Después de meterles el dedo en el ojo de The Ultimates y All Star Superman, cojo arrestos y me adentro en la tercera pata del sancta sanctorum. Arrastrado por la inevitable fuerza de la publicidad me he tragado Kick-Ass, el comic, y he visto la película. ¿No quieres caldo? Toma dos tazas. La historia guionizada por Mark Millar, famoso por sus burradas en The Authority, y correctamente dibujada por John Romita Jr. con un estilo reminiscente de Frank Miller, es como un sketch de los Morancos. Ambos autores, como el dúo de humoristas (?), conocen bien a su público, en este caso el pijamero, y saben perfectamente cómo venderles un producto. La audiencia a la que están destinados los gags de los Morancos se reconocen en ellos y se ríen con ellos, pero no se dan cuenta de que en realidad se están riendo de sí mismos. Les gusta lo que ven porque se sienten identificados, pero a la hora de reirse no caen en que esas exageraciones no son más que ridiculizaciones de sus propias vidas. Kick-Ass se burla del chavalito que se lleva su ración de grapas cada semana, ridiculiza sus frikadas y consigue resultar humorístico meramente mostrando unas conversaciones penosas y unas vidas patéticas. Como hacen los Morancos. Y como Millar y Romita conocen tan bien a su público, necesitan que a partir de un momento Kick-Ass deje de ser un comic con visos de verosimilitud para convertirse en un desparrame de sesos y sangre, con una niña experta en el manejo de la katana a la que no le duelen prendas a la hora de rebanar a quien se le ponga por delante.


La adaptación cinematográfica es harina de otro costal, aunque se le podrían aplicar la mayoría de los calificativos que he empleado para el comic original. Destinada al mismo público y con resultados similares, discurre por otros derroteros. Empieza siguiendo a Millar y Romita al pie de la letra, y se va desviando convenientemente. Incluye los pertinentes guiños al comic para que se note de dónde viene, y hace alguna referencia a la cultura popular, como a Taxi Driver, que seguramente no captarán los niñatos a los que está enfocada y que ahora pueblan las salas de cine esperando ver escenas flipantes mientran rumian palomitas y berrean. El film pretende ser mucho más suave y políticamente correcto, dentro de su brutalidad, que el comic. Así se evitan una calificación para adultos que les haría perder la tajada del público adolescente. Pero también pierde parte de esa mala baba contra su propio público y les devuelve una mirada más amable para con ellos. En ambas maniobras a la industria se le ve el plumero.

Fran G. Lara
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