Revista Cine
Capitán América: el Primer Vengador (Captain America: The First Avenger, EU, 2011) tenía por lo menos un par de objetivos centrales por cumplir. Además del económico –hacer la mayor cantidad de dinero posible-, debía fungir como una decente precuela del blockbuster del verano próximo, The Avengers (Whedon, 2012), en el que Capitán América, Thor, Ironman , Hulk y algún otro súper-héroe desbalagado unirán sus fuerzas para enfrentarse al súper-villano que esté disponible (¿Loki, el hermano maloso de Thor?, ¿o será –gulp- Carlos Salinas de Gortari?).En cuanto al primero, no lo sé de cierto, pero tengo entendido que esta anacrónica pero entretenida cinta del Capitán América no le ha ido nada mal en taquilla. En cuanto a lo segundo, el filme, dirigido por el buen artesano spielbergiano Joe Johnston (Rockeeter/1991, Cielo de Octubre/1999), cumple sobradamente con su cometido.Estamos ante una palomera cinta veraniega que se beneficia de cierta limpieza narrativa, un par de secuencias de acción muy bien montadas –la persecución de un espía nazi por las calles de Nueva York, un emocionante combate aéreo entre Capitán América y un piloto alemán- y un reparto secundario que, como es costumbre en este tipo de filmes, termina dotando de dignidad a todo el asunto: Tommy Lee Jones como el hosco coronel que entrena al futuro Capitán América, Stanley Tucci como el amable papá sustituto del héroe, Hugo Weaving como el maloso que piensa que Hitler es “blandito” y Toby Jones como el dedo chiquito –casi literalmente- del siniestro villano.Creado meses antes de la entrada de Estados Unidos a la guerra, el Capitán América del cómic original fue concebido como una extensión propagandista del ejército estadounidense: he aquí al súper-soldado americano que noqueará a ese ridículo maloso de bigotito llamado Adolf Hitler. El uso político del añejo personaje le sirve a Johnston y a sus guionista para crear la que es, creo, la mejor secuencia del filme: el tour de Steve Rogers (o sea, Capitán América) por todo el país, pidiéndole a la población que compren bonos de guerra. El eficaz montaje de las escenas, el número musical a la Busby Berkeley y a la apostura all-american-boy de Chris Evans hacen de estos minutos el mejor pastiche del cine de los años 40 que he visto en mucho tiempo.Por lo demás, la trama sigue fielmente el formato creado para narrar los orígenes del héroe. Estamos en 1942, Estados Unidos ya entró en guerra y gracias a un suero creado por un científico disidente alemán (Tucci), el alfeñique Steve Rogers (Evans empequeñecido digitalmente) se convierte en Charles Atlas sin necesidad de hacer ejercicio (Evans “mamado” digitalmente), aunque lo más importante del luego bautizado Capitán América no será el tamaño de su musculatura, digna de un extra del churrazo 300 (Snyder, 2006), sino su reciedumbre moral: Rogers no se rinde, no se cansa, no se da por vencido, no porque tenga súper-poderes, sino porque es un buen hombre que sabe que tiene que hacer lo correcto. Tal vez por esto mismo, porque Capitán América es un héroe limpio, sin traumas, sin dobleces, la casa Marvel lo había tenido relegado durante mucho tiempo, con todo y su uniforme de barras y estrellas y su escudo de vibranium. Pero ahora, con Los Vengadores a punto de reunirse, era hora de sacarlo del olvido. Era tiempo, literalmente, de descongelarlo. No les salió tan mal la operación, tengo de admitirlo.