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Capricho

Publicado el 22 septiembre 2014 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro
Caminaba bordeando la vía, era de noche, muy de noche, casi ya no pensaba del hambre. Miento, sólo pensaba en llegar a casa. Un tipo petiso, de bigote finito andaba a los besos con un morocho. Me paró poniéndome la mano en el pecho.
-¿Tenés fuego flaco?
Se rió y me miró a los ojos. No entendí porque en ese momento tanta sonrisa. Sacó un Virginia Slim, lo prendió mientras el morocho le hacía una “casita” al cigarrillo.
-Comprate un encendedor en serio, estos transparentes son todos berretas.
-Por lo menos tengo.
Cuando me aprestaba a seguir mi paso autómata me agarró de la solapa del saco.
-¿Me permite? Tengo apuro
-No te vayas, tengo que hablar con vos.
-No lo conozco, por favor mi vieja ya está calentando el guiso.
Le hizo una seña al morocho para que se fuera. El morocho obedeció y se marcho con una caminata indescifrable. El petiso se acomodó la ropa y empezó a caminar a mi lado.
- Pablo, haceme caso que esto te interesa.
Su gesto cambió, ya no me canchereaba tanto.
- Si lo hace feliz dígame. No cuente con mi atención, la tengo en otra parte. Usted y lo que pueda decir me importa bastante poco.
A veces me sorprendo con la franqueza con la que puedo decir algo hiriente. Debe ser el hambre permanente de medir un metro noventa que no me deja pensar. El hombrecito no se dejó intimidar y me metió una piña de abajo para arriba, en el mentón, de las que duelen. Lo merecía por maleducado. Cuando iba a contratacar me señaló con el índice.
-Quedate piola. Que me vas a romper la camisa que me la planchó la vieja.
Una vez más largó una carcajada desagradable.
-Sé que tenés hambre, yo tampoco tengo ganas de estar acá. Me tenés que escuchar un minuto. Mi jefe me mandó a que te haga una advertencia. Nada grave pero por una cuestión de contrato lo tenés que saber. Toda tu vida va a estar signada por decisiones caprichosas, no vas a tener certeza alguna de ahora en adelante. Saliste sorteado flaco, lo bueno, si se puede decir que es bueno es que zafás del infierno.
Me paré y lo toqué a ver si era de verdad.
-Sacá la mano puto.
Se rió una vez más. Y prendió otro virginia slim con un Zippo impresionante que lo prendió fuego casi hasta la mitad.
- ¿Quién carajo sos? Me estás jodiendo.
-Soy Nephilim, laburo para el Diablo. Me dicen Tato. No te estoy jodiendo, bueno un poco sí, pero con lo del capricho no. Te explico rápido porque si entramos en detalles leguleyos no terminamos más. Hay acuerdos bilaterales entre el cielo y el infierno. Relaciones institucionales, arreglos. Ahí entrás vos, por intrascendente. A los que no cortan ni pinchan los meten en un bolillero. Si salen se decide que les pase lo que te pasó a vos. Si se quedan van al infierno hagan lo que hagan. A todos hay que notificarlos como Dios manda. Ahora vení y firmá acá que el morocho ese me dejó caliente.
- No te firmo una mierda.
-Dale loco soy un laburante como vos no me compliques la vida. Vos firmás, te quedás calladito bancándola hasta que te toque irte y te vas al cielo a pasarla como un bacán.
Le firmé para que se vaya y me fuí a mi casa. Todavía un poco confundido, comí callado, me costó dormirme.
Al otro día arranqué como si nada. Tal vez fue la sugestión  pero comencé a ver capricho por todos lados. El tipo del colectivo no me quiso frenar aunque no estaba lleno. Mi porción de comida era más chica que la de mis compañeros. El tren llegó cuando me prendí el pucho. Cosas menores pero que comenzaron el proceso persecutorio dentro de mi cabeza. Desde ahí cada cosa que me pasaba se la atribuía al capricho al que estaba condenado. Fui a un psicólogo, a un psiquiatra, a un grupo de meditación, a un exorcista y a una bruja. Logré calmarme, las pastillas son mágicas. Me había olvidado del capricho y hasta conocí a Sol.
Sol sufría de ataques de pánico. Era castaña y tenía aparatos porque estaba de moda. Compartíamos las charlas sobre pastillas, dormíamos separados. Hablábamos de cosas, nos sentíamos cómodos con nuestros silencios y nuestros cuerpos. Conocíamos pequeños secretos del otro. Al poco tiempo nos mudamos juntos y tuvimos hijos,dos, Martina y Mariano.
Vivimos felices hasta que un día, siempre que aparece el hasta que un día pasa algo que los lectores esperan o se ven venir , se desilusionan y putean por el tiempo perdido. Bueno, hasta que un día Sol me despertó con un papel.
-Gordo, tenés que firmar acá. Lo retrasé todo lo que pude pero me lo están pidiendo de administración. Iniciales acá, acá y acá.
- De qué estás hablando.
- Ah yo pensé que sabías. Disculpá. Me manda Jesús, el de barbita y pelo largo, el más famoso. Me manda con los intracendentes que salen del bolillero para que algún capricho los haga feliz. Yo vendría a ser como un capricho de él. Cada diez años tengo que renovar contrato y tiene que constar que sos feliz. Esto te lo tendría que haber dicho Nephilim.¿No lees lo que firmás? Ves que yo digo que sos un boludo, pasó lo mismo con la garantía extendida de la cocina.
-Entonces qué me vas a hacer. Me vas a dejar porque sí, les vas a hacer algo a Marian y a Marti. Me vas a pegar un tiro.
-Tranqui gordito. No te puedo decir, vas a tener que vivir con la incertidumbre, está en el contrato.
Firmé. Después de unos años me dijo que no leí la parte en la que ella se podía acostar con quien quisiera adelante mío, ni leí el inciso b donde se especificaba que después de un tiempo ella podría no querer tener sexo conmigo de formas no convencionales. Los caprichos de la vida siguieron apareciendo, uno se acostumbra, no fuí ni más feliz ni más infeliz que los demás, solo que no tenía explicaciones. Eso me tiene sin cuidado, hasta lo acepto, creo en lo que me hizo firmar Nephilim porque estoy acá en el cielo, después de morir de un corchazo de sidra la sien, sidra que ni destapé yo sino que fue un tipo de la otra cuadra. Lo unico que aún hoy me pregunto,y que me carcome el cerebro celestial es si de verdad a Sol la mandaba Jesús o si la muy guacha se había encamado con mi psicólogo.

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