Esas camisetas sin mangas que conocemos como imperio, en inglés popular se llaman wife-beater, apaliza-esposas o golpea-mujeres: nombre perfecto, porque muchos de esos tipos que matan a sus parejas en España aparecen vistiéndolas cuando los detienen.
El cine, que divulga los géneros de vida de los guetos norteamericanos, las ha puesto de moda para exhibir por las calles como única prenda sobre el torso de algunos hombres, imitadores de esos lumpen.
Y que provoca el rechazo de otra gente, por el hedor de fluidos corporales que expande, y por la prevención intuitiva que se siente ante quien la lleva, quizás porque pasearse así se asocia al carácter violento.
Hay quien no reflexiona sobre estos mensajes, como el rey Abdullah de Jordania, que anda estos días por Europa con tales camisetas: quizás no sepa que sigue una deplorable moda nacida entre lo peor de el Bronx, Harlem o Watts.
Clark Gable asustó hace medio siglo al aparecer en una película con una wife-beater, pero la hermosa señorita que lo vio se desmayó por la testosterona que emanaba, aunque quizás fuera a causa de las transpiraciones del macho; quienes imitan ahora la escena pretenden demostrar igual capacidad como duros sementales.
No debería extrañarles que los rechacen en algunos lugares públicos, especialmente los cerrados: hay quien no sobreviviría ni cinco minutos entre los terribles almizcles de estos reproductores incontrolados, unidos a los fermentos de sus zapatillas deportivas, y a su posible propensión a la violencia.