Carola Chávez.
Hasta hace poco, los comerciales de televisión de ciertas empresas venezolanas hacian lo que hacen los comerciales: mostrar a familias fabulosas, todos catires, todos felices, con sonrisas Pepsodent, que ahora, creo, que se llaman P&G, untando tal producto pegostosamente, compartiendo tal bebida que los conducirá a una diabetes segura, aunque, claro, esto eso sale en la cuña, porque así no se venden las cosas y los comerciales están hechos para vender.
De un día para otro, las cuñas de estas empresas dejaron de vendernos grasa tapa arterias derritiéndose sobre una arepa prefabricada que habrías de pasar con jugo sintético que revuelve una moderna mamá. De repente, dejaron de vendernos maquillaje, cremas, “para mujeres bellas como tú”. No, las cuñas cambiaron.
Ahora, según veo, esas empresas no son empresas sino una especie de utopías alcanzadas con alegres trabajadores abrazados a los gerentes, contándonos de “una gran familia”, a la cual deben agradecer, por ejemplo, que, después de sopotocientos años de trabajo a sueldo mínimo en el area de almacenes, la señora fulana pudiera ver a su hijo graduarse de abogado en una universidad pública. Y es que las empresas tal o cual, aman al país, no se han ido, se quedan porque creen en país, en su gente bella, que no era tan bella para protagonizar sus cuñas hasta hoy.
Somos buenos y no nos dejan, nos dicen los dueños con la voz de sus empleados. Somos buenos, queremos llevar la comida a su mesa pero no nos alcanza el dinero, así que mejor la llevamos a las mesas en Miami, España , Colombia, Aruba… donde sea que podamos venderla en dólares, a tantísimas veces el precio que los obligan a verdérselas a ustedes aquí. Somos buenos, usted no nos vio mandando a nuestros trabajadores a remarcar, los precios de la mercancía, un día sí y el otro también. No nos vió especular vendiéndole a cualquiera que fuera la tasa paralela, nuestros productos importados con dólares Cadivi, usted no nos vio…
Como por contagio, ahora, se suman a esta conmovedora estrategia conglomerados empresariales que también nos aman, que aman al país del que no solo desvían los productos sino sus millonarias ganancias que terminan casi siempre Miami o Panamá.
Carísimas campañas que queriendo decir “Yo no fuí”, terminan diciendo que ellos saben que sabemos.