En Canfranc, en el valle de la Jacetania, en el Pirineo de Huesca, hubo espías aliados y alemanes, miembros de la Gestapo y soplones para la Francia de Vichy y aprovechados de toda clase. Había bares, llenos de humo de cigarrillos y miradas furtivas, donde la gente se reunía en busca de información o pasaportes falsos para cruzar la frontera mientras huían de la opresión en la Europa ocupada.
Contado así, Canfranc era como la Casablanca de la película de Michael Curtiz, protagonizada por Humprey Bogart e Ingrid Bergman, pero enclavada entre montañas.
Durante la Segunda Guerra Mundial este pequeño pueblo oscense y su estación de ferrocarril fue un punto de cruce estratégico para los productos entre España y Alemania: alimentos, wolframio (tungsteno), acero, sin olvidar las 86 toneladas de oro alemán que pasaron por Canfranc entre 1942 y 1943. Este último hecho fue descubierto en el año 2000.
Al igual que en la película Casablanca, en Canfranc el "granuja" del Rick's Cafe (que aquí era La Fonda de Marraco) fue Albert Le Lay, el jefe de aduanas francés, que de manera encubierta coló en España a cientos de judíos que huían del régimen nazi del lado norte de la frontera. Entre los huidos se encontraban artistas como Max Ernst y Marc Chagall o la cantante y bailarina Josephine Baker, que estaba casada con un judío francés, que avisó a la prensa para que nadie se atreviera a detenerla frente a los periodistas. Genio y figura.
Todo un personaje, Le Lay es un tipo fascinante debido a las múltiples redes que tejió y su capacidad para ponerse en contacto con cualquiera sin importarle su nacionalidad o sus intereses políticos o personales. Sus redes estaban formadas por izquierdistas, monárquicos y hasta falangistas; españoles y franceses.
Le Lay llegó a Canfranc en 1940, cuando aún no había nazis en la población. Cuando llegaron allí burló a la Gestapo una y otra vez. Aunque estuvo a punto de ser detenido en más de una ocasión siempre terminaba escapándose de sus garras. Continuó en la resistencia y cuando terminó la guerra se retiró a San Juan de Luz. Nunca hablo sobre sus hazañas y le pidió a su familia que permanecieran igualmente callados.
Por el nudo ferroviario de Canfranc pasó de todo, pero el material más destacable fue el Tungsteno, entonces conocido como Wolframio, un producto fundamental para endurecer el acero que necesitaban los alemanes para blindar sus magníficos panzers, a cambio España recibió 12 toneladas de oro. Del Wolframio se benefició mucha gente, desde especuladores a simples lugareños, tanto de los alemanes como de los aliados que compraban todo el que podían para que no lo hicieron sus enemigos.
La gran estación de Canfranc, mandada construir por el Rey Alfonso XIII en 1928, divide la población de apenas 500 habitantes en dos. Media estación, a partir del hall principal, sería territorio francés y la otra mitad el español. En 1970 pasó el último tren con destino a Francia.
Se están revisando diversos proyectos para que la estación vuelva a tener su antiguo esplendor y que quizá vuelva a ser utilizada para el transito internacional de trenes. Lo que ahora es un caparazón lleno de escombros se convertirá en hoteles, restaurantes, casas e incluso en un museo ferroviario. Mientras es visitada por más de 40.000 personas al año.
Recorrer la estación solo se puede hacer con visitas guiadas a través de la oficina de Turismo de Canfranc-Estación, que se encuentra en el Ayuntamiento (974373141) o a través de su web. Tambien se ofrece una interesante ruta a través de la linea de búnkers "P", próximos a la localidad, construidos entre 1944 y 1959, ante la posibilidad de una invasión de España desde Francia que nunca se llegó a producir.
Para conocer mucho mejor la historia de la estación internacional de Canfranc recomiendo ver los documentales "El Rey de Canfranc", "Juego de Espías" y "La Dama Olvidada"
Para saber más:
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