Los pilares de mi tierra
Alamayate. Vélez-Málaga, Málaga
Finalizado el verano, ya no quedan turistas en sus playas. Testigo mudo frente a la 340, el Mediterráneo ve pasar los vehículos como cuando contemplaba impasible el flujo continuo de antiguas civilizaciones, de las antiguas culturas. Siempre abierto a la llegada de nuevos pueblos, agradecido cuando la recogida de sus preciados frutos y practicable en tantas travesías que pusieron en contacto a innumerables comunidades unas con otras. Hoy permítanme hablar de una cantera próxima a una de sus costas, que durante el desarrollo de la ciudad de Málaga se convirtió en elemento fundamental sin pretenderlo.
En el término municipal de Vélez-Málaga, donde vivo, entre las localidades de Benajarafe y Almayate, descubriréis un promontorio rocoso, a modo de acantilado, que se alza sobre el mar a unos 200 metros de la línea de costas. Su piedra es blanda, fácil de trabajar, pero a la vez alta en degradación. Estas características no son más que el efecto de la acción erosiva provocada por las olas tras golpear sobre ella desde los inicios de la existencia.
Esta peculiaridad a la hora de extraer sus bloques de calcarenita, como así se denomina a este tipo de rocas, no pasó desapercibida para el pueblo fenicio que habitó estas costas y que, junto a la proximidad de la vía marítima mediterránea, supo aprovechar para si y levantar murallas (yacimiento Toscanos) o construir sus monumentos funerarios (necrópolis de Trayamar)
En siglos posteriores, el Imperio romano también supo apreciar los recursos pétreos de la cantera de San Pitar, como así se la conoce, y la comodidad de su transporte hasta el puerto de Malaca. Muchos de los sillares utilizados para la construcción de su Teatro fueron extraídos de ella, aunque, en esta ocasión se revistieran de estuco para embellecerlos y protegerlos. Cierto es que la facilidad a la hora de trabajar con esta piedra permitía un minucioso trabajo, ideal para resaltar aquellos los detalles decorativos que fueron previstos para la monumental obra pública.
Ya en la Edad Media, entre los siglos VIII y IX d.C., una comunidad mozárabe ocupó por primera vez el lugar; se cuenta que en sus instalaciones erigieron un antiguo monasterio. De hecho, hoy día es aceptado el origen etimológico del nombre San Pitar como una derivación de Santa Piedra o San Pedro, lo que podría enlazar dicho topónimo con la influencia mozárabe. Cierta o no esta hipótesis, en época musulmana aparecen sus bloques pétreos en las fases originarias de la Alcazaba de Málaga (siglos X y XI d.C.), lo que demuestra el aprecio de la piedra y la comodidad de su transporte marítimo para las grandes construcciones históricas de esta ciudad.
Pero a partir de estas fechas se pierde toda pista de su explotación o, por lo menos, en lo relativo a la ciudad de Málaga; la cantera quedará enterrada y olvidada con el paso de los años. Para saber nuevamente de ella, habrá que adelantar las manecillas del reloj del tiempo y situarnos a principios del siglo XVIII.
El Cabildo de la nueva catedral, cuyas obras aún se hallaban inconclusas, había solicitado revisaran el edificio con el objeto de emitir un informe y valorar sus posibles daños.
Desde que en el año 1528 se aprobara el derribo de la vieja mezquita, aquel edificio bendecido por los Reyes Católicos tras la conquista de Málaga en el 1487, y se ordenara levantar un nuevo templo cristiano, durante la última centuria los trabajos en la nueva Catedral apenas habían avanzado. Cierto es que a lo largo del siglo XVI no faltaron reales en moneda de plata con las que hacer frente a su construcción, motivo principal del auge en sus obras. Pero, entre lento desarrollo de los trabajos durante el siglo XVII y las fuertes lluvias del año 1718, según el informe, el edificio había sufrido un considerable deterioro y “de no proseguirse la obra, se vendría abajo lo edificado.”.
Después de dar lectura a estas alarmantes conclusiones, con carácter de urgencia se dio orden de reparar aquellos desperfectos estructurales ya ocasionados y continuar con las obras de construcción en un intento por finalizarlas en el menor tiempo posible. Para dicho cometido se encargaron los nuevos trabajos a don José de Bada que, por aquel entonces, ostentaba el cargo de Maestro Mayor en la Catedral de Granada.
El nuevo maestro de obras era consciente que, para no dilatar en demasía las obras de esta segunda fase de la catedral malagueña, era imprescindible garantizar, desde un principio, el abastecimiento continuado de materiales, sobre todo aquellos relacionados con la cantería. Por otro, estaba la disyuntiva de resolver, de la forma más eficientemente posible, la relación calidad-precio-coste del transporte, puesto que sabía, por propia experiencia, que unos caudales debidamente controlados resultarían fundamentales para la prosperidad futura del proyecto.
La realidad era que el avance en los anteriores trabajos había provocado un distanciamiento irremediable de la provisión pétrea con respecto a la ciudad. Desde los comienzos de la nueva Catedral en el año 1528 se había estado utilizando el material extraído de Cerro de la Victoria, canteras de Churriana, Cerro de los Boyeros y Antequera. En propias palabras de don José de Bada: “todas cuantas canteras hay en estas cercanías no son (…) abundantes, que se puede hacer gasto grande en abrirlas y después de este gasto coger el fruto, porque cuanto más se gasta en abrirlas, más se pierde. Y así es preciso cada vez mudar de cantera y disfrutar lo que se halla más superficial.”. Aunque se pretendiera recuperar las antiguas zonas de explotación, ello supondría un enorme gasto para la poca producción resultante. En consecuencia, se abandonaron las anteriores minas por escasez de piedra útil y se hizo prioritario localizar un nuevo banco que garantizara el alto volumen de material que precisaría la obra.
Fue el propio maestro de obras quien dio personalmente con ella y así lo hizo trasladar al Cabildo: En el Cortijo de Fabricio se halla “la cantera del Castillo del Marqués, en Vélez… tiene un largo de doscientas varas, con tres partes que tiene escombro o desmonte… que es preciso desmontar para sacar la piedra que hay debajo, la que es de buena calidad.”. La cantera descubierta por don José de Bada contaba con varios bancos, algunos incluso junto a la playa; todos de buena calidad y en cantidad. Situada a unos veinticinco kilómetros de la ciudad, sobre un farallón rocoso de origen marino en el que se apreciaban restos de conchas y otros moluscos sobre su superficie. El cerro era visible desde la costa y un antiguo camino comunicaba ambas zonas. Era esta una ruta segura, utilizada por las patrullas de vigilancia costera encargados de evitar el contrabando y prevenir los ataques piratas. Pero su proximidad al mar la hacía mucho más apetecible, si cabe, para el porte del material vía marítima, lo que supondría una reducción de costes considerable.
En noviembre del año 1727 se iniciarán las labores de desescombro previas a la extracción, para las cuales se envió una cuadrilla de trece hombres; estas primeras labores se prolongarán durante varios meses. En este tiempo se autoriza la construcción de un barco para el transporte de la futura piedra. Además, el Cabildo adquirirá los terrenos para garantizar su abastecimiento en exclusiva. Debemos de tener presente que durante este periodo el puerto de Málaga se hallaba en proceso constructivo, un proyecto de gran envergadura que podía suponer toda una amenaza en el reparto del material y, en consecuencia, para el devenir de la Catedral, aunque finalmente no sucediera.
Al año siguiente se iniciaban los trabajos de extracción de esa piedra que fue utilizada en la segunda fase de la Catedral. Por aquel entonces, otro de los problemas que hubo de solventar fue la escasez de mano de obra especializada existente en la provincia, una carencia esta que se solucionará con la llegada de cuarenta canteros procedentes de diversos puntos de la Península y cuyos salarios quedaron a cargo del Cabildo. Una veintena de estos profesionales de la cantería habitarán las cuevas del tajo de San Pitar, es decir, las estancias rupestres de la primitiva iglesia mozárabe, la cual será rehabilitada y adaptada a las necesidades de los nuevos ocupantes.
La organización en el trabajo de la cantera resultó bastante sencilla. El personal quedó dividido en dos cuadrillas lideradas cada una de ellas por un capataz que seguía las instrucciones de los maestros en Málaga. Los canteros más especializados eran los encargados de romper los bancos de piedra ‘franca’, como así se la llamaba, y extraer las piezas dándoles la forma con arreglo a las medidas que venían del taller. El aparejador de la Catedral y estrecho colaborador de don José de Bada, Antonio Ramos, enviaba asiduamente plantillas indicativas y preparadas por los maestros constructores. De esta forma, en San Pitar se conocía qué bloques eran los precisos a la hora de utilizar en las diversas partes de la obra, como fueron las torres, el “macizo”, etc., y aquellas otras destinadas a las cornisas, arcos, frisos y bóvedas. En una zona próxima al lugar de extracción se realizaba su talla siguiendo las instrucciones marcadas.
La otra cuadrilla, digamos la menos especializada, era la encargada de bajar los bloques desde la cantera hasta la playa para su embarque. Se prepararon rampas con las que conectar los puntos más elevados de extracción y se habilitó un camino para el tránsito de carruajes que llegaba hasta la playa. Durante el descenso de los sillares, estos debían ser frenados con la ayuda de cuerdas amarradas a postes y la fuerza de los mulos. Una vez alcanzaban las zonas más baja de la cantera, eran cargados en carros tirados por bueyes y transportados hasta las mismas embarcaciones.
Fue precisamente a mitad de recorrido de este camino, durante sus labores de desbroce y acondicionamiento, donde se halló, en uno de sus laterales, una cruz con peana tallada en la roca. Ellos no lo sabían, pero se trataba de una cruz muy similar a la que, con el paso de los tiempos, apareciera en Bobastro, ciudad baluarte de Omar ibn Hafsun y representación de la rebelión contra el Emirato cordobés.
Cuando no había piedra que embarcar, este grupo de operarios menos cualificado era el encargado de seguir desescombrando nuevas áreas de la cantera.
Atracado el navío en el puerto de Málaga, las piedras eran descargadas y supervisadas por los aparejadores. Allí se revisaban sus medidas y se calculaba tanto su volumen, como el de la barcada. Ya en el taller de la Catedral se terminaban de labrar los detalles de las molduras y los adornos, puesto que los bloques debían de llegar a pie de obra algo sobredimensionados para evitar su deterioro durante el trayecto.
En el año 1731 se solicita una embarcación de mayores dimensiones y calado debido al alto volumen de roca que se produce en San Pitar. La cantera alcanza su máxima actividad en el 1740, momento en el que cuenta con noventa y ocho hombres trabajando en jornadas de entre cinco y seis días a la semana.
En el transcurso de esta década, más concretamente el día de la Asunción del año 1735, se produjo un hecho cuanto menos que insólito, por no decir curioso. Los hombres celebraban dicha festividad y habían abandonado la cantera, dejándola bajo la responsabilidad de sólo cuatro trabajadores. Ese día se produjo el desembarco de una fragata de moros frente a San Pitar. Estos piratas lograron reducir al escaso personal que en las instalaciones se encontraban y llevarse “mucha parte del avío [herramientas] y más de cuarenta fusiles con sus fruscos y bayonetas que tenían para su resguardo.”.
Lo que hace anecdótico este hecho es que el acto de bandidaje se realizara en las inmediaciones del Castillo del Marqués donde, en teoría, debía de quedar una guarnición militar encargada de rechazar este tipo de asaltos tan comunes a lo largo de la costa mediterránea.
Este ataque pirata traerá consigo estrictas consecuencias para el conjunto de canteros de San Pitar. Para empezar, el Cabildo les obligará a trabajar, incluso, en las festividades, con idea de mantener la cantera siempre protegida. Se dará orden de construir una casa donde los trabajadores, ahora más controlados, descansasen bajo la supervisión del capataz y evitar, de esta forma, posibles fugas nocturnas. También se decide erigir una iglesia en la misma explotación haciendo uso de aquellos sillares descartados para la Catedral; en este nuevo templo los trabajadores podrían cumplir con sus obligaciones cristianas sin abandonar las instalaciones. Por último, en el extremo del farallón se levantará un murallón que servirá como defensa ante futuros ataques.
En el año 1741 San Pitar muestra señales de agotamiento; no se tiene tan claro si sus reservas serán suficientes como para concluir la obra catedralicia. En consecuencia, se opta por buscar nuevas zonas de explotación, como fue el caso de la cantera de Alhama (Granada). Y peor aún, los trabajos se ralentizan debido al problema para el cobro del arbitrio concedido por la Corona y destinado a los gastos de la Catedral. Recordemos que este diezmo representaba casi el medio real de cada arroba de pasa, vino y aceite que salía del puerto de Málaga. A causa de estos problemas en la financiación, la cantera se mantendrá a niveles mínimos hasta bien entrado el año 1745, dejando en ella entre seis y ocho trabajadores únicamente.
Al año siguiente se producirá una reactivación de su explotación gracias a la localización de nuevos bancos pétreos de excelente calidad, no a cielo descubierto sino en minas. Su número de trabajadores volverá a aumentar en 1747 hasta un total de treinta y cinco hombres.
Desgraciadamente, sólo un año más tarde quedará resuelto el problema para el cobro del impuesto. La Corona retirará la financiación a las obras y el dinero del impuesto recaudado quedará destinado a otros fines como fueron al abastecimiento de agua en la ciudad, la construcción de nuevos caminos a Vélez y Antequera y a las mejoras en el puerto. Al poco se rescindiría el asiento de San Pitar en beneficio de las canteras de Alhama y Dalías y, a finales de los años cincuenta del siglo XVIII, finalizará por completo su actividad.
Aunque inacabado, el nuevo templo cristiano de la ciudad de Málaga pudo abrir sus puertas en el año 1768 y en el 1782 se darán por clausuradas las obras sin sospechar que sería de forma definitiva. La catedral malagueña quedará inconclusa, tal y como hoy se la conoce. No se terminó la sacristía mayor, faltó su tejado a dos aguas, también los remates de la fachada y la ornamentación escultórica. Pero lo más destacable, no se construyó la torre sur. De ahí su sobrenombre de “La Manquita”.
¿Y qué serían de las históricas canteras de San Pitar que con tanto cariño he querido mostraros? Finalizada su actividad y vendidos los terrenos, entre finales del siglo XVIII y a lo largo de todo el siglo XIX sus instalaciones fueron transformadas en un inmenso lagar, uno de los más grandes de la Axarquía, dedicado a la uva moscatel y al secado de la pasa. Se trató de una actividad orientada expresamente a la exportación.
Los recursos que antaño fueron utilizados para la extracción de piedra se adaptaron al desarrollo agrícola y sus bloques reconvertidos en paseros. Después de cada verano, al finalizar la temporada como he iniciado esta historia, las pasas producidas en este impresionante lagar eran transportadas para su embarque hasta el puerto de Málaga siguiendo el camino nuevo de Vélez, que vivió un gran esplendor comercial gracias a dicha actividad. Sin lugar a dudas, la pasa Moscatel malagueña llegaría a convertirse en uno de los pilares de mi tierra, aunque más en el anonimato los sillares de San Pitar.
Autor: Javier Nero.
Bibliografía:
- La cantera de Almayate y su aprovechamiento para la obra de la Catedral de Málaga. La configuración de una efímera actividad extractora (Pilar Pezzi Cristóbal)
- Caracterización de las Calizas de Almayate (Málaga) y evaluación de la calidad técnica como materiales de construcción (M.I. Carretero, E. Mayoral y E. Galán)
- El conjunto arqueológico-monumental de las antiguas canteras de Valle-Niza (Vélez-Málaga (Emilio Martín Córdoba, Alejandro Pérez-Malumbres Landa, Pilar Pezzi Cristóbal, Mónica López Soler y Sergio Brenes Cobos)
- Historia y arte de Málaga.
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