Este es el primer libro de Juan Goytisolo y el primer cuaderno de viaje que leo. Campos de Níjar se publicó en 1959 y su autor nos relata su viaje por las que entonces eran las tierras más desheredadas del sur de España. No puedo opinar sobre esto, ni en esa época, puesto que no había nacido, ni en la actualidad, ya que nunca he estado en Almería.
Por eso quiero dejar claro desde el principio que las impresiones sobre esta tierra que voy a incluir en la reseña son las del propio Juan Goytisolo y no las mías. Dicho esto, tengo que reconocer que, en contra de lo que pensaba en un primer momento, el libro no sólo me ha seducido y me ha atrapado, sino que me ha encantado. Se lee en un suspiro y con un lenguaje limpio, directo y ágil, te traslada a la aridez de los paisajes de Almería y a la desesperanza de sus gentes.Sin embargo, esta aridez y esta desesperanza en ningún momento están vistas como signo de inferioridad o motivo de burla, sino como una denuncia tajante y una dura crítica del atraso, el subdesarrollo y la pobreza de esos campos olvidados de Almería. Por eso mismo, este testimonio en primera persona de Juan Goytisolo fue silenciado por el franquismo y esta obra no se recuperó hasta la llegada de la democracia. A lo largo de sus 139 páginas, Goytisolo nos relata su viaje por Almería: Níjar, Carboneras, San José, la Sierra de Gata, Rodalquilar, Escuyos, Las Negras, Agua Amarga... La Almería más profunda, la más pobre, la más desfavorecida. La Almería marrón, amarilla, ocre, en la que el sol juzga sin piedad a los hombres y a la tierra. Una tierra árida, seca, dura, imposible de trabajar. Una tierra y unos hombres que se ahogan por falta no sólo de agua, sino también de ayuda.
Una Almería que el autor resume en tres palabras: barberías, moscas y niños. Unos niños que juegan en la calle desnudos, harapientos, sucios y hambrientos. Pero ajenos a la pobreza, la desgracia y el sufrimiento de sus mayores. Porque los adultos sí son conscientes de la situación en la que viven. Por eso sueñan con marcharse lejos, a Francia, a América y, sobre todo, a Cataluña. Cuando Goytisolo les cuenta que es catalán casi no le creen, le ven como un marciano, como alguien llegado de un planeta superior. Pero esa distancia a simple vista infranqueable se acorta siempre de la misma manera: ofreciéndoles un cigarro. Y así empiezan las conversaciones agradables y distendidas, en las que los habitantes de esas tierras preguntan una y otra vez al autor si conoce a tal o a cual. Porque todos tienen familiares, vecinos, amigos y conocidos que ahora viven y trabajan en Cataluña, lugar al que todos ven como una especie de Paraíso o de El Dorado. Aun así, aunque quieran escapar, huir, alejarse de Almería para vivir en un lugar mejor, están orgullosos de su tierra, de sus orígenes y, sobre todo, de sus gentes. Allí todos se conocen. Para lo bueno y para lo malo. Para ayudarse y apoyarse, pero también para criticarse y enfrentarse. Aunque siempre hay gente a la que no se quieren enfrentar, como el alcalde o las maestras. Personas a las que consideran superiores y mejores porque tienen cultura. Y lo mismo les ocurre con el propio Goytisolo. Cuando le oyen hablar francés con unos turistas, creen que no puede ser catalán. No conciben que un español como ellos pueda tener cultura, saber idiomas ni, mucho menos, como en este caso, vivir en París. Porque relacionan España con su tierra. Con lo único que conocen. Por eso no entienden y se muestran incrédulos. Porque para esa gente la cultura es patrimonio exclusivo de los extranjeros. Un francés hablando diez idiomas sorprende menos que un español chapurreando francés. Por eso le obligan a enseñarle el pasaporte. Y al final se resignan con ese hombre que, para ellos, es un español de París. De la misma forma que se resigna Goytisolo. No importa que no le entiendan o no le crean. No importa que lo vean siempre, todos, en todos los sitios, como un forastero. Él no pertenece a esas tierras y por eso son incapaces de comprender por qué ha elegido Almería para pasar sus diez días de vacaciones. Él tampoco lo entiende. Pero le da igual. Se siente atraído por esa tierra que, aunque parece África, es España. Los campos de Níjar le hacen sentir. Y eso es lo único que importa.