Revista Diario
Para mí, la vuelta al cole es un suplicio. En eso, soy un bicho raro. Los demás padres suspiran porque vuelva a comenzar la rutina. Y a mí se me ponen los pelos como escarpias. No sólo porque eso significa que voy a tener que volver a batallar diariamente con los deberes del Terro y Susanita - sobre todo, de ella - sino por (como bien ha contado MadreYMás en este post) el agujero negro en nuestra cuenta corriente que deja la vuelta al cole (con uniformes, material, libros...). Este año, una amiga mía me dijo dónde podía conseguirlos más baratos, así que, armada con la lista del colegio, fui a buscar el material. "Ceras blandas marca C modelo X 8 mm (caja de 12 ceras)". Esto va a estar chupado. Me dirijo a la sección donde pone ceras. Hay alrededor de cien tipos distintos. De la marca C hay como cuarenta. De ellas, casi un tercio son blandas. Cuando encuentro las de 8 mm, la caja sólo trae 6. "A ver, Jomeini" - me digo a mí misma - "Respira profundo. Tienes una carrera, dos especialidades y sobrevives diariamente a dos niños y un marido traumatólogo. No puede ser tan difícil buscar unas cochinas ceras blandas" - Perdone - le pregunto al dependiente - Estoy buscando estas ceras. - ¡Ah, sí! Están en aquella sección de allí. Son ceras. Si son ceras, tienen que estar con las ceras, no donde las carpetas. Vamos, digo yo. Pero me callo y las cojo con un "gracias" musitado. Siguiente paso: "16 libretas grapadas 32 hojas marca A cuadro de 3 mm tamaño 4º" . Si las ceras eran dos estanterías completas, lo de las libretas es una manifestación de principios. Estanterías y estanterías llenas de libretas de diferentes tipos. Grandes, chicas, grapadas, sin grapar, con Justin Bieber sonriéndote como un gilipuertas en la portada, sin Justin Bieber...en fin, os podéis imaginar. Cuando consigo localizar la marca A de 3 mm grapada, resulta que todas las libretas son de 45 páginas. Dilema mayor que el que tiene Paris Hilton al enfrentarse a su armario de zapatos cada mañana. Al final, me decido por esas. Y a la porra la lista. Llevo en ese plan una hora aproximadamente, cuando suena una voz femenina por la megafonía: "Se comunica a los señores clientes que el cierre de caja tendrá lugar en diez minutos". AAAAAAAAAHHHHH. ¿QUÉÉÉÉÉÉÉÉÉ DICEEEEEEEEEE? Miro el carro con el fondo lleno de ceras blandas marca C modelo X de 8 mm, lápices de colores marca F modelo B y libretas grapadas marca A de 3 mm con 45 hojas y la lista del cole donde hay tropecientas cosas más y me siento desfallecer. - Oiga - le digo al dependiente de antes - ¿a qué hora abren ustedes de nuevo? - A las 16.00 h. - Y ¿puedo dejar el carro aquí y volver luego a seguir llenándolo? Él me mira, algo asustado. Supongo que porque, en el interín de buscar las ceras, me tiré un poco de los pelos y, entre eso y mi angustia vital, debo parecer la prima de Melendi. - Sí, sí, claro - me responde, como a los locos. A las 16.00 h, puntual como un reloj, prosigo la tortura. - Un bote de témpera - dice la lista. Ah, vale, en esto no se han puesto exquisitos. Ni marca tal, ni modelo cual. Cojo uno y, cuando voy 3 artículos más allá, leo: "Dos botes de témpera". ¿En qué quedamos? Vuelvo atrás y cojo dos más. "Un bote de cola pequeño" Sólo leerlo me produce escalofríos. ¿Son conscientes las seños de la que puede liar el Terro con un bote de cola (aunque sea pequeño)? Pero, como la lista lo pone, yo obedezco. Dos horas más tarde, salgo. Con el carro lleno y el bolsillo vacío. Doy un suspiro de alivio al sentarme al volante, hasta que me doy cuenta de que cuando llegue a casa tendré que etiquetar uno a uno todos los artículos que llenan mi maletero. NOOOOOOOOOOO