Saray era una niña que le encantaba ponerse una capa color rosa con una capucha para protegerse del frío cuando iba al bosque a visitar a su abuela.
Una tarde la madre la mandó al bosque a llevarle una sopa caliente a la abuela y le advirtió de que no hablara con desconocidos.
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Cuando caperucita rosa caminaba por el bosque se le acercó un lobo amablemente y le preguntó:
_ ¿Para dónde va esa niña tan bonita con esa capa rosa?
Caperucita rosa olvidando el consejo de su madre le respondió:
_ Voy a llevarle esta sopa caliente a mi abuela que vive por aquí cerca.
_ ¿Puedo acompañarte?_ preguntó el lobo.
Justo en ese instante caperucita rosa se acordó del consejo que le había dado su madre de que no hablara con desconocidos. Y fijándose en su cara le respondió:
_ ¡No gracias! Y continuando su camino se alejó del lobo.
Más tarde, cuando caperucita rosa llegó a la casa encontró a la abuela acostada en la cama y le preguntó:
_ Abuelita qué ojos tan grandes tienes.
_ Son para verte mejor- respondió el lobo dulcemente.
_ Abuelita, ¡qué nariz tan grande tienes!
_ Es para olerte mejor _ susurró el lobo suavemente.
_ Abuelita, ¡qué orejas tan grandes tienes!
_ Son para oírte mejor _ dijo el lobo…
Abuelita, no preguntaré qué boca más grande tienes, porque sé perfectamente, que eres el lobo que me encontré de camino.
Dicho esto, caperucita rosa agarró la sopa y se la lanzó a la cara al malvado lobo. Este entre aullidos y con la cara roja por la quemazón, salió corriendo de la casa de la abuela a las profundidades del bosque.
Enseguida, caperucita rosa buscó a la abuela por toda la casa hasta que la encontró en el baño atada de pies y manos.
Luego de haberla desatado, caperucita rosa abrazó a su abuela comprendiendo la importancia de obedecer a mamá y a no confiar en un extraño.
Hijo mío, escucha las correcciones de tu padre y no abandones las enseñanzas de tu madre. (proverbios 1:8)