Mandaban una lista con sus nombres, medidas y precio. Eran rubias parisinas, las más y alguna hispana entre números de cinturas diminutas. Las traían drogadas y las distribuían por toda la costa. En un par de horas. Miles de nombres. Números, dinero.
Algunos negocios triunfaron. Los clubs de alterne siempre tenían mercancía y las niñas con los ojos cerrados se removían entre las sabanas. Para cualquiera. Y eran muchos los que entraban y salían de los garitos más conocidos del país.
En las noticias daban exclusivas contando que era una banda que traficaba con droga. Pusieron fotos falsas con mercancía de otro caso. Todo el mundo estaba satisfecho por la eficacia. Y un pastor alemán recibió una medalla como mejor perro antidroga. La policía cobraba miles de dólares cada semana.
Algunos ricos empezaron a mirar el negocio con buen ojo. Se realizaron subastas al alza y se vendieron como mascota niñas de dieciséis años.