Fotografía que muestra los efectos del terremoto en Kisenuma, Japón, publicada en Público.
Creo que como a la mayoría, me impresionan las imágenes que van apareciendo en internet y televisión con las ruinas que ha dejado el tsunami en Japón. Hemos visto cientos de coches chocando sin control, barcos en tierra y casas enteras arrancadas y desplazadas como si fueran casas de muñecas. Esta tarde me he sorprendido buscando vídeos del tsunami, esperando ver una ola gigante como las de Hokusai, o uno de esos grandes desbordamientos del mar que va engullendo todo a su paso, pero paré pronto, porque me disgustó percatar el desapego y morbo con que lo estaba haciendo. Poco después terminé de leer La máquina de Joseph Walser, de Gonçalo M. Tavares, que me ha gustad bastante, y que, entre otros temas, habla del cansancio de la mirada y de la saturación estética en otro contexto también duro, el de la guerra. Los cimientos de cualquier acontecimiento son frágiles, incluso los de la guerra. Ningún hecho es tan puro que sea definitivo o que encierre la historia: lo indefinido avanza ya sobre lo que parece finalmente fijo: sacude primero la parte invisible que sostiene los grandes momentos, pero en poco tiempo se infiltran indicios de cambio en el mundo material.A medida que pasan las semanas se hacía evidente que la guerra tendría que interrumpirse. Habia, por así decirlo y aunque resulte obsceno, una suerte de saturación estética: el modo en que la ciudad se fragmentaba se había vuelto irritante, primero a los ojos, y poco a poco intolerable. Así pues, no se trataba tanto de una imposición moral o de sentimientos firmes que regresaban; era, por encima de todo, un cansancio en la mirada: la repetición de las imágenes se había vuelto excesiva; la exaltación temerosa frente a un cadáver había desaparecido, la violencia explícita había abandonado el espacio central de los relatos para ser integrada de modo objetivo y neutro en los informes. El "otro más" pronunciado ante los cadáveres se había vuelto más violento que la propia materia allí caída, materia desprovista ya de algo humano que había desaparecido del mismo modo misterioso en que había aparecido, en el seno de la familia, el día de su nacimiento. El deseo de guerra se veía derrumbado, día tras día, a través de esa fórmula puramente verbal, sólo existente en el mundo del lenguaje, sin relación visible con el mundo de las cosas, ese "otro más". Era ese "otro más" lo que estaba acabando con la guerra. Porque la guerra se repetía desde hacía meses, y la sensación de haber visto esto antes empezaba a dominar hasta a los más ingenuos y los menos lúcidos.