Llego la semana navideña y decidí comprarle un regalo. Como no se lo iba a poder entregar en mano, se me ocurrió dejarlo en la guardia del country en el que alguna vez se le escapo mencionar que vivía.
Al principio mis amigos opinaban muy poco. Especialmente Santiago con quien solemos actualizarnos diariamente. Es con el único que vale la pena conversar un poco todos los días ya que siempre hay historias para compartir.
Continuamente en algo, Solana para mis amigos, no era más que otra boludes en que la me metía. Sin embargo, cuando les mencioné que iba a comprarle un regalo navideño, las miradas cambiaron.
Pancho, por otro lado, era el único que también estaba sin compromiso. Así que ese año decidimos irnos al campo entre navidad y año nuevo. Eran varios días me acuerdo, casi una semana ya que justo cayó jueves. Como contábamos con mayor flexibilidad, nos fuimos los tres y a los dos días cayeron algunos más.
Salimos el mediodía del 25, después de noche buena. Me acuerdo que me llamo el 24 para desearme felices fiestas. Conversamos un rato y le mencioné que tenía un regalo para ella. Murió de curiosidad y trato de convencerme para que le diga que era, pero no pasó de ahí. Si obtener el regalo dependía de un encuentro, huía. Actitud que me hizo enojar, así que finalmente lo guarde y nunca se lo llevé.
Pero si cometí otra locura. Un par de semanas atrás quería enviarle un archivo al email pero su dirección de Hotmail rebotaba por el tamaño. Entonces la ayude a crearse un correo de Gmail dónde no tendría problemas. A partir de ahí, empecé a mandarle cosas a Gmail sin avisarle. Si se acordaba de revisar bien y sino también. Antes de salir al campo le grabe un mensaje en mi contestador telefónico y deje mi clave para que pudiera acceder en un correo a su nueva cuenta.
Llegamos al campo de Pancho a la tardecita. El lugar es increíble. Comodidad absoluta, silencio, celulares que apenas tienen señal. El internet comienza a provocar su abstinencia rápidamente. Y lo mejor: El momento del año. Una vez que llega navidad todo termino. Es un increíble espacio para hacer una retrospectiva de los últimos 12 meses. Y encima, para nosotros tres, picantes 12 meses habían tocado.
Pancho se había separado recientemente después de una relación de 6 o 7 años. Tipo conservador, apenas se ubicaba en este nuevo rol. Igualmente era copado contar con él. Se mostraba contento como nunca antes lo habíamos visto. Santiago… ¡bueh! Después de una década de idas y vueltas aunque siempre acompañado, se reindentificaba así mismo en su primer paréntesis de teórica soledad, desde comienzos de otoño.
Luego llegaron dos exiliados más para completar cinco. Los otros cinco no pudieron venir por motivos de pollera. Asados, caballos, pileta, caminatas, pool, cuatriciclo, TEG y, como siempre, muchas charlas. De los que llegaron después, uno se estaba por casar en unos meses y el otro de novio desde los 19 con la misma mina. Era un contexto ideal para debatir. Todas visiones diferentes.
Si hubiera podido grabar esas conversaciones, los argumentos que cada uno expuso y compararlo con lo que ocurrió después… Cuán ciegos somos a veces en asumir nuestras creencias como el pronóstico perfecto de nuestro futuro. “Toda convicción es una cárcel” dijo alguien por ahí.
Y mi convicción en ese entonces era Solana. El estar día y noche junto a alguien revela nuestros pensamientos, deseos y necesidades de una manera mucho más evidente. Es más difícil ocultarnos. Por eso, al cabo de unos días, era ella la única mina a la que hacía referencia. Mencionarla generaba la misma sensación que pensarla antes de dormir. Es una forma de “sentir” para compensar con escasa satisfacción, la frustración de extrañarla.
Una noche, pensando cómo hacer para salir de la trampa en la que me había metido, se me ocurrió escribirle algo. Pero no un email o una carta, sino una historia. No obstante, nunca había escrito ficción ni tenía idea como hacerlo. Me encantaba ensayar, eso estaba claro. En los 11 meses que cumplía mi blog había publicado cerca de 50 ensayos.
A la mina le gustaba escucharme y algunas veces leerme, pero te dije que le aburría mi filosofía. Por otro lado estaba seguro que tenía debilidad por la fantasía sino, nuestra historia, nunca habría comenzado. Así fue como se me ocurrió escribirle un cuento. Mi primer cuento en realidad.
Me comí el gaste de la noche. “¿Qué haces en la computadora?”, me preguntaron. “Escribo un cuento de princesas para Solana”, contesté. Se me recagaron de risa. Pero como siempre, importó muy poco. Además, mientras releía me enganchaba mucho la historia, generando ganas de seguir escribiendo.
Luego de algunas horas lo dejé ahí. En el mismo suspenso que me encontraba yo. Le pedí a Santiago que lo revise y lo guardé. A la mañana siguiente me di cuenta que escribir ficción era muy divertido y debía continuar. Así fue como decidí aventurarme en una historia un poco más larga. Y, para enero 2009, empecé una mini novela titulada “Después partir” dónde incluí una protagonista llamada Sol, obviamente.
Cada tanto solía llamar a mi casa para chequear había escuchado mi mensaje. Nada. Podría haberle escrito a Hotmail, pero prefería ser paciente y esperar a que me recordara. Sabía que tarde o temprano entraría a Gmail.
Volvimos del campo para año nuevo y continuaba sin señales. Me resultó raro. Como la segunda cuenta la había creado yo, trate de loguearme con la clave que le había generado. Simplemente necesitaba saber si al menos había leído el mensaje. Cuando inicié la sesión me di cuenta que no había entrado más. Mis últimos (y únicos) emails estaban todos sin leer.
La última semana de enero nos íbamos los tres a Brasil. Esos días estuvieron bárbaros. Arranque la historia y decidimos agregarle fotografía real. Para el primer capítulo me acuerdo que nos fuimos al Aeropuerto a sacar fotos un viernes de madrugada. De pedo logramos un par porque nos sacaron cagando.
Santiago, el romántico, ya estaba flasheando de nuevo. Pancho enroscado entre lo dura que había sido su separación y un leve romance que se hacía desear. Y yo algo angustiado por el posible fin de mi fantasía y a la vez contento por una realidad teóricamente privilegiada. Como sabrás, suelo interponer lo fantástico a la paz que podría gozar. Odio lo real, siempre termina en desilusión. Será por eso que doy lugar a mi mente para que divague, la única forma que conozco para mantenerme emocionado.
No quiero aburrirte con la locura que padezco. Solo te voy a decir que salvo excepciones las personas me desilusionan mucho. Ya sea por falta de motivación, intereses, exceso de especulación, desconfianza, temores como por invertir el tiempo meramente en perdurar y existir, buscan sentir algo de adrenalina través de la tele, el cine o la lectura, en una serie de historias que no se animan a encarar en la vida real. Mejor te sigo contando, no tiene sentido perder el tiempo ahí.
Solana seguía desaparecida. Ya habían pasado cerca de 20 días sin noticas. No daba más. Plena abstinencia, pensaba en ella todo el tiempo. Y encima cuanto mayor es la ansiedad, menos se concreta. Finalmente entendí que el tema había terminado.
Una noche, dos días antes de irnos a Brasil, suena el teléfono... Miro el identificador de llamadas y aparecía bloqueado. Me agarró esa sensación invasiva en el estómago que dobla en dos. Temía que fuera ella y yo ya me sentía mejor. Estaba distraído y con la cabeza en el viaje.
¿Y quién más? Con su mejor sonrisa volvía a mis oídos. Me puse contento pero brotaba de odio contra mí mismo. No podía dejar pasar el alejamiento sin una explicación. Tampoco quería volver a dar lugar si la historia no avanzaba a otro plano. Seguir alimentando la creatividad de mi mente se estaba convirtiendo en una adicción peligrosa.
Cuando empezamos a conversar algo no estaba bien. Nada claro, pero parecía que realmente se había olvidado de mí. Aunque, por otro lado, si ese hubiera sido el caso, la conversación se hubiera ubicado en un plano más distante, cosa que tampoco ocurrió. Trate de indagar pero su personalidad invasiva seguía impenetrable.
Ahora no recuerdo bien que fue lo que me dio la señal, pero sé que le pregunte: “¿Trataste de hacerte daño de algún modo? A lo que vergonzosamente respondió que sí. Ahora sí entendía menos. ¿¿¿Cómo alguien que siempre se muestra contenta, divertida y juguetona puede padecer dolor tan grave cómo para tratar de matarse???
Según ella, pocos días después de las fiestas se vació un frasco de pastillas y de pedo (o no) la encontró su madre. Terminó internada y bla bla. Eso fue todo lo que le robe. Ahí pensé, “Esta historia es imposible”. No solo porque ella está mal, sino porque durante tres meses logró ocultármelo sin descuidos. Y además pensaba, ¿por qué alguien depresivo o dolorido desearía mantener una conversación con un extraño y ocultar lo que realmente siente? ¿No es acaso el suicidio una forma de llamar la atención?
Conmigo no solo no quería llamar la atención, sino que además ni siquiera quería mostrarse así. Al contrario, alentaba sus aptitudes de seducción. Como si hubiera sido un escape. Muy extraño… Y cuándo se lo conté a los chicos, dijeron exactamente lo que debes estar pensando vos ahora.
Yo también lo pensé. Otra opción era tomármelo más en joda y dejar de volcar mis expectativas en esto. Pero realmente fue imposible. A la media de hora de conversación me enloquecía la cabeza nuevamente. Era demasiado atractiva su forma de ser. Ojalá pudiera hacerte escuchar cómo se expresa y maneja la situación. Fantaseaba con un encuentro que tuviera el mismo grado de sensualidad que regalaba al teléfono.
Para cuándo cortamos esa noche yo estaba anestesiado. Además le mande el cuento, le dije que estaba escribiendo una historia que transcurría en un avión, que la protagonista se llama Sol. O sea, en lugar de mandarla a cargar, la llene de emotividad. Regalado.
También aproveche para decirle que me iba de viaje. Me llamo los días siguientes y me mando mensajes hasta el despegue. Realmente parecía apenada que me fuera. No paro de repetirme que a la vuelta nos encontraríamos, etc., etc.
Santiago ya no la bancaba. Pancho le decía “La cretina”. Y yo era un forro en la parrilla que no tenía idea del asado que se iban a comer de mí. Es tan difícil abandonar una historia que no termina de empezar. Racionalmente entendía que ya estaba perdiendo demasiado el tiempo, pero dada las circunstancias, lo que había pasado y como se estaba comportando, decidí darle una última oportunidad.
Brasil es un capítulo aparte. Hay varias anécdotas para contarte de lo que pasó allá. En cuanto a Solana te puedo decir que para cuando revise emails me había escrito de todo. La verdad que esta vez parecía que se daría. Nos fuimos 10 días, solo tenía que mantenerse y a la vuelta revelaría el misterio.
Ir a revisar emails era todo un ritual. Como los tres “padecíamos” situaciones distintas, cada uno tenía su propia danza para hacerlo. Santiago, obviamente, se aislaba en momentos de descanso para volar hacia el mundo de las palabras, el lenguaje y los significantes. Invertía no menos de dos horas. Si leía era porque podía releer el mismo correo dos o tres veces. Si escribía en cambio, es el tiempo mínimo necesario que le lleva la versión final de dos párrafos de 150 palabras.
Pancho en cambio revisaba y volvía puteando. Le ponía toda la onda pero no encontraba las respuestas esperadas. Igualmente yo creo que le hacía bien. Cuanto menos encontraba en los emails más sólido se tornaba de cara al viaje. Ahora que lo pienso, mira si hubiera sabido que esos serían los últimos días que compartiríamos con nuestro amigo. Pero bueno… esa es otra historia.
El viaje tuvo todo. La conexión con Baires no pasó de ahí. Era difícil tener un momento para los recuerdos porque dormíamos muy poco y estábamos permanentemente juntos. Encima, el hecho de dormir en hostel ni siquiera te regalaba una habitación para un rato de relax. Todo el tiempo era hablar, caminar, recorrer, bondi, auto, playa, aventura, extranjeros y extranjeras, joda, etc.
A la mitad del viaje, desapareció de nuevo. Veníamos de un intercambio de emails bastante fluido hasta que de repente se silenció. Capaz estaba de viaje pero no era excusa. Siempre tiene la compu a mano. Era claro que decidía dejar de hablarme otra vez.
Cuando le conte a los chicos estaba resignado. Me hacía el boludo pero sabía que tenía que tomar una decisión porque ya dejaba de pasarla bien en serio. La desilusión empataba con las expectativas, mientras el partido se daba vuelta. Además, cuantas veces habré dicho que las relaciones no deben construirse bajo esa premisa. Debía actuar en consecuencia.
Por suerte no afecto el viaje. Pero para cuando tocamos Buenos Aires, la historia cambió. No solo para mí, cambió para los tres.