"No sé si podré currar de aquí a dos años". Así de mal me lo pinta un buen amigo que trabaja en el sector turístico. Le animo a tener ilusión, que en nada habrá una vacuna y tal. Mentí. Estos días he recorrido playas y avenidas marítimas huérfanas de movimiento: Hoteles, apartamentos y restaurantes cerrados, pequeñas empresas malviviendo del consumidor local y centros comerciales vacíos. De campos de golf, parques acuáticos y flotas de guaguas no hablamos, ni del rejonazo que experimentarán los ingresos tributarios.
El Día Internacional del Turismo, instituido hace cuarenta años por Naciones Unidas, nos recordaba recientemente que es el oficio de una de cada diez personas en el planeta. Un año atrás, en Canarias sacábamos pecho diciendo que un 87 por ciento del empleo está ligado a una actividad que aporta casi el 70 por ciento de nuestro Producto Interior Bruto en términos indirectos.
Pero el turismo sufrió un cero energético durante demasiadas semanas de 2020. En tiempos de coronavirus no nos visitó nadie. La dramática caída del 22 por ciento del PIB estatal el segundo semestre del año se dispara al 36 en este Archipiélago atlántico, donde vivimos ajenos a la debacle que se avecina.
Aquí se ha desprestigiado y apaleado a lo largo de medio siglo a la misma vaca que estábamos ordeñando: Le afeamos que esquilme nuestro limitado territorio o que muchos clientes sean hooligans de kétchup y hamburguesa, y nos indignan el todo incluido, el lo w cost y el pastón que gana el turoperador, pero los cambios en el modelo productivo han sido escasos, mero maquillaje. Hoy no hay solución más allá de seguir quemando dinero público en los ERTE.
España y Canarias no han actuado con decisión sobre su sector económico fundamental, ni hace veinte años, ni ahora. Hubo un anuncio hueco en junio del que, ya en octubre, no hemos visto ni un mísero esquema. Mientras, Bruselas aprobó en abril las estrategias propuestas por Francia, Polonia y Dinamarca. Al borde de la temporada alta en las Islas, no se han afianzado los prometidos corredores seguros, ni hay garantía de test a la entrada y salida. Es más, los principales mercados emisores llevan meses cuestionando la fiabilidad del destino Canarias ante la inacción de quienes deberían ensalzarlo.
Las medidas de reflote podrían financiarse con cargo al Mecanismo para la Recuperación y la Resiliencia, buena parte de los 140.000 millones de euros que nos tocan en el presupuesto de la Unión Europea, ligados a proyectos concretos hasta 2027. Peor: España no gastó 35.000 millones del marco 2014-2020, que pueden usarse hasta 2023. Es ilógico tener semejante pastón sin invertir, y que no se haya escrito ni una línea ante las urgentes necesidades del sector que emplea, de una u otra manera, a ocho de cada diez canarios.
Nos iremos al paro, en efecto, los próximos dos años, salvo que emprendamos por fin una estrategia que prime la sostenibilidad y autoabastecimiento de una región europea que tiene el mejor clima del mundo y un sistema fiscal favorable y diferenciado. Lo mismo así se entiende de una vez por todas que Canarias no sólo da plátanos, y cada vez menos.