Revista Libros

Capítulo diez de "regeneración".

Por Gusmar Carleix Sosa Crespo @gusmarsosa

A continuación comparto una parte del capítulo diez (Presagio), de mi novela Regeneración. En unas semanas la novela estará disponible a través de Amazon y otros portales…
El fuerte sonido la despertó agitada, sorda y temblorosa. De un golpe levantó la mitad de su cuerpo quedando sentada sobre la cama intentando descifrar lo que pasaba. Una neblina espesa había inundado su habitación, le dificultaba la respiración, se ahogaba. No era neblina, era polvo. Agudizó la mirada, con sus manos intentó deshacer la densa niebla de polvo que la agobiaba. El terror aumentó, no podía creer lo que veía.
La pared que separaba su habitación de la sala estaba derrumbada, el techo de la vivienda se había venido abajo, sólo quedaba un pedazo sobre ella, notablemente falseando como amenazando con caerle encima, podía ver que el otro extremo de la casa estaba en ruinas. No pudo evitar una agonizante tos. Sus piernas no respondían a la orden de levantarse, pensó en sus padres.
¿Dónde estarían? ¿Qué había pasado? ¿Qué era ese humo negro que oscurecía el cielo?
Desde su cama vio hacia la selva que rodeaba la urbanización las Acacias. Creyó ver una especie de fuego avanzando entre los arbustos. Pensó que eran los nervios. Un sonido agudo le devolvió el sentido del oído y al instante escuchó crujir el techo sobre ella, saltó de la cama con un impulso y agilidad producto de su disciplina en el gimnasio, y el techo cayó sobre la cama haciéndola pedazos. Escuchaba explosiones, pero menos ruidosa a la que interrumpió su sueño y la hizo despertar. Seguía escuchando el sonido agudo, era una alarma de emergencia, poco a poco iba comprendiendo, aunque confundida.
¿Estamos en guerra? ¿Nos están atacando?
Salió de lo que había sido su habitación, asombrada, saltando entre los escombros, mirando alrededor. La escena era apocalíptica, muchas casas de la urbanización estaban sin fachadas, algunas personas salían heridas a la calle, sangrando, desorientados.  Se agrupaban en la plaza frente a su casa, y desde allí todos miraban hacia el sur con asombro y terror en el rostro.
Escuchó las sirenas de los camiones de bomberos.
¿Blancos de una bomba nuclear? ¿Qué tan lejos había sido el impacto? ¿Se estarían haciendo realidad sus pesadillas de guerras?
El miedo crecía y atacaba su estómago, sintió un frío recorriéndole la pierna derecha y entonces notó la herida, era leve, un rasguño tal vez hecho con los escombros o quizás un trozo del techo le había caído estando en la cama y no lo sintió hasta ahora por el pánico.
Volvió a su casa, rasgó una tela y con ella cubrió su herida amarrándosela alrededor de la pierna. Recordó a sus padres adoptivos, no los vio afuera donde se agrupaban atemorizados sus vecinos. Corrió entre los escombros buscándolos, entró a la cocina y era un caos. Dos habitaciones se habían desplomado por completo, la sala era un cementerio de escombros, las lágrimas golpearon desde su estómago, ensancharon su garganta, inundaron sus ojos hasta rodar cuesta abajo por sus mejillas.
Mileidys Bermúdez no podía creer que sus padres adoptivos habían sido tapiados por los escombros, no podía aceptar que estuvieran muertos. Entre los escombros vio una de las fotografías que con orgullo los Bermúdez mostraban en el interior de la sala, era ella en medio de ellos, la foto la habían tomado el día de su adopción, a sus doce años. Habían pasado seis años y ella se sentía feliz y en familia junto a ellos. Se ganaron su confianza, con cariño, con atención. Y el único secreto que decidió guardar era el de sus sueños. En sus sueños veía escenas de su infancia, y aunque no recordaba mucho de su niñez tenía la convicción de que así era. También tenía sueños que se cumplían, hasta el momento nada alarmante, sin embargo, algunos sueños eran pesadillas monstruosas y se preguntaba si acaso esas también se cumplirían.
Les habría contado sus sueños y su teoría sobre ellos a sus padres, pero sabía que ellos la llevarían a algún psicólogo, se preocuparían mucho por su salud mental. Ya la habían inscrito en ballet, karate y natación, por el interés de que pudiera desarrollar habilidades productivas, también la inscribieron en una universidad privada, proveyéndole lo necesario para su desarrollo académico. El ambiente familiar era celestial, jamás imaginó que de ser adoptada podría estar en un hogar como ese. Y ahora, una vez más, todo cuanto amó está derrumbado, sólo quedan ruinas.
Con los ojos fijos en la fotografía recordó que Nelson y doña Estílita no habían dormido esa noche en casa, el día anterior habían decidido visitar a sus padres en el campo y ella se quedó porque debía presentar exámenes al amanecer. Al instante escuchó sirenas acercándose a la urbanización, se asomó detrás de la única pared que quedaba en pie, componentes militares se dirigían a Las Acacias. Corrió hacia la plaza, el pánico se adueñó de ella una vez más, decidió abandonar el grupo de heridos que estaban reunidos allí, escuchó comentarios que insinuaban que otra explosión podía ocurrir, aún sin entender qué pasaba corrió a las afueras de la urbanización, sin dejarse ver por los militantes de la Guardia Nacional. Entre callejones y veredas se alejó, viendo las calles abarrotadas de autos, también veía cómo algunas personas invadían locales comerciales para saquearlos.
Mientras avanzaba escuchó rumores de lo que ocurría, no era una guerra, no se trataba de una bomba nuclear, era la Planta Amuay, algo había sucedido allá. Veía grupos pequeños de personas que corrían en dirección contraria, dirigiéndose a la planta. Decidió cambiar su rumbo y unírseles. A medida que se acercaba podía ver el incendio crecer en una de las áreas de la planta, también una pared inmensa de humo negro que vestía el cielo como marcando una imponente división en el horizonte. Escuchaba las historias de algunos que se lamentaban, lanzaban plegarias con un “dios mío sálvalo”.
-Mi esposa no debía estar allí. Le correspondían sus vacaciones la semana pasada y acordamos que las dejaría para pedirla de manera que pudiéramos disfrutar en nuestro aniversario de bodas.
Mileidys miró al señor que le hablaba. Un hombre de entre treinta y treinta y cinco años, su rostro reflejaba agonía. Le contó que planeaban tener un bebé pronto, que ella era su vida, que no sabía que sucedería si ella no sobrevive.
-Salí de casa antes que los militares llegaran y me obligaran a evacuar llevándome quién sabe a dónde. No tiene sentido ningún lugar sin ella.
Le pareció romántico el gesto, pero no sabía si podía sentir ternura en un momento como ese. Se preguntó a sí misma qué hacía caminando hacia la planta, todas esas personas tenían a alguien allá, nadie podría estar caminando hacia la planta por mera curiosidad, sin duda el lugar era una bomba de tiempo, o al menos eso se rumoraba entre la gente con la que iba.
¿Qué hacía caminando hacia una bomba de tiempo? ¿Por qué no se devolvía y se montaba en uno de los vehículos de la Guardia Nacional dispuestos para la evacuación? ¿Cómo estarían Nelson y Estilita?
Seguro ellos estarían angustiados, averiguando qué sucedió, intentarían entrar al pueblo, la Guardia Nacional no les permitiría el paso, desesperado intentarían explicarle a uno de los funcionarios que su hija estaba en el pueblo, que querían buscarla, la angustia sería indescriptible, ella los conoce. Se enterarían que hay un campamento para refugiar a los evacuados, irían hasta allá, al no encontrarla la angustia sería mayor. Pensó en volver, pero sentía que debía llegar hasta la planta....

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