Capítulo Cinco
La luz del sol de Xerxes, débil pero constante, iluminaba la superficie del pequeño planeta mientras Aidan comenzaba su recorrido rutinario por el sector sur de su hábitat. Su vehículo lunar, un aparato diseñado para moverse sobre la superficie rocosa, avanzaba lentamente por el paisaje desolado. Estaba familiarizado con cada piedra, cada pequeña inclinación del terreno; todo le resultaba familiar, hasta que algo a lo lejos rompió la monotonía.
Era una pequeña silueta en la distancia, una forma oscura que contrastaba con la superficie grisácea de Xerxes. Aidan frunció el ceño, sus ojos se estrecharon en un intento de enfocar mejor. Esa figura parecía moverse. Y entonces, para su asombro, la figura emergió claramente: un humano.
Aidan se detuvo, sintiendo un nudo de sorpresa y desconcierto en su estómago. Apagó el motor del vehículo y, sin hacer ruido, se agachó detrás de una formación rocosa, observando al desconocido. Vio como el humano, cuya identidad era indistinguible desde esa distancia, se inclinaba para recoger muestras del suelo.
Fue entonces cuando lo impensable sucedió. El suelo pareció abrirse y el humano desapareció en su interior. Aidan parpadeó, incapaz de creer lo que acababa de presenciar. ¿Había estado ese acceso allí todo este tiempo sin que él lo supiera?
Intrigado, se acercó cautelosamente a la ubicación. Su corazón latía con fuerza en su pecho, mientras sus ojos recorrían el suelo, buscando señales del extraño acceso. Pero no encontró nada, solo el terreno liso y rocoso que siempre había conocido.
Cuando la tarde llegó, Aidan esperó a Elara con una ansiedad que hacía mucho tiempo no sentía. En cuanto ella aterrizó, corrió hacia ella, tomándola en sus brazos. Pero en lugar del habitual saludo cariñoso, sus palabras fueron atropelladas y ansiosas.
- Elara, tienes que escucharme. Algo increíble ha sucedido.
Ella lo miró con sorpresa y preocupación. Nunca lo había visto tan agitado.
- ¿Qué sucede, Aidan? -preguntó, su rostro reflejaba su preocupación.
- Hoy, durante mi recorrido rutinario, vi a alguien… O algo. Parecía humano y… -hizo una pausa, luchando por mantener la calma- Y desapareció en el suelo.
Elara lo miró perpleja, tratando de asimilar lo que él estaba diciendo. ¿Un humano? ¿En Xerxes? Las implicaciones de sus palabras, la posibilidad de que no estuvieran solos en ese pequeño planeta, era algo que ninguno de los dos podía ignorar. La sorpresa de Elara dio paso a la determinación y, juntos, decidieron descubrir qué estaba ocurriendo realmente en Xerxes.
Las jornadas que siguieron estuvieron llenas de conjeturas e incertidumbre. El hallazgo de Aidan había añadido un elemento inesperado y confuso a su ya complicada realidad. Se pasaban horas hablando de ello, tratando de encajar las piezas en el gran rompecabezas que se estaba convirtiendo su existencia en Xerxes.
«¿Podría ser que hayan enviado otra misión de exploración sin informarnos?», planteó Elara una tarde mientras observaban el atardecer marciano desde el ventanal del habitáculo. El color rojo intenso de las puestas de sol en Xerxes siempre le parecía hipnótico, pero hoy sus pensamientos estaban demasiado ocupados como para apreciarlo.
Aidan, apoyado contra la pared de cristal, se encogió de hombros. «Eso sería inusual. Además, ¿por qué ocultarlo? ¿Y por qué no se me ha informado de ello? Como el único residente permanente de Xerxes, debería ser el primero en saberlo.»
«¿Y si se trata de algo… clandestino?», propuso Elara, frunciendo el ceño. «Sabes, como una operación encubierta. O alguien que está aquí en secreto por alguna razón.»
Aidan la miró, considerando su sugerencia. «No lo sé. Eso implicaría una gran conspiración. ¿Por qué alguien querría hacer algo así? ¿Y por qué aquí, en Xerxes, de todos los lugares?»
Pero a pesar de sus dudas, no pudieron descartar esa posibilidad. Era cierto que, dados los recursos y la tecnología disponibles, la idea de una operación encubierta no era del todo improbable. Pero si eso era cierto, entonces ¿quién estaba detrás de todo esto? ¿Y cuáles eran sus motivos?
Todas estas preguntas llenaban sus días y sus noches, alimentando una inquietud que no conseguían apaciguar. Pero ambos sabían que no podían quedarse simplemente con las manos cruzadas. Tenían que descubrir la verdad, por muy perturbadora que pudiera ser.
Sin embargo, lo que ninguno de ellos sabía es que la respuesta a sus interrogantes estaba más cerca de lo que pensaban, en los documentos que Elara había traído desde la Tierra y que aún no habían tenido tiempo de revisar…
Una semana después de haber visto a la misteriosa figura, Aidan decidió que tenía que investigar más. Durante su próxima exploración en la zona sur, caminó deliberadamente hacia el área donde había observado a la persona y la compuerta subterránea.
El suelo de Xerxes crujía bajo sus botas, una combinación de tierra y roca marciana que siempre le parecía curiosamente terrosa. Las formaciones rocosas, que una vez habían sido extrañas y exóticas, se habían convertido en su hogar, con cada grieta y hendidura tan familiar para él como las líneas de su propia mano.
Llegó al lugar donde había visto a la figura, un pequeño valle rodeado de montículos de tierra. Se detuvo a cierta distancia, sus ojos barrían el paisaje buscando cualquier señal de la compuerta o de la figura.
No vio nada.
Intrigado, se acercó más, estudiando el suelo con cautela. Se preguntó si podría haberse confundido sobre la ubicación, pero no, él estaba seguro de que era aquí. Había un grupo distintivo de rocas a su derecha que recordaba haber visto el día del descubrimiento.
Entonces, ¿dónde estaba la compuerta? ¿Y la figura?
Aidan pasó el resto del día explorando el área, buscando alguna señal de la compuerta subterránea, pero fue en vano. No había ni rastro de la compuerta ni de la misteriosa figura.
Perplejo y cansado, Aidan finalmente decidió regresar a la base. Su mente estaba llena de preguntas y ninguna respuesta. ¿Era posible que se hubiera imaginado todo? ¿O estaba pasando algo más, algo que no podía entender?
Esa noche, compartió sus frustraciones con Elara. Ella lo escuchó en silencio, su expresión preocupada y pensativa.
«Eso es extraño», admitió cuando él terminó. «¿Crees que podrías haberlo soñado?»
Aidan negó con la cabeza. «No, era real. Estoy seguro de ello.»
Entonces se quedó en silencio, ambos perdidos en sus pensamientos. La única certeza era que algo inusual estaba ocurriendo en Xerxes, y tendrían que descubrir qué era.
Por ahora, todo lo que podían hacer era esperar y estar atentos. Después de todo, como había aprendido Aidan durante su tiempo en Xerxes, nunca se sabe lo que un nuevo día podría traer…