mismo color que el desierto. Bon, un poco más oscuras, si he de decirte la verdad. Era la ciudad de Adrar, ubicada, como no podía ser de otra manera junto a un oasis que le daba la vida. Según nos acercábamos, su verdor se hacía más notorio. Pero ver y pisar una ciudad no es lo mismo. Entre esos dos momentos ocurrió algo que nos retrasó. Sufrimos una baja. Por la edad y por la caminata, el viejo camello se agotó o se cansó de vivir. Vaya usted a saber. Se despidió la noche anterior a nuestra entrada en Adrar. Si hubiéramos apretado un poco el paso hubiéramos llegado al filo de la noche, pero decidimos parar y no hacerlo porque lo haríamos sin sol. Entrar en un lugar desconocido sin luz es como entrar con una venda en los ojos. Y hasta puede ser peligroso. De todas maneras, no lo hubiéramos logrado, por lo que te cuento. No es mala muerte si lo piensas. Te acuestas, te duermes y no te despiertas. Adama me lo comunicó por señas y yo le contesté que poco le habían durado las ganancias. «Estoy acostumbrado». En aquel momento creí que su comentario se refería al tiempo de disfrute. Hoy pienso que se había acostumbrado a la muerte que le perseguía, pero no como a todos. No enterramos a Grandpère, tarde o temprano, el aire se llevaría la tierra que pudiéramos echarle encima. Quien sí pareció afectado fue Hamal, que se quedó un rato junto al cadáver de su semejante. No lo entendí porque estaba convencido de que le gustaba ser el centro de atención y poco caso se habían hecho en vida. Yo, como verás, tenía más imaginación que ahora. No deberíamos deshacernos de la fantasía, sino cultivarla. Pero el día a día no nos lo permite. Creemos más importante aquello que percibimos por los sentidos. ¡Qué le vamos a hacer! Incluso muchos de los jóvenes trasgresores se ven obligados a claudicar ante el sistema. Y si no, ya se encarga él de incluirlos como famosotes o artistas. Así pasó con tantos grafiteros, por ejemplo, que tras ser carne de multa y proscritos han sido reclamados por los propios ayuntamientos para decorar fachadas, aparcamientos, etc. No creas tú que el asunto no tiene mandanga. Esa mutación la he vivido yo en primera persona durante mi etapa callejera y llegué a conocer a más de uno de aquellos artistas rebeldes y contestatarios. Por desgracia no he vuelto a verlos porque me gustaría conocer su opinión sobre los que, todavía sin nombre, disfrutan al crear sobre una pared olvidada de dios y del alcalde obras de arte, mientras los munipas andan a la greña con ellos. Pero ni en Adrar, ni en ningún otro lugar vimos nosotros pintada alguna, si excluimos los textos religiosos tan comunes dedicados a Alá y que forman parte consustancial de la cultura árabe. Al tener prohibida cualquier imaginería sacra es la única salida, junto con los arabescos y filigranas, que tienen los artistas y arquitectos de mezquitas y demás edificaciones. Adrar era otra ciudad cuya periferia distaba poco de los arrabales que ya conocíamos. Casas de barro, humildes y escasas, en cuyas puertas decenas de arrapiezos aprendían a andar o mejoraban y perfeccionaban su equilibrio con juegos que no todos hemos jugado alguna vez, mientras sus madres hacían la colada en un barreño comunitario. Kady, cuando lo hacía, se desplazaba al río y muchas veces requería de mí para llevar y traer la ropa. Pero en mitad de desierto, aunque haya agua, no corre por un lecho natural ni hay corrientes fluviales, solo depósitos finitos de agua subterránea que, por capricho de la naturaleza, llegaba a ellos al filtrarse a cientos de kilómetros. Los cauces eran artificiales y cuidados al máximo para abastecer de agua a las gentes y a los campos. Es famosa la maña que los árabes de dan para reconducir el agua y crear infraestructuras hidrográficas. Acequiar es un arte que ellos dominan desde siempre. Cuando la necesidad aprieta, el ingenio se estimula, y nadie tiene más necesidad de agua que aquellos que transitan o habitan el desierto. Aunque eso era antes, porque ahora la necesidad de agua es ecuménica diría yo. Contra las chabolas terrosas, como vosotros llamáis a estas cabañas suburbanas, contrastaba el colorido de los huertos cuyos límites se negaban a ser desaprovechados. El quingombó de una familia se desarrollaba en guerra con las acelgas de la vecina. Motivo por el cual la vista agradecía tanto verdor y no distinguía los minifundios. Y, a nosotros, después de tanta arena, aquello nos parecía un vergel celestial. Y Adrar lo era y a lo grande. Según recorríamos sus calles veíamos los pequeños zocos que en parcas plazas ofrecían frutas y verduras junto a concurridas fuentes que dejaban huir agua suficiente para que los de más abajo la aprovecharan en los campos. No se desperdiciaba ni una gota. Incluso los azarbes servían para que el ganado bebiera. Algunos de aquellos frutos exhibidos eran desconocidos para nosotros. Aunque el dato no tenga valor alguno por nuestra ignorancia supina en cuanto a productos agrícolas se refería. Yo, por ejemplo, no sabía ni el nombre de las raíces y tubérculos que recogí muchas veces desde niño. Sí distinguía las comestibles de las otras, los viejos de mi aldea me lo enseñaron y sabes que aprendo rápido. Por los barrios de Adrar se respiraba un aire de tranquilidad que también nos embargó a nosotros. Supimos que habíamos llegado al centro de la ciudad por la mezquita. Tampoco vimos turistas de esos que nos
habían mantenido en Gao, a pesar de tanto buitre que nos mermaban los ingresos. Si a eso sumamos los usureros que se dedicaban al cambio de moneda en el mercado negro, se podría decir que, a última hora, habíamos trabajado gratis. Y menos mal que cobrábamos en dólares, si no, no sé que hubiera pasado. Por la insistencia, no me extraña que el adjetivo “negro” se entienda como negativo: humor negro, mercado negro, me pones negro, tener un futuro negro, magia negra, gato negro, pagar en negro, ponerse negro algo, pasarlas negras, verse negro, sacar lo que el negro del sermón, etc. Todo invención de los blancos, como la paloma blanca símbolo de la pureza, siendo este animal de los más dañinos para hombres, animales, vegetales y edificios. De todas maneras, ¿qué coño tendrá que ver el color con el bien y el mal? Ya estoy yo con mis digresiones. En fin, que según subíamos la pequeña pendiente, tras la plaza de la mezquita, nos llamó la atención, no ya las fuentes que abundaban y según Adama vertían el agua más fresca, sino el intrincado diseño de canales y caceras
escavados o construidos con maderas y piedra que se dibujaban en el arenoso suelo. Seguimos hacia arriba la gran acequia guiados por la curiosidad. «¿De dónde vendrá tanta agua?». Así, después de una larga y suave ascensión, llegamos a la boca de una cueva que, en principio, nos pareció natural. Pero Adama al observarla más detenidamente opinó que no, que reconocía la mano del hombre en su excavación. Hamal quiso beber allí mismo, donde nos habíamos parado, pero oímos un grito de advertencia. La voz pertenecía a un mozo que apareció después por la boca de la cueva. Nos advirtió que el animal debía beber de la última de los tres regueros que salían de la oscura espelunca. Precisamente el canal que llevaba más caudal. «Es la que da servicio a las tierras». Al menos era curiosa, si no ingeniosa, cómo aquella gente buscaba y distribuía el agua. Aquel agujero en la montaña pertenecía a una fogara que no es otra cosa que una obra de ingeniería que consiste en aprovechar los recursos hidráulicos del subsuelo. Esa técnica se cree tan antigua como los mismos persas y recibe diferentes nombres según el lugar. Han de darse las circunstancias geológicas que se dan en Adrar para poder construir las galerías que la componen. Debía haber una pequeña pendiente y agua subterránea por filtración. Se parte de un pozo madre, el más pro-
fundo y alejado, por la inclinación del terreno, que se perfora hasta encontrar agua. Luego, a partir de ese punto se trabajan otros en línea recta. El último paso es cavar un túnel hasta que se encuentra el aire libre. Allí es donde estábamos nosotros. Esos otros pozos intermedios cada vez con menos profundidad, así como el madre, conectan con el túnel realizado. La gravedad, las diferentes temperaturas y presiones hacen que el sistema funcione al embocar en el túnel tanto el agua filtrada por la roca como la humedad generada en las paredes de roca. Una vez creada esta corriente el asunto es usar la pendiente del pueblo para su distribución. Y ya te he dicho que en este arte, los árabes son unos maestros. Pues ya conoces el secreto de la existencia de Adrar, allí, en medio de la nada. Cuando el sol se junta con el agua es impresionante ver qué son capaces de hacer. El futuro del hombre no será otro que la capacidad que tenga de controlar las fuerzas de la naturaleza o huir de ella. Algunos de nosotros lo tenemos presente y nos enzarzamos en guerras por poderes efímeros, en el mejor de los casos y mortales en el peor. Y, precisamente, controlar y sacar partido del agua por medio de la fogara y posteriores canales de distribución te otorga el poder supremo de crear vida allí donde no la hay. A qué más puede aspirar el ser humano. Claro que, a quien le va el rollo del enfrentamiento, que suele ser el más bruto, en vez de pensar cómo solucionar sus problemas, se le ocurre invadir las tierras donde se han encontrado soluciones, y asunto arreglado. Luego vendrán las invasiones por el oro, por el petróleo, etc. Es vana cualquier otra excusa, que siempre hay, como hay refranes para cualquier situación, que si no lo digo, reviento. Es muy fácil criticar a quien ejerce la fuerza y la violencia, pero los “débiles” lo hemos aprendido de nuestras heridas. Ya, ya vuelvo a las escorrentías. Daba gusto ver las acequias y los aliviaderos donde el agua se atropellaba y jugaba con la gravedad y su propia presión. Ver manar de esa manera el agua es ver un milagro en aquellas tierras rodeadas de arena seca. Hoy sé que bajo el desierto del Kalahari se encuentra el mayor lago subterráneo del mundo. ¡Bajo un desierto! También es caprichosa el agua dulce. Tú mismo lo has comprobado el día que casi ahogas a tu vecino de abajo. ¿Te acuerdas? Y mira que os enseñaron maneras y técnicas para dominar el agua tanto los romanos como las tribus árabes que dominaron esta península. En aquellos ocho siglos quienes cardaban la lana eran los ingenieros árabes, no los europeos. ¿Qué hubiera ocurrido de mantenerse la convivencia y el intercambio de conocimientos que ocurrió en Toledo en la época de Alfonso X? ¿Se hubieran limado esas “asperezas” que parecen obligarnos a ser enemigos por el interés de algunos? En Al-Andalus quedaron mucha cultura y muchas personas árabes y musulmanas. Boabdil se iría, pero quienes construyeron la Alhambra con sus manos y genialidades se quedaron y criaron hijos en La Alpujarra abocados a cambiar de religión o a morir a manos de la posterior Inquisición que, por cierto, no es un invento español. Aunque esta secta terrorista la tomara más con los judíos españoles. A rey católico, súbdito católico, ambos más papistas que el Papa. No sé porqué motivo, a lo mejor por simple intuición, percibí que en Adrar no nos iba a ir mal. Si seguías el agua por las calles la sensación de sosiego te dominaba. El murmullo que el correr del agua levantaba ponía música a esa serenidad. Es normal que, ante aquel ambiente dominado por la inventiva hidráulica, dos personas, que venían empapadas de arena y malos infortunios, compartieran la paz cotidiana con aquellos vecinos. Estoy seguro que todo el que llegaba a esa ciudad en busca de algo, aunque no encontrara ese algo, allí se quedaba. Y que pasara por allí la carretera que une el norte con el sur, y viceversa, permitía a los hortelanos con excedentes mandar estos a otros mercados y así crear riqueza para la propia ciudad. Por raro que hoy nos parezca, los agricultores eran la clase alta de esta sociedad, si bien hay que matizar que no todos, solo aquellos que tenían más de diez metros cuadrados de huerto. No nos fue difícil instalarnos. El mismo día que llegamos vimos que en la plaza de la mezquita se concentraba la vida social de Adrar. Cualquiera se hubiera dado cuenta de este hecho. Después de dormir esa primera noche bajo un baobab enorme a las afueras, nos hicimos presentes a hora temprana en la plaza, antes de que el almuecín llamara a la primera oración del día. Cuando lo hizo, Adama y yo nos miramos y consentimos en actuar. Si no puedes con tu enemigo únete a él, como escribió Sun Tzu. Si bien, enemigos todavía no teníamos en Adrar, oramos por si las moscas. Después de la actuación, y a unos pasos de donde habíamos hincado las rodillas, se agrupó un buen número de hombres andrajosos. De allí surgió una buena cantidad de conversaciones. Mi amigo se acercó a escuchar qué decían. Ya sabes de su curiosidad y de su capacidad de escuchar. Yo me quedé aparte, junto a Hamal, al que también parecía gustarle el lugar. Y como solía hacer recosté mi espalda sobre él. Me fijé en un caballero muy ricamente vestido que se acercaba al grupo de personas. Estas se callaron y se abrieron en abanico. No llegó a acercarse del todo a ellos y desde una distancia prudencial, se puso a señalar aleatoriamente a algunos de aquellos desarrapados. Según eran elegidos salían de la fila y se colocaban detrás de aquel individuo tan limpio y elegante. Pensé que irían a jugar a algo, pero eran mayores para jueguecitos y dejé de pensar al sorprenderme: Adama formaba parte del grupo que espera a la espalda de aquel hombre. Desde allí me guiñó un ojo y me relajé un tanto, si bien mi curiosidad aumentó. Dejé el apoyo de Hamal y me erguí sobre mis pies. En un principio mi intención fue acercarme a mi amigo, pero al verme andar hacia él, aquel hombre me paró los pies: «A usted no le he elegido». Así que, un tanto fuera de lugar, me volví y me apoyé otra vez en mi amigo sin perder de vista al otro. El director de orquesta terminó su actuación levantando los brazos a la vez que los cruzaba varias veces ante su cara y los de enfrente. Estos se vinieron abajo, varios bajaron la vista, otros se sentaron en el suelo con la cabeza gacha, y todos movieron la suya dando a entender su frustración. En cambio, en el grupo de Adama todo eran sonrisas y frote de manos mientras dejaban pasar al elector al que siguieron. Adama, antes de iniciar la marcha y tras mirarme, señaló el cielo y después la tierra. Como el que echa la culpa a otro pregunté a Hamal: «¿Tú te has enterado?». A lo que el camello contestó al mover la cabeza negativamente debido a unas moscas que no le dejaban en paz. «Ni yo tampoco». Pero mientras me sonreía de la casualidad, me llegó la inspiración. Era tan fácil entenderle que la sonrisa volvió a mis labios. Y ahí te dejo otra adivinanza. ¿Qué me quiso decir Adama? Piensa hasta que te llegue mi próxima carta. No tiene nada que ver que estuviéramos alejados uno de otro. Se hubiera comportado igual de estar juntos si tienes en cuenta la parquedad en hablar de mi amigo. Un saludo y más suerte esta vez,
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