Revista Libros
W.G. Sebald (1944 - 2001) murió en un estupido accidente de tráfico justo en el momento en el que su obra comenzaba a ser reconocida internacionalmente. El escritor alemán se habia situado ya como una de las figuras clave de la literatura europea actual y como uno de los más audaces renovadores de la novela tradicional. Destacó primero como autor de ensayos literarios antes de dar un tardío salto a la ficción. Tras su muerte se recuperaron algunos textos inconclusos que formaban parte de un proyecto sobre sus viajes a Córcega junto con diferentes ensayos breves sobre la literatura y la guerra de diferentes épocas. El volumen titulado Campo Santo une los dos géneros cultivados por Sebald y dejan constancia de la sobresaliente calidad y coherencia de su obra.
Los cuatro relatos breves recogidos en Campo Santo forman parte de un viejo proyecto del autor, un libro de viajes sobre la isla de Córcega, del mismo modo que Los Anillos de Saturno lo era sobre el sur de Inglaterra. Sebald utiliza la isla mediterranea para dar continuidad a su obsesión por recuperar el pasado y rescatarlo del olvido perpétuo. El escritor alemán nos habla de muerte, decadencia, tradición, del peso del pasado y de sus demonios personales que se pasean por museos, casas antiguas (Pequeña excursión a Ajaccio), bosques (Los Alpes en el Mar) y el cementerio al que alude el título del libro.
A continuación un breve fragmento del relato que título al libro:
"Los muertos siguen estando a nuestro alrededor, pero a veces creo que quizá desaparezcan pronto. Ahora que hemos llegado al punto en el que el número de los que viven en la tierra se ha duplicado en el curso de sólo treinta años, y se triplicará de nuevo en la proxima generación, no tenemos, que temer ya a la población, antes superior, de los muertos. Su importancia disminuye visiblemente. No se puede hablar ya de recuerdo eterno y veneración de nuestros ancestros. Muy al contrario, los muertos deben ser apartados ahora tan rápida y concienzundamente como se pueda. Quien no ha pensado en una ceremonia en el crematorio, cuando se introduce el ataúd en el horno sobre la cureña, que la forma de despedirnos de los difuntos se caracteriza por una mezquindad y una prisa mal disimuladas. También el espacio que se concede a los muertos se hace cada vez más pequeño y con frecuencia, cuando han pasado unos años apenas, se los despide. ¿Dónde se depositan entonces los restos mortales, cómo se eliminan? Evidentemente, la presión es grande, incluso aquí en nuestro país. ¡Y cómo debe ser en las ciudades que inexorablemente avanzan hacia los treinta millones! ¿Adónde van los muertos de Buenos Aires y San Pablo, de Mexico DF y El Cairo, de Tokio, Shanghai y Bombay? Sin duda son los menos los que encuentran una tumba nueva. ¿Y quien se acuerda de ellos, quien se acuerda en absoluto? Recordar, conservar y preservar, escribió Pierre Bertaux sobre la mutación de la humanidad hace ya treinta años, era importante sólo en la época en que la densidad de población era escasa, los objetos que fabricábamos raros y había espacio en abundancia. No se podía renuncia entonces a nadie, ni siquiera cuando estaba muerto. En cambio, en las que sociedades urbanas de finales del siglo XX, en las que, de una hora a otra, todo el mundo es reemplazable y en realidad ya superfluo desde su nacimiento, lo que importa es arrojar continaumente lastre por la borda, olvidar sin descanso todo lo que se podría recordar: la juventud, la infancia, el origen, nuestros progenitores y antepasados. Durante algún tiempo existirá el sitio recientemente introducido en interter "Memorial Grove", en el que se puede inhumar y visitar electrónicamente a los que nos son especialmente próximos. Sin embargo, luego también ese virtual cimetery se disolverá en el éter, y el pasado entero se disipará en una masa informe, indistinta y muda. Y al dejar un presente sin memoria y ante un futuro que no podrá concebir ya la razón de nadie, abandonaremos la vida por fin sin sentir la necesidad de permanecer al menos algún tiempo o de poder volver de visita ocasionalmente"
Campo Santo, de W. G. SebaldLa tumba del W.G. Sebald