Capítulo 17.- Encajonado
– Nene, que tienes que llevar una pizza a la calle Fuentesaúco, espabílate -dijeron desde dentro.
– Yo no os puedo ayudar- susurró David a los niños-, tengo que ir a llevar una pizza, no tengo tiempo para andar buscando soluciones.
Pía le miró fijamente, tenía los ojos color avellana y los rizos pelirrojos le caían por la frente. A David siempre le habían gustado las pelirrojas.
– Por favor, al menos acércanos a la comisaría más cercana, allí nos ayudarán a localizar a mis padres –pió Pía.
– Pero tiaaaaaaaa, ¿como quieres que os acerque?
– En la moto -dijo ella sin inmutarse-, a mí no, pero a mi hermano lo puedes llevar en el cajón….
– Tu estas ralladísima -dijo David-. Pero mal, mal de lo tuyo…
Edu frunció el ceño y tomó la palabra:
– Yo no quepo, además este cajón apesta a queso.
Pia clavó su mirada en él:
– Tienes que ir a la comisaría, Edu, es nuestra única oportunidad, necesitamos ayuda, ¿no lo entiendes? -le habló con dulzura pero con firmeza.
Edu asintió. Miró a David. David miró a Pía. No sabía en que lío se estaba metiendo, pero asintió… Edu entró a la fuerza encima de una pizza de cuatro quesos. David salió pitando a hacer la entrega:
– Ten cuidado con la pizza, ¡no la aplastes!” -le rogó.
Edu no dijo nada, pero su advertencia llegaba tarde… La Vespino pegaba unos botes de miedo, la cabeza le daba contra la parte superior del cajón, olía mal, el pie le quedaba medio fuera y para colmo de males, se meaba vivo…
Cerró los ojos deseando que aquello pasara pronto, como si fuera un mal sueño, de pronto, una voz le sacó de su ensimismamiento:
– ¡Alto! ¡Pare esa moto ahora mismo!
David paró la moto, y se bajó tragando saliva mirando tímidamente al policía que acababa de darles el alto. Edu contuvo la respiración…
Capítulo 18.- Muchos quesos para tan poca moto
– ¿Qué llevas ahí? -le inquirió el agente.
– Una cuatro quesos -respondió el pizzero.
– Pues del cajón asoman dos quesos -ironizó el agente.
Total, que los puso firmes a todos, menos a Edu, que no pudiendo aguantar más, disimuladamente se puso a mear junto a la moto.
– ¡Eh! ¿qué haces? -gritó el agente.
Y Edu se volvió sin haber detenido el chorro que regó el interior del cajón con lo que quedaba allí de la cuatro quesos.
– No se enfade agente -susurró con dulzura Pía al tiempo que pestañeaba con tanta intensidad que le levantó el flequillo al agente. Y empezó a explicarle lo que pasaba.
En esto se oyó un brusco frenazo: eran Violeta López de la Manteca y Jacinto Monteperales.
– ¡Hijoooos! -gritó ella.
– ¡Ojoooo, que casi me pilla! -gritó el agente.
Ante tantas irregularidades, el agente sacó su teléfono:
– Voy a pedir refuerzos, aunque sea a la Guardia Civil; no voy a tener suficiente bolígrafo ni talonario para poner tantas multas -dijo en tono severo.
Sin embargo al ir a coger el teléfono éste sonó; era una llamada de la comisaría.
Mientras tanto, no lejos de allí, Pedro Bareta contemplaba cómo el fuego de su chalet se había extendido al de Jacinto y sin saber por qué, comenzó a recordar el día que conoció a Violeta (Violetita la llamaban entonces y él le cambió el nombre por Tita ya que lo de Viole podía acarrearle algún que otro disgusto).