Es probable que en los años veinte, en que parece fue tomada la fotografía, la gente fuera más feliz y disfrutara más los pequeños detalles; las modas, como sucede ahora, suponían un uniforme muelle en damas y caballeros, todos con la cabeza cubierta. El canotier (o gondolero, sombrero originalmente utilizado por estos profesionales) se vendió mucho en aquellos años, como ahora la gorra que tantas veces nos luce el señorito Rivera, que protege especialmente la nuca, muy sensible en las noches de discoteca. Tal vez la diferencia entre ambas costumbres esté en que el sombrero representaba una tendencia de moda, mientras que las viseras implican, en cierto modo, un carácter gregario, de grupo o clase social, generalmente inconformista con alguna clase de la sociedad, posiblemente esa que ahora el Sr. Iglesias denomina “trama”. Uno, demasiado chapado a la antigua, prefiere el antiguo canotier, del que se ven escasos ejemplares hoy en día, y que resultó tan pasajero como inofensivo. La diferencia siempre es enriquecedora, algo que no sucede con la clase, que implica necesariamente cierta condición de calidad que las diferencia y que lleva al enfrentamiento. Las tribus urbanas proliferan hoy en día tanto como los gondoleros antaño, cuando la estatua de Pelayo no se veía rodeada por los tristes edificios actuales, y generan una inquietud innecesaria en una buena parte de la sociedad, cambiando el estilo de vida tranquila que se disfrutaba en Gijón durante el tiempo entre guerras, aunque nuestra ciudad esté menos castigada que otras por este tipo de comunidades. Me hubiese gustado asomarme al muelle local de aquellos años para recuperar un recuerdo de entonces a todo color, como el que se tiene de los momentos vividos, a diferencia de otros que imaginamos o que solo pueden verse en el ajado blanco y negro de la fotografía en aquellos años.