Lo mirabas con tristeza porque él era lo que siempre quisiste ser. Vivió buenas historias, supones. Empezaron, seguramente, cuando de joven se acercó al puerto a mirar las enormes naves que llegaban, reclutando carne fresca, hábil, oficiosa, con sed de conquista; la corona quería oro, para la guerra.
Ese él que fue joven, hizo la larga cola en aquel muelle de madera, junto con otros como él y muchos muy distintos, todos, con la esperanza de subirse a un barco y salir para siempre de aquel pequeño pueblo pescador, condenado a la pobreza y el hambre por su resistencia a entrar en la modernidad del siglo XVI.
Tenía entonces 15 años y se embarcó con todas sus posesiones, un morral sucio de manta con algo de ropa, y un costal de limones. Estaba lejos de saberlo, pero esa afición suya de ponerle el cítrico a todo lo que comía, le salvó la vida cuando la mitad de la tripulación murió de escorbuto, y otra cuarta parte de botulismo en altamar.
Lo reclutaron de grumetillo al principio, le tocaba mantener limpia la cubierta con un cubo y un trapeador y hacer las labores de limpieza más básicas. Pero era listo y tenía una manera curiosa de hacerse necesario, aprendió los trucos básicos de marinero rápidamente. Era fuerte y hábil con las cuerdas, características útiles en medio del mar.
Tras la primera tormenta se hizo notar. La falta de marineros suficientes exigió de los pocos que quedaban un esfuerzo casi inhumano para mantenerse a flote. Su ingenio salvó el mástil principal del barco con una rápida maniobra de velas. Eso le ganó un ascenso.
Pero lo que marcó su historia pasaría 4 meses y medio después de estar navegando rumbo a las indias en búsqueda de una ruta más corta para comerciar telas y especias.
La tripulación, mermada a casi 3 cuartas partes, no tuvo ninguna oportunidad ante los corsarios en la batalla. Los piratas caminaron por la borda a todos, incluido el capitán, excepto a este fuerte joven que supo intrigarlos con un “tesoro perdido”, que la corona estaba intentando rescatar de esas aguas.
Era mentira, claro, pero los mercenarios no lo sabían. Y aquel fue el principio de la leyenda.
Hoy, en pleno siglo XXI, conocemos a ese hombre como uno de los más aguerridos y feroces piratas de los siete mares. Y es su fantasma ese que miras, debajo del agua, con tus últimos vestigios de vida, mientras te hundes y ves ondear la bandera negra en el fondo del mar.
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