Revista Libros

Capítulo 06

Publicado el 16 marzo 2015 por Janete M. C. Silva

Capítulo 06

Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo

Instituto Cervanteshttp://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/edicion/parte1/cap06/default.htm

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El cual aún todavía dormía. Pidió las llaves a la sobrina del aposento donde estaban los libros autores del daño, y ella se las dio de muy buena gana; entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos de libros grandes muy bien encuadernados, y otros pequeños; y, así como el ama los vio, volviose a salir del aposento con gran prisa y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo:—Tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros y nos encanten, en pena de las que les queremos dar echándolos del mundo. Causó risa al licenciado la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros, uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego.—No —dijo la sobrina—, no hay para qué perdonar a ninguno, porque todos han sido los dañadores; mejor será arrojarlos por las ventanas al patio y hacer un rimero de ellos y pegarles fuego, y, si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo. Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenían de la muerte de aquellos inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero leer siquiera los títulos. Y el primero que maese Nicolás le dio en las manos fue Los cuatro de Amadís de Gaula, y dijo el cura:—Parece cosa de misterio esta, porque, según he oído decir, este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han tomado principio y origen deste, y así me parece que, como a dogmatizador de una secta tan mala, le debemos sin excusa alguna condenar al fuego.—No señor —dijo el barbero—, que también he oído decir que es el mejor de todos los libros que de este género se han compuesto, y  así, como a único en su arte, se debe perdonar.—Así es verdad —dijo el cura—, y por esa razón se le otorga la vida por ahora. Veamos esotro que está junto a él.—Es —dijo el barbero— Las Sergas de Esplandián, hijo legítimo de Amadís de Gaula. —Pues en verdad —dijo el cura— que no le ha de valer al hijo la bondad del padre. Tomad, señora ama, abrid esa ventana y echadle al corral, y dé principio al montón de la hoguera que se ha de hacer. Hízolo así el ama con mucho contento, y el bueno de Esplandián fue volando al corral, esperando con toda paciencia el fuego que le amenazaba.—Adelante —dijo el cura.—Este que viene —dijo el barbero—, es Amadís de Grecia, y aun todos los de este lado, a lo que creo, son del mismo linaje de Amadís. —Pues vayan todos al corral —dijo el cura—; que a trueco de quemar a la reina Pintiquiniestra y al pastor Darinel y a sus églogas, y a las endiabladas y revueltas razones de su autor, quemara con ellos al padre que me engendró, si anduviera en figura de caballero andante.—De ese parecer soy yo —dijo el barbero.—Y aun yo —añadió la sobrina.—Pues así es —dijo el ama—, vengan, y al corral con ellos. Diéronselos, que eran muchos, y ella ahorró la escalera, y dio con ellos porla ventana abajo.—¿Quién es ese tonel? —dijo el cura.—Este es —respondió el barbero— Don Olivante de Laura.—El autor de ese libro —dijo el cura— fue el mismo que compuso a Jardínde flores, y en verdad que no sepa determinar cuál de los dos libros es más verdadero, o, por decir mejor, menos mentiroso. Sólo sé decir que este irá al corral por disparatado y arrogante.—Este que se sigue es Florismarte de Hircania —dijo el barbero.—¿Ahí está el señor Florismarte?, replicó el cura—. Pues a fe que ha de parar presto en el corral, a pesar de su extraño nacimiento y sonadas aventuras; que no da lugar a otra cosa la dureza y sequedad de su estilo. Al corral con él y con esotro, señora ama.—Que me place, señor mío, respondía ella, y con mucha alegría ejecutaba lo que le era mandado.—Este es El caballero Platir —dijo el barbero.—Antiguo libro es ese —dijo el cura—, y no hallo en él cosa que merezca venia; acompañe a los demás sin réplica. Y así fue hecho. Abriose otro libro, y vieron que tenía por título El Caballero de la Cruz.—Por nombre tan santo como este libro tiene, se podía perdonar su  ignorancia; mas también se suele decir: «tras la cruz está el diablo»; vaya al fuego. Tomando el barbero otro libro dijo: —Este es Espejo de caballerías.—Ya conozco a su merced —dijo el cura—; ahí anda el señor Reinaldos de Montalbán con sus amigos y compañeros, más ladrones que Caco, y los doce Pares con el verdadero historiador Turpín, y, en verdad, que estoy por condenarlos no más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invención del famoso Mateo Boyardo, de donde también tejió su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto, al cual, si aquí le hallo y que habla en otra lengua que la suya, no le guardaré respeto alguno; pero, si habla en su idioma, le pondré sobre mi cabeza.—Pues yo le tengo en italiano —dijo el barbero—, mas no le entiendo. —Ni aun fuera bien que vos le entendiérades —respondió el cura—; y aquí le perdonáramos al señor capitán que no le hubiera traído a España y hecho castellano, que le quitó mucho de su natural valor; y lo mismo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua; que, por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento. Digo, en efecto, que este libro y todos los que se hallaren que tratan de estas cosas de Francia, se echen y depositen en un pozo seco, hasta que con más acuerdo se vea lo que se ha de hacer de ellos, exceptuando a un Bernardo del Carpio que anda por ahí, y a otro llamado Roncesvalles; que estos, en llegando a mis manos, han de estar en las del ama y de ellas en las del fuego, sin remisión alguna.Todo lo confirmó el barbero, y lo tuvo por bien y por cosa muy acertada, por entender que era el cura tan buen cristiano y tan amigo de la verdad que no diría otra cosa por todas las del mundo. Y, abriendo otro libro, vio que era Palmerín de Oliva, y junto a él estaba otro que se llamaba Palmerín de Ingalaterra. Lo cual visto por el licenciado, dijo:—Esa oliva se haga luego rajas y se queme, que aún no queden de ella las cenizas; y esa palma de Ingalaterra se guarde y se conserve como a cosa única, y se haga para ello otra caja como la que halló Alejandro en los despojos de Darío, que la diputó para guardar en ella las obras del poeta Homero. Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una, porque él por sí es muy bueno; y la otra, porque es fama que le compuso un discreto rey de Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda son bonísimas y de grande artificio, las razones cortesanas y claras, que guardan y miran el decoro del que habla con mucha propiedad y entendimiento. Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor maese Nicolás, que este y Amadís de Gaula queden libres del fuego, y todos los demás, sin hacer más cala y cata, perezcan.

—No, señor compadre, replicó el barbero—; que este que aquí tengo es el afamado Don Belianís.

—Pues ese —replicó el cura—, con la segunda, tercera y cuarta parte, tienen necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólera suya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de la Fama y otras impertinencias de más importancia, para lo cual se les da término ultramarino, y, como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o de justicia; y, en tanto, tenedlos vos, compadre, en vuestra casa; mas no los dejéis leer a ninguno.

—Que me place —respondió el barbero. 

Y sin querer cansarse más en leer libros de caballerías, mandó al ama que tomase todos los grandes y diese con ellos en el corral. No se dijo a tonta ni a sorda, sino a quien tenía más gana de quemarlos que de echar una tela, por grande y delgada que fuera, y, asiendo casi ocho de una vez, los arrojó por la ventana. Por tomar muchos juntos, se le cayo uno a los pies del barbero, que le tomó gana de ver de quién era, y vio que decía: Historia del famoso Caballero Tirante el Blanco. —¡Válgame Dios! —dijo el cura, dando una gran voz—; ¡que aquí esté Tirante el Blanco! Dádmele acá, compadre, que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempo. Aquí está don Quirieleisón de Montalbán, valeroso caballero, y su hermano Tomás de Montalbán, y el caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante hizo con el alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los amores y embustes de la viuda Reposada, y la señora Emperatriz, enamorada de Hipólito su escudero. Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es este el mejor libro del mundo; aquí comen los caballeros y duermen y mueren en sus camas y hacen testamento antes de su muerte, con otras cosas de que todos los demás libros de este género carecen. Con todo eso, os digo que merecía el que le compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida. Llevadle a casa y leedle, y veréis que es verdad cuanto de él os he dicho.—Así será —respondió el barbero—; pero, ¿qué haremos de estos pequeños libros que quedan?—Estos —dijo el cura—, no deben de ser de caballerías, sino de poesía. Y, abriendo uno, vio que era La Diana de Jorge de Montemayor, y dijo, creyendo que todos los demás eran del mismo género:—Estos no merecen ser quemados como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho; que son libros de entendimiento, sin perjuicio de tercero.—¡Ay, señor! —dijo la sobrina—, bien los puede vuestra merced mandar quemar como a los demás, porque no sería mucho que, habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo estos se le antojase de hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y, lo que sería peor, hacerse poeta, que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza.—Verdad dice esta doncella —dijo el cura—, y será bien quitarle a nuestro amigo este tropiezo y ocasión de delante. Y pues comenzamos por La Diana de Montemayor, soy de parecer que no se queme, sino que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y casi todos los versos mayores, y quédesele en hora buena la prosa y la honra de ser primero en semejantes libros.—Este que se sigue —dijo el barbero—, es La Diana, llamada segunda, del Salmantino, y este, otro que tiene el mismo nombre, cuyo autor es Gil Polo.—Pues la del Salmantino —respondió el cura— acompañe y acreciente el numero de los condenados al corral, y la de Gil Polo se guarde como si fuera del mismo Apolo; y pase adelante, señor compadre, y démonos prisa, que se va haciendo tarde.—Este libro es —dijo el barbero abriendo otro— Los diez libros de Fortuna de Amor, compuestos por Antonio de Lofraso, poeta sardo.—Por las órdenes que recibí —dijo el cura—, que, desde que Apolo fue Apolo y las musas musas y los poetas poetas, tan gracioso ni tan disparatado libro como ese no se ha compuesto, y que, por su camino, es el mejor y el más único de cuantos de este género han salido a la luz del mundo; y el que no le ha leído puede hacer cuenta que no ha leído jamás cosa de gusto. Dádmele acá, compadre; que precio más haberle hallado que si me dieran una sotana de raja de Florencia. Púsole aparte con grandísimo gusto, y el barbero prosiguió diciendo:—Estos que se siguen son: El Pastor de Iberia, Ninfas de Henares y Desengaños de celos.—Pues no hay más que hacer —dijo el cura—, sino entregarlos al brazo seglar del ama, y no se me pregunte el por qué, que sería nunca acabar.—Este que viene es El Pastor de Fílida.—No es ése pastor —dijo el cura—, sino muy discreto cortesano; guárdese como joya preciosa.—Este grande que aquí viene se intitula —dijo el barbero— Tesoro de varias poesías.—Como ellas no fueran tantas —dijo el cura—, fueran más estimadas; menester es que este libro se escarde y limpie de algunas bajezas  que entre sus grandezas tiene; guárdese porque su autor es amigo mío y por respeto de otras más heroicas y levantadas obras que ha escrito.—Este es —siguió el barbero— el Cancionero de López Maldonado.—También el autor de ese libro —replicó el cura— es grande amigo mío, y sus versos en su boca admiran a quien los oye, y tal es la suavidad de la voz con que los canta, que encanta. Algo largo es en las églogas, pero nunca lo bueno fue mucho; guárdese con los escogidos. Pero, ¿qué libro es ese que está junto a él?—La Galatea de Miguel de Cervantes —dijo el barbero.


—Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención; propone algo y no concluye nada. Es menester esperar la segunda parte que promete; quizá con la enmienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega, y, entretanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada, señor compadre.

—Que me place —respondió el barbero—. Y aquí vienen tres, todos juntos: La Araucana de don Alonso de Ercilla, La Austriada de Juan Rufo, jurado de Córdoba, y El Monserrate de Cristóbal de Virués, poeta valenciano.


—Todos esos tres libros —dijo el cura— son los mejores que en verso heroico en lengua castellana están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia; guárdense como las más ricas prendas de poesía que tiene España. Cansose el cura de ver más libros, y así, a carga cerrada, quiso que todos los demás se quemasen; pero ya tenía abierto uno el barbero que se llamaba Las Lágrimas de Angélica.

—Lloráralas yo —dijo el cura, en oyendo el nombre—, si tal libro hubiera mandado quemar; porque su autor fue uno de los famosos poetas del mundo, no sólo de España, y fue felicísimo en la traducción de algunas fábulas de Ovidio.


Preguntas para acercarse a la obra
06 ¿Escribió Miguel de Cervantes el 'Quijote' en la cárcel?
Así lo dice en el prólogo de la primera parte: "Se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento". Pero quizá es sólo una metáfora del mundo o alude a lo que le enseñó esa experiencia.
http://elpais.com/diario/2004/12/19/eps/1103441210_850215.html
Frases de Don Quijote
El sueño es el alivio de las miserias para los que las sufren despiertos.
De altos espíritus es apreciar las cosas altas.
Después de las tinieblas espero la luz.
Donde está la verdad está Dios.
Resumen del capítulo 06:
Estando don Quijote aun durmiendo, el cura le pidió al ama las llaves del lugar donde estaban los libros que había leído el hidalgo. Al recibirlas entraron todos en aquel lugar y encontraron allí más de cien libros muy bien encuadernados, algunos grandes y otros pequeños. El ama salió del aposento y volvió con una vasija de agua bendita y le pidió al cura que la esparciera por el lugar para impedir que algún tipo de encanto les impidiera de tirar los libros al mundo. En eso el licenciado se rio por la simplicidad del ama y le pidió al barbero que le fuera entregando los libros uno a uno para saber de qué asunto trataban, porque quizás algunos de ellos no merecían el castigo del fuego. Sin embargo tanto la sobrina de don Quijote como el ama creían que todos ellos dañosos y debían ser quemados. Y así al realizar tal escrutinio en aquellos ejemplares, el primer libro que le entregó el barbero al cura fue uno de Amadis de Gaula, el primer libro de caballería que se imprimió en España del que se originó los demás. Y Así tanto el barbero como el cura lo perdonaron por creer que aquel era el mejor de su género. Y siguieron en esta tarea unas veces estando de acuerdo en tirarlos al fuego y otras veces no.
Los que fueron condenados: Las Sergas de Esplandián, Amadís de Grecia, Don Olivante de Laura,  Florismarte de Hircania, El caballero Platir, El Caballero de la Cruz, Espejo de caballerías, Reinaldos de Montalbán, Turín, Libros de versus en otra lengua, Libros que tratan de cosas de Francia, Palmerín de Oliva, La Diana de Salmantino, El Pastor de Iberia, Ninfas de Henares y Desengaños de celos.
Los que fueron perdonados: Además de Amadís de Gaula, Bernardo del Carpio, Roncesvalles, Palmerín de Ingalaterra, Belianís con la 2ª, 3ª y 4ª parte, Caballero Tirante el Blanco, por ser este una obra que contenía un tesoro y por tener un estilo impresionante puesto que para el cura aquel era el mejor libro del mundo. Además le motivó al barbero a leerlo. La Diana de Montemayor porque era un libro de poesías que no merecía la muerte por contribuir a que nadie perdiera el juicio, pero la sobrina de don Quijote creía lo contrario y temía que aquellos libros al igual que los demás también contribuyeran a que su tío tras recuperarse de la enfermedad caballeresca se contaminase con aquellos. Así que el cura decidió no quemarlo sino sacarle algunas partes dejando apenas lo que él creía ser lo ideal. También La Diana de Gil Polo, Los diez libros de la Fortuna, El Pastor de Fílida, Tesoro de varias poesías, El Cancionero de López Maldonado, La Galatea de Miguel de Cervantes, La Araucana de don Alonso de Ercilla, La Austriada de Juan Rufo, jurado de Córdoba, El Monserrate de Virués, por ser considerados por el cura, los mejores libros que en versos heroicos en lengua castellana habían sido escritos y también porque podían competir con los más famosos de Italia. Así que estos se debían guardar como las más ricas prendas de poesía que tenía España. Después de cansarse tanto de ver libros, el cura dio por encerrada la tarea y mandó quemar todos los demás, menos a uno que encontró porque ya tenía en manos uno abierto que se llamaba y Las lágrimas de Angélica porque aquel había sido un libro compuesto por uno de los poetas más famosos del mundo que incluso había tenido mucho éxito en la traducción de algunas fábulas de Ovidio y el propio cura lloraría mucho si lo hubiera mandado quemar.
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