«La nueva novela del premio Nobel de Literatura: un canto al independentismo emocional y el relato sobrecogedor de su infancia como niño de la guerra»
«No voy a hacer un relato cronológico. Los recuerdos son aburridos y los niños no saben de cronología», escribe Le Clézio. «Para ellos, los días se suman a los días, no para construir una historia sino para agrandarse, llenar el espacio, multiplicarse, fracturarse, retumbar». Con esta declaración de intenciones arranca Canción de infancia, un recital en dos tiempos que más que una autobiografía es una geografía emocional. A través de dos cuentos unidos entre sí por la mirada del niño que fue, el premio Nobel de literatura habla de la pertenencia, el amor a la tierra y el descubrimiento del mundo a través de la mirada de un niño.
Este canto al pasado discurre en distintos momentos hilvanados por las reflexiones del autor en la actualidad que invitan a reflexionar sobre la identidad territorial, los nacionalismos y el paso del tiempo. Y este va desde unos de sus primeros recuerdos como niño de la guerra —la explosión de una bomba en el jardín de su casa en Niza le abrió de manera precoz los ojos al mundo y despertó para siempre su conciencia—, al paisaje de la Bretaña idílica de su infancia. Un canto que reivindica el “independentismo emocional”.
Le Clézio recupera en este evocador lienzo un mundo perdido que vibra al calor de las cosechas estivales, las fiestas y tradiciones o los hermosos campos de trigo frente al océano. Un recorrido hacia la madurez, pero sobre todo una mirada lúcida sobre los cambios sociopolíticos en un territorio único, la progresiva desaparición de su economía
tradicional y la orgullosa dignidad de un pueblo que, pese a todo, se aferra a sus raíces.
La primera parte del libro nos conduce al legendario litoral del Finisterre francés donde el escritor, de origen bretón, pasó los meses de verano entre 1948 y 1954. Movido por un profundo amor por su tierra, con su naturaleza magnífica y el arrullo de la lengua bretona como telón de fondo, comparte la magia antigua de la que fue testigo. Un país ajeno
al paso del tiempo por el que discurren personajes que parecen sacados de un cuento: pescadores, niños pobres o paisanos se convierten en héroes anónimos de otro siglo que dibuja desde una perspectiva inocente. Hay trigales, caminos encajonados, taludes, casas de piedra bosques y ríos, artes de pesca, bombas de agua y otros artilugios
desaparecidos, suelos de tierra, tejados de caña y también un castillo, una marquesa, primos lejanos, leyendas y juegos, inocencia y belleza. Un paraíso donde era posible domesticar escarabajos o dejarse acariciar los pies por un pulpo, recoger espigas o saborear el mar.
Cuando Le Clézio regresa al pueblo de su infancia, Sainte-Marine, siente que su memoria ha desaparecido: un puente gigantesco cruza el Odet, el viejo ferry ya no está, las carreteras están salpicadas de pintura blanca, y las rotondas, los
carteles y los bolardos han cambiado el paisaje. Pero su memoria amplifica y magnifica aquellos momentos vividos entre tierra y mar, en un país de sueños donde todavía había peatones y no hacían falta los candados. Este nuevo mundo, surgido de todas las revoluciones de la segunda mitad del siglo XX, despiertan de algún modo la reprobación del autor. Ya sea por la desaparición de la pesca, la desfiguración de la costa o la destrucción del paisaje. Pero de fondo queda el asombro y la emoción de la mirada de un niño ante el ímpetu de las olas y la fuerza del paisaje que desentrañan, como si fuera un tesoro escondido, los misterios del país de su memoria.
En la segunda parte del libro, más breve —El niño y la guerra—, Le Clézio retrocede en el tiempo a los años vividos por el autor cuando era niño en el interior de Niza, ocupada por las tropas italiana. De esos primeros años de refugio junto a su familia surten recuerdos más vagos. Sin embargo, Le Clézio conserva una cierta distancia frente al mecanismo de la memoria y recompone ese álbum con sensaciones. La más vívida, el hambre —«El hambre a la que me refiero la sentí en la primera infancia, durante la guerra. Es de lo único que me acuerdo. No era un hueco sino un vacío, en el centro de mi cuerpo, todo el rato, a cada instante, un vacío que nada puede colmar, que nada puede saciar »— pero también el miedo o el descubrimiento de la violencia.
Bajo esa realidad oscura palpitan también otros latidos. Uno, cálido e ingenuo, que suaviza el miedo, la incertidumbre o la ausencia del padre, representado en las figuras de su madre o su abuela, entrelazado con otras historias nada épicas, como la muerte de Mario, el luchador de la resistencia italiano muerto por su propio artefacto explosivo y del que solo se encuentra un mechón de cabello rojo o las moscas. Hay clandestinidad, detenciones, deportaciones. Y también generosidad y solidaridad.
En este cuento hay una profunda reflexión también sobre la emigración, la identidad o los daños colaterales de los conflictos: «Las mujeres y los niños son elementos colaterales de la guerra, se los contabiliza, se enumeran sus heridas y sus muertes como podría hacerse con las pérdidas de ganado, con la destrucción de edificios, con los saqueos, con las reservas de oro o de provisiones de alimentos. No son víctimas, son ‘daños’. Nunca serán héroes.»
Le Clézio comparte en su relato el dolor y la violencia bajo la imperante realidad de que la guerra es lo peor que le puede pasar a un niño. «Si no hubiese habido guerra, si yo no hubiese pasado hambre (de comida, de amor y de calor), ese verano no habría existido. Se habría confundido con las demás estaciones, con los veranos que llegaron luego, con la vida en África, las tormentas, el sol agresivo y las noches ruidosas, o bien con el verano en Bretaña, la libertad de las trochas, la landa y el océano.»
«La memoria es un tejido frágil que se rompe y se contamina con facilidad. No me fío de los libros de recuerdos.»
[Pág. 128]
Lee y disfruta de un fragmento de la novela.
El autor:
Jean-Marie Gustave Le Clézio nació en 1940 en Niza. Es uno de los novelistas más celebrados y leídos de Francia, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2008. Originario de una familia de Bretaña emigrada a la isla Mauricio en el siglo XVII, Le Clézio realizó sus estudios en Niza y se doctoró en letras por el Collège Littéraire Universitaire. Ya consagrado con su primera novela, El atestado (1963), galardonada con el Premio Renaudot, pero incómodo en la vida cultural parisiense y ajeno a las modas literarias, Le Clézio llevó una existencia nómada entre África del Norte, Asia y América hasta recalar, en 1970, en México. Allí fijó su residencia hasta 1992, año en que se trasladó a Albuquerque, Nuevo México, donde hasta hoy trabaja como profesor de literatura francesa.
Es autor de más de treinta novelas, entre las que destacan El diluvio (1966), La guerra (1970), Mondo y otras historias (1978), Desierto (1980), ganadora del Gran Premio Paul Morand de Literatura de la Academia Francesa, El buscador de oro (1985), Viaje a Rodrigues (1986), Printemps et autres saisons (1989), Onitsha (1991), Étoile errante (1992), Pawana (1992), La cuarentena (1995), El pez dorado (1997), La música del hambre (2008) y Bitna bajo el cielo de Seúl (Lumen, 2019). Canción de infancia es su última novela.
El libro:
Canción de infancia (título original: Chanson bretonne, suivi de L’Enfant et la Guerre, deux contes, 2020) ha sido publicado por la Editorial Lumen en su Colección Narrativa. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego. Encuadernado en rústica con solapas, tiene 160 páginas.
Cómpralo a través de este enlace con Casa del Libro.
Como complemento pongo un vídeo en francés en el que J. M. G. Le Clézio habla de su libro Chanson bretonne, suivi de L’Enfant et la Guerre.
Para saber más:
J. M. G. Le Clézio en Wikipedia.