"20 años, 20 historias"-Capítulo 3: Comentarios y Trolls
Dice el refrán castellano que quién dice las verdades, pierde las amistades, pero cuando empecé a decir (mis) verdades desde esta solitaria atalaya, amistades pude perder pocas; más que nada porque por aquellos días de febrero y marzo de 2005 no me leía ni el tato y, por tanto, pocas "amistades" iba a perder. Sin embargo, los días fueron pasando con una producción bloguera prácticamente diaria derrochando opiniones personales sobre todo lo que se meneaba en los medios de comunicación y que, por costumbre, me ponían los niveles de indignación más altos que los precios de las quisquillas. Unos "posts" que escribía en el tiempo que me quedaba entre que acababa de comer en casa y abría la tienda a las 5 de la tarde. Una hora aproximadamente que me daba más que suficiente para redactarlos y colgarlos, habida cuenta que el proceso de documentación y de formateo se reducía, en el mejor de los casos, a ver el telediario y a colgar una foto. La digestión posterior de esta información daba como resultado el regurgitado a toda castaña de mis pensamientos en la pantalla.
Sea como sea, hemos de tener en cuenta que, en aquellos momentos, no existían las redes sociales que conocemos hoy. A parte de las listas de correo (que a la mínima que fueran más de una docena contestando, la cuenta de correo quedaba colapsada) y los chats de IRC que, utilizando programas concretos ( ChatZilla, por ejemplo) accedías a un árido directorio de conversaciones, el panorama virtual, más allá de las webs, era auténticamente desolador. Prometedor, pero desolador.
En este páramo digital, la aparición de los blogs significó una bocanada de aire fresco y, en mi caso, a cada artículo que colgaba, iba llegando cada vez a más amigos y amigas blogueras que, en un ejercicio de reciprocidad, nos íbamos comentando y enlazando nuestros propios blogs. Los blogs se convirtieron en los muros de los perfiles en una época en que, al menos en España, Facebook o Twitter no estaban generalizados.
Así las cosas, mis primeros escritos en Blogger sintetizaban de forma crítica y ácida la actualidad del momento, pero manteniendo en todo momento las formas y el estilo que me caracterizan en mi vida diaria: puedo estar todo lo indignado que quiera, pero mi concepto de la equidad, la justicia y el idealismo no me hacen perder (al menos hasta ahora) un horizonte de respeto para quien tengo delante. Ello no me impide expresarme con total libertad y comodidad, ya que considero que el insulto es simplemente el último recurso de la impotencia y, por desgracia, el recurso fácil para las mentes cortas de recursos lingüísticos e intelectuales. Una forma de pensar que en estos días de fake news y barriobajerismo digital desbocado, por desgracia no es la norma.
En esta situación, los comentarios dando su apoyo a lo que expresaba en mis escritos se multiplicaron, creando una comunidad de blogueros que, cada cual a su manera y en la medida de sus posibilidades, daba rienda suelta a sus inquietudes. Personajes como Laceci, Malaputa, Odyseo, Oserlaj, Haters (un pusilánime, lo diré siempre), Mr.Celofan, Scape95... y tantos otros que se se convirtieron en asiduos de Memento Mori! Por desgracia, de todos aquellos amigos y amigas que hice en aquellos primeros días, no tengo contacto con ninguno de ellos, fruto de las circunstancias personales de cada uno. Unos abandonaron los blogs, otros se dieron de baja, otros, aún activos, espacian demasiado sus publicaciones y no atienden mis comentarios... en fin... los grupos que, como las sardanas, se hacen y se deshacen... también en la blogosfera.
Sea como sea, los artículos que colgaba se llenaban de comentarios, hasta el punto que, durante el primer año ( 185 artículos) tenían un promedio de 3,88 comentarios cada uno, donde cada uno decía lo que le parecía. Unos me daban la razón, otros en absoluto y otros hacían algún comentario irónico que despertaba una sonrisa y hacía agradable el seguir escribiendo, aunque el día a día poco invitase a hacer bromas. Sin embargo, no todo eran " buenos rollos", ya que había una cierta cantidad de "comentaristas" que no solo se oponían a mi punto de vista (algo normal si eras del colectivo al que le había tocado recibir en el artículo de turno), sino que buscaban la brega y el bajo instinto como forma de boicotearte: los conocidos como " trolls".
La idea que tengo de participación en los comentarios es que todo el mundo puede decir lo que le parezca, siempre y cuando se defienda con buenas maneras y con respeto, ya que lo censurable en ningún caso son las ideas, sino las formas. En esta situación, y a menos que sobrepasases estos límites , no iba a aplicar ningún tipo de censura y más si tenemos en cuenta que yo soy el dueño del chiringuito y siempre tengo la última palabra. Los trolls, que se caracterizan por utilizar cuentas anónimas desde donde despotricar más y mejor sin mostrar su verdadera cara (no fuera que se la girasen siete veces si los pillan, claro), destacan por desbarrar y oponerse a lo que sea para provocar al autor o contertulios y hacerlos bajar al lodo más inmundo. A veces lo consiguen, porque es muy difícil que el común de los mortales se inhiba de replicar según qué imbecilidades.
Llegado este punto, como saben bien en las artes marciales, a veces, hasta una raya de lápiz es suficiente para tumbar un mastodonte y, dado que al gilipollas es imposible ganarlo con gilipolleces a no ser que seas más gilipollas que él, les daba las gracias por su visita, por dejar su opinión y los invitaba a volver a visitarme. O lo que es lo mismo, que dejaba al tonto por tonto. Y os aseguro que pocas cosas les gustan menos a estos individuos que hacer el tonto (y sentirse como tal) en público. Posiblemente no queda muy épico, pero os aseguro que funciona. Eso sí, en caso que me explayara con ellos, o era de forma irónica -cosa que los desarmaba pero les cabreaba la mar- o era porque aquel día estaba guerrero y me apetecía desahogarme.
No obstante, cuando en uno de los artículos hubo una profusión anormalmente elevada de trolls, y me soplaron un "valiente hijo de puta" para empezar, algo me puso sobre aviso... y cuando me informaron de lo que pasaba, lo comprendí todo.
La semana que viene os lo explico.