Capítulo 23.- Un pirómano al descubierto
Pedro seguía sin dar crédito a lo que veía. Mientras que su casa era un montón de escombros ennegrecidos, los bomberos hacían tan eficientemente su trabajo que en pocos minutos sofocaron el fuego del chalet vecino, que tan sólo se había chamuscado en un par de habitaciones de la planta baja.
Decididamente Jacinto era un tío con suerte. Había levantado un imperio económico de la nada, porque empezó vendiendo melones en Tomelloso con su tío el Arrugao y ahora, mira, un negocio floreciente, un deportivo flamante, un incendio que no llegó a ser, y para colmo de males sospechaba que tenía una amante que le mantenía joven e ilusionado. Lo que no sabía era que la causa de sus alegrías sería la causa de las desdichas propias. Por eso Pedro había provocado el incendio en su chalet, para borrar todas las pistas que pudieran relacionarle con el fuego vecino, puesto que ese hubiera sido su verdadero deseo. No contaba con que los niños estuvieran en casa. No obstante, la astucia de los muchachos había solventado el incidente de manera feliz. Ahora tan sólo esperaba que los peritos del seguro no lo relacionaran con este desdichado acontecimiento. Sería terrible verse involucrado en ello y además supondría un descrédito ante toda la comunidad…
Capítulo 24.- El melón, ese gran desconocido
Pero el riesgo de humillación pública merecía la pena. Alguien tenía que pararle los pies a su vecino. Porque Jacinto nunca había jugado limpio. Mejor dicho, nunca había jugado. Lo suyo era una historia de ambición sin par y sin non.
Con las muchas pesetas que de adolescente consiguió haciendo trampas al tute en el asilo de Tomelloso, al grupo de Alzheimer avanzado, a los que les cantaba las cuarenta todas las veces que quería, porque como no se acordaban… compró una finca de secano, más seca que una fábrica de piedra pómez, y gracias a la visión de su tío Paco, el Lince, que era un zahorí ciego, pero con una suerte del carajo, logró extraer agua del subsuelo en tal cantidad (dio de lleno en el acuífero 23) que le permitió convertir el secarral en la primera explotación melonera de España. También tuvo éxito nacional con el eslogan comercial “Melones Jacinto, al comerlos, del placer salto y brinco”.
En su ambición por jugar en las ligas mayores de la economía capitalista, hizo su master en Chicago, donde conoció a Milos Eggs, joven judío, heredero de una fortuna amasada en la venta de rulos para tirabuzones, al que engatusó en varios negocios ruinosos (para Milos) que reportaron a Jacinto una pasta gansa, con la que se alió con Mr. McKarran, propietario de Future Farma Inc. en la OPA hostil que le hicieron al Laboratorio del Dr. Rodríguez.
Llegó a plantearse meterse en política para prevaricar “a tutti plen”, pero hasta él, golfo y corrupto a más no poder, pensó que eso era excesivo. Con los laxantes ya estaba bien para revolverle las tripas a los ciudadanos.