Revista Cultura y Ocio
Desde que me alcanza la memoria han existido en abundancia los puntos. Puntos seguido, puntos aparte o incluso puntos suspensivos... Los capítulos siempre se han empezado con mayúscula y han acabado con puntos; se han ordenado con una lógica para empezarlos a leer con fuerza y acabarlos satisfechos y con ganas de leer el siguiente.
Y ahora, sin previo aviso, todo es diferente. Cojo aire para leer un capítulo aparentemente largo y paro en seco en la tercera palabra. No hay más escrito. Sólo páginas en blanco húmedas y llenas de anhelo. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado con los personajes, con la historia? ¿Cómo se puede dejar esto así, en el aire?
Intento aceptar que hay cosas que no tienen una trama ni un fin, sólo un principio dolorosamente perfecto. Y voy al siguiente capítulo. Este. Demasiado. Lleno. De. Puntos. Seguidos.
Lentamente, camino por encima de las letras, en una narración tediosa y que carece de la mínima acción. Empiezo a cansarme del libro, pero no lo puedo dejar. A mi alrededor la gente se ríe con sus libros, llora de emoción, sonríe... Vuelvo mi vista hacia abajo y sigo leyendo.
El nuevo capítulo es espectacular, pero sólo consta de una frase. Una frase que le vuelve a dar sentido a todo y me pinta un aura de felicidad al rededor. No me gustaría acabar el libro aquí, porque nada puede ir mal.
Pero si algo caracteriza este libro es la impredecibilidad. Y desde que se empezó se supo que se trataba de un drama. Así que no es de extrañar que al