He puesto la radio y de repente ha empezado a sonar esa canción que tantas veces he escuchado en el pasado pero que hacía tiempo que no la había vuelto a escuchar. Mis labios han empezado a moverse y mi voz a alzarse y para cuándo me he dado cuenta, estaba cantando a pleno pulmón. Me la sabía de principio a fin, nada había cambiado, ni siquiera los sentimientos que despertaron nada más escuchar la primera nota. Estaba llena de recuerdos, de momentos del pasado, de historias infinitas que quizá yo era la única que entendía. Mi canción, la que me hizo latir, la que me devolvía la sonrisa en los peores días y me inspiraba a escribir cuando me faltaba inspiración. La que escuchaba cuando iba por la calle y con la que me montaba mi propia película pensando que estaba dentro de un videoclip en el que yo, era la protagonista.
Esa canción que ahora me pregunto porqué había estado tanto tiempo sin dejar que acariciarse mis oídos, pero que a partir de aquel instante volvería a escucharla hasta desgastarla.
Y es que hay canciones que por mucho que el tiempo avance, nunca envejecen, que siguen sonando igual o incluso mejor que la primera vez que se te metió en la cabeza, y encima ahora guardaba entre sus líneas una infinidad de recuerdos que la hacía más mágica.
Hay canciones
que dejan huella
que marcan como nadie
y se tatúan en tu memoria.
Hay canciones
que no se van nunca
y por mucho que el tiempo
se empeñe en que se olviden
al final terminan siendo
las que más se recuerdan.
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