Revista Cultura y Ocio

Canonización de la Madre Laura

Publicado el 17 mayo 2013 por Concha
Canonización de la Madre Laura
La canonización de la Madre Laura (1874-1949), anunciada por el Vaticano el pasado 11 de febrero y la cual tendrá lugar en Roma el próximo 12 de mayo, ha despertado el interés de los católicos en la fundadora de la Congregación de las Hermanas Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, quienes ansían recorrer el lugar en donde nació y donde tuvo impacto su obra.

Aunque su comunidad y el trabajo que realiza con las poblaciones indígenas se han expandido en el continente, la vida de la primera colombiana en ser designada Santa transcurrió primordialmente en su natal departamento de Antioquia, lo que ha ubicado en el radar de los viajeros internacionales a esta región del noroeste del país.

Los operadores turísticos preparan desde un recorrido con los pasos seguidos por la misionera. Incluyendo la casa donde nació, convertida hoy en un museo, la pila en que fue bautizada y el templo en Medellín o la capital antioqueña, donde reposan sus restos mortales.

Aprovechamos esta oportunidad para contarles un poco más y conocer a la Madre Laura:


La Madre Laura será la primera de su país en subir a los altares gracias a una vida ejemplar, entregada a los demás, a la orden misionera que fundó y a los milagros que sus devotos aseguran que hizo a lo largo de su vida, uno de los cuales certificó la Iglesia Católica.
María Laura de Jesús nació en 1874 en un hogar conformado por un médico y comerciante, Juan de la Cruz Montoya, y un ama de casa, que tenían otros dos retoños. La economía familiar se derrumbó tras el asesinato del padre, cuando la pequeña Laura sólo contaba dos años de edad. A partir de entonces comenzó una peregrinación por las casas de sus abuelos maternos y algunas tías paternas, incluso por un hogar de huérfanos, a los que le envió su madre para garantizarle la alimentación que ella no le podía proveer.

A los 16 años, dadas sus cualidades, su progenitora la mandó prepararse para ser maestra y poder sostener a sus dos hermanos. Estudió en la Escuela Normal de Institutrices de Medellín con una beca y la ayuda de una tía que la hospedaba a cambio de cuidar un manicomio. Inició entonces lo que sería uno de los pilares fundamentales de su vida, la docencia, que ya no abandonaría jamás.

Educó a niñas en los mejores colegios de la capital antioqueña, pasó después por distintos centros educativos de la región, en donde dejó impronta de sus profundas creencias religiosas, algo que en ocasiones la enfrentó con autoridades locales. Con su trabajo consiguió salvar a su familia de la miseria, pero sabía que sus pasos debía dirigirlos en otra dirección desde que escuchó una potente voz interior cuando solo tenía siete años.

"¡Fui como herida por un rayo, yo no sé decir más! Aquél rayo fue un conocimiento de Dios y de sus grandezas, tan hondo, tan magnífico, tan amoroso, que hoy después de tanto estudiar y aprender, no sé más de Dios que lo que supe entonces", recordaría en su extensa Autobiografía.


Su misión evangelizadora
Al rozar los 40, ya era reconocida tanto por la calidad de su magisterio como por su liderazgo, entrega y bondad. Y fue en ese tiempo cuando descubrió que estaba llamada a conducir por los caminos de Dios a los indígenas embera-katíos, que habitaban en condiciones paupérrimas las profundas selvas de la Cordillera Occidental.
Partió en 1914 a su encuentro desde Dabeiba -localidad antioqueña donde había vivido una época-, acompañada de otras cinco mujeres y con la bendición del obispo. Aquella incursión fue el germen de las Hermanas Misioneras de María Inmaculada y de Santa Catalina de Siena, conocidas popularmente como las Lauritas, la congregación religiosa que creó. Hoy día tienen presencia en diversas regiones apartadas de Colombia donde hay comunidades indias, así como en veintiún países de tres continentes, entre los que están Congo y Angola.

Combinó la labor apostólica de las hermanas con los indios, a los que también ayudaban a poner en marcha proyectos empresariales pequeños para que pudieran mejorar su situación, con la enseñanza, un legado que continúa en localidades como Dabeiba, donde regentan un colegio que ofrece educación de calidad a niños de escasos recursos.

El milagro que permitió su canonización fue la recuperación del médico Carlos Eduardo Restrepo, acaecida en 2005. Ante la Santa Sede testificó que padecía una rara enfermedad desde los 12 años, que le había dañado de forma severa el riñón, los músculos y el esófago. Sólo después de encomendarse a la monja, que ya había sido beatificada por el Papa Juan Pablo II para ese momento, desapareció por completo el mal sin que los galenos que le atendían pudieran explicarlo de manera científica.

Lo que su espíritu conseguía para otros, no lo logró para ella misma, que soportó los últimos 20 años de su vida una dolorosa enfermedad que le confinó a una silla de ruedas.

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