Revista Cine
En una escena clave de Capo: El Escape del Siglo (México, 2016), Don Joaquín “el Capo” (Irineo Álvarez) le explica a su lugarteniente solovino Manuel (¿Salcido?) “el Cochicolo” (Héctor Castelo, encarnando por segunda vez a más o menos el mismo personaje después de El Otro Cochiloco/Samperio/2013) que se escapó de la cárcel del Altiplano porque el gobierno de cierto Presidente engominado (Amando Hernández) faltó a su promesa de no extraditarlo, que quieren mandarlo a Estados Unidos para condenarlo a la pena de muerte y que “los pinches gringos” se quieren quedar con todo el negocio. La perorata la termina “el Capo” con un exabrupto genial, hilarante: “¡Los gringos quieren privatizar el perico!”.Este es el tipo de momentos en el que una película demanda un cine repleto de espectadores echando relajo. Por desgracia, a la función a la que asistí la sala estaba prácticamente sola y mi carcajada se perdió en el vacío.Si la cinta firmada por Axel Uriegas hubiera tenido más escenas de este tipo, Capo: el Escape del Siglo, habría pasado como una de esas cintas que, de tan malas, resultan buenas. Por desgracia, el único momento de humor involuntario es el que anoté, porque el resto está lleno de diálogos inanes y repetitivos –como los del enviado del gobierno americano (Kristoff Raczynski) y el rechoncho secretario de Gobernación (José Sefami), o los del propio “Capo” con su mujer de acento argentino-, con escenas de acción torpemente montadas –esa balacera final, por Dios- y un desenlace torpe y abrupto, aparentemente pensado para dejarnos en ascuas para la secuela que saldrá en algunos meses –se supone que esta es la primera de cinco películas sobre los ires y venires de Joaquín Guzmán Loera, aquí apodado “el Capo”.Ya lo he escrito en otros lugares: la historia del crimen y el narcotráfico en nuestro país –y especialmente en Sinaloa- ha sido muy mal tratada en el cine industrial mexicano. Personajes abundan y las historias sobran, desde los tiempos de “el Gitano” hasta los recientes de Guzmán Loera, pero el cine nacional ha sido incapaz de construir, con eso, un género valioso, en la forma y en el fondo.Veamos: en el fondo, el discurso ideológico de Capo: el Escape del Siglo no es más sofisticado que el de, digamos, Lamberto Quintero (Hernández, 1987), aquella cinta en la que que un Tony Aguilar muy simpático, enamorado y cantarín, encarnaba a un tipo muy derecho y bragado que, con todo y ser narco, tenía tiempo para dictar lecciones de moral. Cual pariente del Lamberto de Aguilar, en la cinta de Uriegas “el Capo” no canta pero, eso sí, dice que ama a México y a su gente, lanza imprecaciones contra los “políticos corruptos” con los que está íntimamente asociado –el secretario de Gobernación está en su nómina- y, faltaba más, odia hasta la muerte a esos “pinches gringos” que se quieren quedar con el negocio de la droga sin la intermediación del sinaloense.En cuanto a la forma, la película es un desastre, aún peor que algunos filmes igual de oportunistas de los años 80, como Operación Mariguana(Arquieta, 1985) –realizado unos meses después del escándalo alrededor del rancho “El Búfalo”, en donde se cultivaban abiertamente toneladas de mariguana- o La Muerte de un Periodista(Crevenna, 1985), sobre el secuestro y asesinato de Enrique Camarena, con Fernando Casanova en el papel de Caro Quintero.Por desgracia, por la evidencia mostrada en Capo: el Escape del Siglo, el cine industrial mexicano, en lo que se refiere a esta narco-temática, no ha mejorado mucho en 30 años. De hecho, en una de esas, ha empeorado.