Canelo
30 septiembre 2013 por Naima Tavarishka
En el pueblo no se ponen de acuerdo respecto a su edad, pero en lo que sí coinciden es en que al menos debe tener ya 15 años. Tampoco saben a ciencia cierta qué día apareció por las terrazas de los bares para quedarse y convertirse casi desde el primer momento en un personaje más de la avenida del Gran Poder. Simplemente, en una ocasión, comenzó a rondar la zona, sin molestar a nadie, con su buena dosis de pachorra que ya hoy no es otra cosa que el reflejo de su anciana edad. Desde entonces todos lo conocen en Bajamar.
A Canelo, que a saber si alguna vez tuvo un nombre que no hiciera referencia al color de su pelo, lo respetan hasta los más pequeños. De hecho, todas las mañanas sube hasta la parada de guaguas y acompaña a los niños hasta que llega el micro que los lleva al colegio. Luego regresa a las terrazas donde pasa tumbado gran parte del día.
Canelo me recuerda la historia que contó hace unos días en este blog Evasinmás, la de Fido, el perrito italiano que acompañaba a su dueño todos los días a la estación en la que un vehículo lo llevaba a su trabajo en una fábrica cercana. Después, al término de su jornada, regresaba a buscarlo para volver a casa. Por desgracia, un bombardeo en la II Guerra Mundial acabó con la vida del hombre al que Fido habría jurado fidelidad eterna si hubiera sabido hablar, pero como los perros no articulan palabra lo demostró con sus actos. Así, durante 14 años, Fido siguió haciendo el mismo recorrido todos los días esperando encontrar algún día a su amo.
No sé si Canelo tuvo alguna vez una familia que lo quisiera, pero creo no equivocarme si afirmo que no la necesita: tiene a todo Bajamar para cuidarlo, quererlo, darle de comer, preocuparse si no está a su hora donde acostumbra… A Canelo lo veneran, doy fe. Tanto, que incluso en aquellas zonas donde no está permitido el paso la excepción se hace con él.
Quise fotografiarlo hace unos días y resultó esquivo. Ni siquiera los que lo conocen de tantos años y que lo ven a diario lograron que posara unos segundos sin aguantarle la cabecita. Está ya viejo y deduzco que lo único que quiere es que lo dejen en paz. Capté su mensaje y decidí seguirlo unos metros atrás en uno de sus cortos paseos.
Temo el día en que falte; la naturaleza no le dará mucho más tiempo. Por eso sería maravilloso que antes de ese instante los vecinos le hicieran algún tipo de homenaje, como el que tuvo Fido en vida. Creo que se lo merece.