pregunta, y para responderla necesitaras el respaldo de lo que has aprendido durante el camino. Si no has prestado atención a lo que has ido aprendiendo te encontraras perdido y sin saber que hacer. Y elegir una meta es muy importante. No te puedes guiar por la pereza, porque suele haber opciones fáciles y cómodas, y otras difíciles. Lo importante a la hora de elegirlas, no es solo pensar en si te compensa lo que habrás conseguido al alcanzar tu meta, si no también pensar en el camino que te llevará a ella. Si el camino es fácil, no tendrás problemas y llegaras a tu objetivo perfectamente, pero no habrás aprendido nada. Si el camino es difícil, tendrás que luchar y ponerte a prueba, y te conocerás a ti mismo. Puede que de tan difícil que sea el camino no alcances tu objetivo, pero como mínimo habrás aprendido algo.
En definitiva, el camino es tan importante como el objetivo, y entre dos objetivos, es mejor escoger siempre el difícil, porque te va a enseñar mucho más que el fácil. Si tienes alguna duda, ya sabes que camino tomar, el que te suponga un reto.
Silvestre Santé