Revista Opinión

Capitalismo “ciego”

Publicado el 21 junio 2012 por Javiermadrazo

El escritor uruguayo Eduardo Galeano sentenciaba tiempo atrás, en referencia al modelo de desarrollo capitalista, que el sistema que condiciona el futuro de la humanidad  “está ciego”.  Cuánta verdad en tan pocas palabras.  La crisis económica y las propuestas impulsadas para hacer frente a sus consecuencias han puesto de manifiesto la crueldad de la política neoliberal.  Millones de personas están siendo condenadas sin remisión a la pobreza y a la pérdida de derechos humanos fundamentales -el empleo, la sanidad y la educación son tres ejemplos-, al tiempo que se resquebrajan las reglas de juego de la democracia, que para ser real ha de sustentarse en la soberanía popular y no en la decisión exclusiva del poder financiero.  

Las personas, sus necesidades y sus demandas han dejado de ser el eje de la acción pública para convertirse en víctimas de actuaciones no sólo ajenas a su voluntad sino incluso contrarias a la misma y a sus aspiraciones legítimas. Los gobiernos se han convertido en meros ejecutores de las directrices de los mercados y legislan en función de las estrategias del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea. Carecen de margen de maniobra efectiva para poder liderar propuestas alternativas a las que les son impuestas porque desde un primer momento se han sometido a las órdenes recibidas. En este sentido,  en el Estado español, no hay diferencias sustanciales entre las actuaciones del PSOE y el PP, como tampoco las habrá en Francia entre Nicolás Sarkozy y Francoise Hollande.

El sistema neoliberal no deja espacio a la disidencia. Controla todos los resortes del poder, incluido el pensamiento, que ha dejado de ser libre para estar adocenado por la manipulación de la información e incluso el uso del lenguaje. Las voces críticas con la política económica dominante pasan desapercibidas en los grandes medios de comunicación, que les cierran sus puertas, salvo en contadas ocasiones, en las que son utilizadas como coartada para reivindicar una supuesta pluralidad, que evidentemente nunca es tal. El ejercicio de la actividad política está tan desprestigiado, fruto de la corrupción sistemática y el abuso de la autoridad, que estas prácticas ni tan siquiera generan ya  el rechazo y la condena que merecen.

La banca, ahora rescatada con fondos europeos, es la misma que durante años ha acumulado beneficios multimillonarios, que se han evaporado a modo de sueldos de escándalo, jubilaciones doradas, fondos en paraísos fiscales y otros tantos atropellos, que ni podemos imaginar. Por supuesto, nadie asume ninguna responsabilidad en esta debacle y los mandamases de la banca hacen gala de su prepotencia, ajenos al daño causado, sin importarles cuál es el resultado de sus tropelías y menos aún la impotencia y la frustración de quienes debemos pagar los platos rotos. Se saben impunes y este hecho, unido a su falta de ética personal y profesional, les libera de todo remordimiento y sentimiento de culpa.  La justicia, evidentemente, mira hacia otro lado y las denuncias ciudadanas en estos casos terminan siempre siendo archivadas.  

Nos estamos acostumbrando a que nuestros representantes políticos nos mientan una y otra vez con promesas incumplidas, declaraciones falsas y comparecencias en las que no se admiten preguntas para evitar explicaciones e impedir de facto el ejercicio del periodismo libre e independiente. Las pruebas son tantas, que resulta imposible enumerarlas todas. Donde nunca habría recortes, hoy no queda ya dónde meter la tijera, aunque más pronto que tarde asistiremos a nuevas restricciones. Tampoco habría subidas de impuestos para la llamada clase media, cada día más empobrecida por efecto de la crisis, y los ha habido, mientras el Gobierno Rajoy impulsaba una amnistía fiscal para quienes más dinero han defraudado al Estado. Del mismo modo, la economía española jamás sufriría un rescate dada su solvencia; hoy, en cambio, por mucho que se quiera maquillar nuestro nombre se inscribe en la lista negra de países intervenidos, junto a Grecia, Irlanda y Portugal.

La caída del Muro de Berlín supuso el fin del comunismo y la pérdida de un contrapoder al capitalismo, que en las últimas décadas se ha sentido dueño del mundo, imponiendo sus reglas de juego sin ninguna cortapisa.  Nos han vendido como un logro de la modernidad el discurso maniqueo sobre la muerte de las ideologías para legitimar así la dictadura del poder financiero. El dinero se ha convertido en el único motor que mueve el sistema y los ideales de solidaridad y justicia social se han perdido en el camino,  Incluso el socialismo y la socialdemocracia europeas sucumbieron a la fuerza de las leyes del mercado, en la falsa creencia de que era el único modelo válido, aunque ello conllevara aparcar principios como la conquista de la igualdad.  No queda mucho lugar para la esperanza en un país, en el que más pronto que tarde nos incrementarán el IVA, retrasarán de nuevo la edad de jubilación, aumentarán el desempleo y con el los desahucios, y poco o nada quedará en pie del estado del bienestar. .  

Sin embargo, en un panorama marcado por la incertidumbre y la falta de horizontes, aún cabe confiar en la rebeldía de la juventud como motor de transformación.  La frustración es un estado de ánimo que nos invade y nos paraliza, pero un día estalla y fuerza sino una revolución si un cambio profundo de modelo, que es exactamente lo que ahora necesitamos.  ¿Qué son las personas de carne y hueso?, se preguntaba Eduardo Galdeano en un artículo titulado “Los invisibles”.  “Para los economistas más notorios, -se respondía él mismo- números. Para los banqueros más poderosos, deudores. Para los tecnócratas más eficientes, molestias. Y para los políticos más exitosos, votos”.  Este pensamiento está en el origen no sólo de la crisis económica que padecemos sino también de la crisis moral que nos atenaza. 


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