Es completamente necesario empezar la reseña de Caperucita en Manhattan con la siguiente palabra: ¡Miranfú! Se trata de una palabra inventada por la joven protagonista de esta novela de ficción, la cual viene a decir «va a pasar algo diferente» o «me voy a llevar una sorpresa».
Nuestro personaje principal se llama Sara Allen y es tan lista e inteligente que, sin conocer Manhattan, logra plasmar todo un recorrido por este barrio con todo lujo de detalles.
En algún que otro momento llegué a pensar que la autora, Carmen Martín Gaite, valiéndose de un plano que otorga a Sara, escribe para siempre sus rincones favoritos de Manhattan para que nunca se le olviden sus calles y sus paseos en «el jamón» de Nueva York. Sería genial que cada ciudad que nos llegase al corazón nos lograra inspirar una historia que consiguiéramos articular de tal manera que nunca se nos olvidaran nuestras idas y venidas en ese lugar.
El principio del libro me pareció súper aburrido. Niña inteligente con ganas de comer el mundo encorsetada por una madre tradicional a la que le da miedo todo y su mundo gira entorno a las tareas del hogar. Más padre completamente desentendido de la casa que con ir a trabajar ya lo tiene todo hecho. Súmale a eso un matrimonio sumido en la rutina y en el hartazgo que no hace más que discutir.
Afortunadamente, la abuela, Gloria Star, da la pizca de chicha que necesita el libro para que no lo abandones a los tres capítulos de empezar.
El novio de la abuela, Aurelio, me quiso recordar a Pepe el Romano de la obra teatral La casa de Bernarda Alba. Cabe descartar que el parecido no me viene del personaje, sino de los sentimientos de la protagonista hacia él. Sara no conoce a Aurelio, de hecho, no aparece en la novela. Sin embargo, nuestra Caperucita le profesa una devoción y un querer dignos de cualquier amor platónico.
La tarta de fresa que va en el cesto de nuestra Sara-Caperucita es el objeto «mágico» que toda novela de ficción necesita para que funcione la trama. A pesar de ser un dulce tan goloso, a mí llega un momento en que se me atraganta y me acaba empachando. Creo que la obsesión de varios personajes por los dichosa tarta hace que la acción se vuelva lentísima e, incluso, aburrida.
Y este es el punto al que estaba deseando llegar y con el que no sabía si empezar o acabar esta pequeña reseña. Carmen Martín Gaite hace magia con sus líneas. Solamente por el capítulo en que Sara Allen y la «vagabunda» Miss Lunatic se toman un chocolate, este libro vale su peso en oro. ¡Qué conversación…! ¡Qué fuerza..! ¡Qué impresión el intercambio de palabras que mantienen…! Me quedé totalmente eclipsada con la conversación entre esta niña y está anciana. Y, perdonadme si me repito, pero solamente por este capítulo, ya merece la pena la lectura al completo.
Con este buen regusto sin tarta de fresa, os recomiendo la lectura de Caperucita en Manhattan y que sintáis la magia de la Libertad en Central Park.