Confieso sin pudor que no me gustan las lapas, ni los burgados, ni las jareas y que soy más de cherry coke que de clipper de fresa, a pesar de su reciente triunfo en el campeonato mundial de refrescos, pero también te digo que me puedo comer de un tirón un paquete familiar de Munchitos (y sin enyugarme).
Admito que no sé bailar la Isa, que no tengo traje de mago, que no voy a las romerías y que, desde que me volví un pureta, ni siquiera me disfrazo en los Carnavales (pero sigo siendo de los Bambones).
Tampoco me avergüenzo al revelar que no he leído a Galdós (crucifíquenme si eso), pero tengo todas las novelas de Mariano Gambín y Alexis Ravelo; que nunca le encontré la gracia a En clave de Já, pero todavía me echo unas risas con los personajes de Calero y me parto con las ocurrencias de Abubukaka.
Ni siquiera tengo reparo en reconocer que nunca desayuno leche con gofio, pero mil veces merendé plátanos escachados con galletas o un bocata de chocolate La Candelaria o de chorrizo perro, que lo primero que hago todos los días al despertar es tomar un café del Caracol, que me vuelvo loco por un queso majorero con pimentón y que después de pegarme una jartada digo: "Yooos, me supo".
Sí, también soy de los que aspira las s, de los que nunca han pronunciado bien las z, de los que deliberadamente hablan en diminutivo y de los que cuando saludan por la calle dicen: ¿Qué pasó mi niño?, de los que cuando alguien le responde con una genialidad exclama: "Ños mano, te la mandaste", y que, en vez de muchacho, digo "chacho" o, en el colmo del reduccionismo, incluso a veces digo "chá", pero nunca, y bajo ningún concepto, digo: "muyayo".
Aunque no me sé de memoria el listado de menceyes guanches, y jamás he enarbolado la bandera tricolor con las sietes estrellas verdes, brindo las veces que haga falta con un gomerón o ron miel y soy de los que cuando estoy fuera de las Islas y escucho el sonido de un timple se me eriza la piel.
Desconozco muchos rincones de la geografía del Archipiélago, pero reconozco a la legua la calidez de su gente. En vez de negro como un tizón, cuando cojo sol me pongo rojo como un tomate, cual guiri de Todo Incluido, y no tengo estilazo cuando camino por las piedras de un playa de callaos, pero lejos de sentirme aislado, necesito estar rodeado de mar lo mismo que respirar. Además, los veranos de mi infancia los recuerdo desafiando al melanoma con la espalda pelada y llena de salitre, rodando por las dunas de Corralejo y Maspalomas, encroquetándome con la arena de Las Teresitas y tirándome de bomba en las piscinas de Bajamar.
No, nunca he ido a Los Indianos, ni a la Bajada de La Palma o de El Hierro, ni a la Fiesta de La Rama en Agaete, ni tampoco he ido a Candelaria caminando, pero me encanta echarme una Dorada en los bares de la plaza de la Basílica, unas papas con costillas en Casa Tomás o un perrito en Casa Peter.
Poco soy de símbolos y los fanatismos los reservo solo para mi patria chica que es mi familia, por eso aunque estoy plenamente orgulloso de mi canariedad y hago gala de ella cada vez que encuentro la más mínima oportunidad, no luzco colgantes con pintaderas ni llevo tatuado en el bíceps el retrato de la Virgen morenita.
Eso sí, de manera compulsiva, saco fotos al Teide... al amanecer y al atardecer; desde el Valle de Ucanca, desde La Laguna, el Sur o desde La Gomera; de frente, de cerca, de lejos o desde el avión; flanqueado por nubes negras o de color rosa, envuelto en la bruma o desdibujado por la calima y este inventario de imágenes que nunca me canso de mirar lo asocio siempre a momentos felices.
P.D: A pesar de las extrañas circunstancias en las que hoy celebramos el Día de Canarias, espero que sea una fecha feliz para todos los canarios, tanto para los que hemos nacido en esta hermosa tierra como para los que, aunque no lo llevan en el ADN, guardan a las Islas en un lugar destacado su corazón.
Fotos: José R. Hernández