Revista Cultura y Ocio
Leí una vez que las ideologías nunca resisten la distancia corta, que en cuanto se las escucha de cerca se constata su fragilidad, lo desmontables que son. Los ideólogos vendrían a ser charlatanes de feria, embaucadores, gente de poco fiar a las que se les da bien hablar y con las que se mantiene una relación entusiasta si no se expone uno a su presencia. Una vez los conocemos, la ilusión se viene abajo. Están así las cosas, están las ideologías idealizadas, se las vende como si fuese un objeto de consumo, incluso un objeto de consumo sofisticado, de buen acabado. Uno es de izquierdas o de derechas, cristiano o ateo, librepensador o nihilista al modo en que es cliente de un gimnasio o bebe gintonics en el pub de moda de su barrio. Eso contrae la certidumbre de que podemos ir de una ideología a otro igual que podemos cambiar de marca de gafas. La política, que es el brazo armado de las ideologías, es la que pierde en todos estos juegos del ocio capitalista. Todo se ha mercantilizado, a todo se le ha colocado una etiqueta con un precio. El propio gobierno es una extensión (a veces poco fiable) del mercado. Deja uno de ser ciudadano y pasa a ser consumidor. Se pueden consumir las ideologías también. De hecho mueven un cantidad más que respetable de dividendos. Hay países enteros que son un parque temático, una especie de franquicia absoluta. Los políticos son agentes de campo, comerciales con una cartera de clientes a los que convencer de la bondad del producto. España es un producto presentable. Unas veces más presentable que otras. Días en los que España es muy presentable incluso, pero abundan los días de la infamia, los días de todos esas estadísticas sobre lo pobres que somos y lo raquíticos que son los sueldos. Creo que no somos buenos clientes. Y el negociado de ventas está intentando que todo vuelva a marchar. Que los escaparates estén resplandecientes y las ventas se disparen. A esa buena noticia la sucederán otras y acabaremos cerrando ejercicios económicos con cifras espléndidas. Seremos felices todos o unos serán más felices que otros. Siempre habrá una ideología que alivie a los desfavorecidos. A veces son los favorecidos los que las escriben, quienes eligen qué bandera la representará o qué eslogan irá por las calles como si fuese un himno. Además siempre es posible hacer que una ideología vire sobre sí misma y adquiera una musculatura social totalmente nueva. Que empiece en un ángulo de la política y mute a otro sin que se aprecie en ningún momento la mudanza. Es posible que no experimente transformación alguna por muchos años que pasen. Es lo que se llaman ideas fijas, maneras de ver el mundo que desoyen al mundo mismo. De cada uno de estas extremidades teóricas hay ejemplos como para llenar tardes enteras de conversación en una terraza. Ahora me voy a una, pero voy a hablar de fútbol o de metafísica o de amor puro o de las canciones que cantaba Billie Holiday cuando ya tenía el alma rota. Yo creo que siempre la tuvo. Todo esto son impresiones volátiles. Cosas que uno escribe después de una siesta reparadora. Ahora me voy a las calles.