Revista Opinión

Cancheras y desfachatadas

Publicado el 20 marzo 2010 por Marpa411

Pasaron la barrera de los 70 (o están a metros)  y un día se levantaron de la cama y dijeron: ¡Me importa un bledo todo! Total, ¿si no loCancheras y desfachatadas hago ahora cuándo lo voy a hacer?
Cada vez son más y se animan a todo. El desparpajo es tal que por donde  estén no pasan desapercibidas. Hablan fuerte, preguntan lo que se les da la gana, se visten con lo primero que ven -si es que todavía cuentan con buena vista-. Y van por la vida olvidando lo que es el ridículo.

1) Desfachatadas en el bondi

Jueves por la tarde en el 152.

El colectivo, como de costumbre, estaba repleto. Mientras escuchaba música, amenizando mi traslado hacia al microcentro -juré no descender a los sofocantes vagones subterráneos por largo tiempo-, pensaba en las condiciones del viajero. En como nos acostumbramos al maltrato. Lo incorporamos de una manera extraña, prolija y tan bien. Pagamos un boleto para transpirar baldes de sudor, pisarnos, agitarnos, caernos. Mirarnos mal. Odiarnos un poco. Un verdadero y práctico viaje hacia el interior de la intolerancia. Y desde luego que lo tengo que soportar como todos, porque no me queda otra que aguantar el amargo trago.

-¡Pero que viejo de mierda, mirá como aprovecha para tocarle el culo a esa pendeja! -atónita observo la calidad de precisión de apoyo que ejecuta el geronte a la inocente niña.
-¿Me acerco y le aviso? -pienso

De repente noto que el viejo captó mi intención y me clava una mirada, que con gran poder telepático y gestual me trasmite: Decís algo y sos la siguiente.
Así que decidí quedarme en el molde. Y en un punto está bien, porque cada uno tiene que vivir sus experiencias..
Pasan cinco minutos del cruce de miradas, y escucho una voz aguda y cascada que me perfora el tímpano.

-Estherrrrrr, fijate si está libre por allá -le dice una vieja a la otra, como si estuviese en el living de su casa.
-No, está todo ocupado. ¡Nadie va a ceder el asiento! -responde la otra.
Acto seguido. Una de ellas se instala a centímetros de mi humanidad. Una colonia fuerte y penetrante comienza a sentirse entre los más cercanos. Una mínima náusea, pero manejable intenta brotar de mí. Pero pasa rápido.
Noto que necesita hablar, y me mira, pero atino a mirar rápido por la ventana, anulando toda posibilidad de intercambio trivial. Pero en segundos encuentra su presa. Y sí, son rápidas. Los años no vienen solos.

- Ay que lindo bebé. ¿Es tuyo?
- Sí
- ¿Cuánto tiempo tiene?

Cancheras y desfachatadas

- Un mes
- Que chiquito. Y ¿para dónde vas?
- Al pediatra. Es la primer salida.
- ¿Vivís lejos?
- No, en Belgrano
- Ah que bien. ¿Y vas lejos?
- No. A Barrio Norte
-Ah…

El interrogatorio sigue hasta que la madre primeriza se baja del bondi.

Por un lado me pregunto cómo se las arreglan para encontrar interlocutores que desnudan su vida a cualquiera. Y, por el otro, si el ingreso a la tercera edad nos convierte en seres humanos sin filtro. ¿Será ese uno de los beneficios?


2) Desfachatada en el consultorio

-Señoritaaaaa, me ayuda que tengo que bajar el escalón y tengo miedo de caerme -lanza la vieja mirándome.
-Sí, claro señora. Apóyese en mi brazo.
-Tesorito gracias. Perdoname querida, pero a veces tengo miedo de caerme. Además estoy preocupada porque vengo de un hospital y una médica residente me asustó. Me dijo que la próxima vez, cuando me tenga que dar el diagnóstico,  vaya con mi hijo. Porque hace unos años tuve una operación, me curé, pero ahora cuando me hice el último control me encontraron algo. Por lo menos esta chica…

¡Dios mío! -pensé-  Lo que me faltaba. Un loro disfrazado de mujer de 80 años, excedida de peso, con una inmensa camisa floreada, anteojos casi tan grandes como su cara. Pintada como una puerta, con el contorno de sus labios marcados a presión.

…Además vos viste como son los residentes. Ven algo y te asustan. Yo estoy acostumbrada a otro trato. No tienen tacto. Me mandó a hacerme un montón de estudios. Y por eso vine acá. Este lugar es confiable y justo recién le conté mi problema a una doctora y me dijo que la esperara para hablar sobre el tema. Que no me preocupara…

(Pienso en la mala decisión que tuvo esta doctora)

…Disculpame que no te pregunté como te llamabas.¡Pero podés creer esto que me pasa a esta edad! Encima estudié medicina y sé mucho, eso es lo peor. Saber y no poder hacer nada. Pero esta chica me confundió. Igual no soy médica, soy locutora, pero hice programas de salud. Seguro que vos no me viste porque sos muy jovencita…

Y bueno, así fue durante 20 tortuosos minutos. Un monólogo desfiltrado, sin hueco disponible para mencionar mi nombre. Lo que se dice, un verdadero acto libre y autopermitido que les da la edad.
Me pregunto cuántas boludeces por minuto hablaré en esos años. Por suerte falta mucho. Un alivio para las nuevas generaciones.

3) Canchera en las pistas

Ella no es como el resto de su generación, pero cuenta con el mismo desparpajo que le da el aburrimiento en esa etapa de la vida. Salvo que algunas son más perversas que otras y buscan presas de tortura, para hacer terapia y exorcizarse con la primera víctima que encuentren en el camino. Pero por suerte están las otras, que se divierten y piensan en los otros.
Ruth, toca los 70 y también las bandejas. Sin duda una privilegiada y audaz mujer que por suerte solo martiriza a su nieto cuando lo busca en las discotecas.
En los cumples, con sus amigos, en su casa, pero por gracia divina sus energías parlantes están dirigidas a él. Lo interesante de Ruth es que por momentos se olvida de la edad, de los vulnerables años y al mejor estilo Cocoon se revitaliza en las pistas, bajo las luces de neón y las esferas espejadas. Electrifica su vida y la de los demás. Ama el techno, el house, el punchipunchi, calzarse un buen jogging, una llamativa campera y unas inconfundibles gafas raycharleanas.

¡Ruth, por qué estás tan lejos!

Y si no me crees, mirá el set de la nona alegre, la nota en la BBC y su  site: Mamy Rock

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