The Phantom bebe directamente de las aventuras folletinescas de
Fantomas y de héroes de la literatura pulp como
Doc Savage. Un protagonista dentro de la tradición del hijo vengador, como
El Pirata Negro de
Douglas Fairbanks, que influye decisivamente en nuestro
Guerrero del Antifaz. Como
Tarzán, otro justiciero selvático,
The Phantom es el típico joven de origen aristocrático, siempre hay que tener sangre noble, que eso da más elegancia, del que se enamora cada mujer con la que se cruza. Se ve que a las féminas les tira el misterio, y así luego se llevan esas decepciones. En un principio, tras la fachada de un petimetre ocioso y lánguido, el protagonista se iba a enfrentar con hampones a lo
Edward G. Robinson. Pronto
Falk daría con una mitología con la que se llegaría a sentir totalmente fascinado. Hace de
The Phantom el descendiente directo de una larga línea de desfacedores de entuertos que se remonta al siglo XVI, cuando un mercante fue asaltado por los piratas y su capitán asesinado. Su hijo, que lo ha presenciado todo y consigue escapar, jura sobre el cráneo del asesino que combartirá el mal y que todos sus descendientes lo harán. De este modo
Falk mueve las aventuras de su protagonista a una jungla de postal. Un lugar indeterminado entre Asia y África en el más puro estilo colonial y con nativos ingenuos, serviciales y manejables.
Cada generación, enfundada en el mismo disfraz, se va sucediendo, lo que hace que
The Phantom sea visto como un ser inmortal. A su alrededor revolotean mil leyendas que le granjean los sobrenombres de
El Hombre que no Puede Morir y
El Fantasma que Camina. La calavera es un elemento recurrente dentro de todo el serial, desde la cueva que habita el protagonista, hasta el anillo con el que
marca el rostro de los malotes en sus combates. Toda una iconografía que lo convierten en un personaje la mar de molón, con un aura misteriosa de tipo peligroso emparentado con el diablo, de pionera estrella del
rock and roll. El formato de tira favorece el que se sucedan las aventuras frenéticas, aunque, no se engañen, repetitivas, instaladas en un
cliffhanger eterno. Un sinvivir en el que el héroe debe desafiar las situaciones más imposibles con imperturbable chulería. Quien lo vea sin máscara morirá instantáneamente y él, que supuestamente es inmortal, deberá salir siempre indemne de cualquier peripecia. No me digan que no es una papeleta de difícil solución, pero
Falk la resuelve siempre con desparpajo y un poco de cara dura. Eso sí, cuando
The Phantom decide vestirse de paisano para salir a pasear, el convencionalismo del disfraz debajo del sombrerito y la gabardina, como un
Hombre Invisible mezcla de
Clark Kent y
Humphrey Bogart, no deja de ser entre ridículo y entrañable.
En las primeras semanas de la serie, cuando
Falk no tiene aún muy claro lo que quiere hacer y todavía no ha descubierto las posibilidades de un héroe mitológico que ha vivido desde siempre, la protagonista de la tira parece ser
Diana Palmer. Con una visión comercial muy estimable,
Falk y
Moore impregnan las primeras tiras de un alegre sentido de lo que nuestros abuelos llamaban género picante. La que será eterna novia del héroe luce a lo largo de varios días diversos modelitos ligeros de ropa. Pero
Diana no es sólo un reclamo sexy. El primer día aparece enfundándose unos guantes de boxeo y atizándole a su entrenador. Eso sí, en un oportuno
deshabillé. Subsecuentemente, entre trajes de baño,
Diana se destapa (¿lo pillan?) como una chica moderna e independiente, con un caracter determinado y muy capaz de hacer por sí misma cualquier cosa que se proponga. Un torbellino con la figura de una modelo de la época. Con el paso del tiempo
Diana realizará todo tipo de actividades, tanto físicas como intelectuales, pero finalmente, según los argumentos vayan tornándose más conservadores, lo dejará todo para ser la esposa del héroe y convertirse en otra mujer que se quede en casa para cuidar a los niños, curar las heridas del marido y ser oportunamente rescatada de cuando en cuando. Otra renuncia por amor, no me digan que no es bonito.
Mientras
Falk todavía jugaba con la idea de que su protagonista fuese el
alter ego blandito de un niño bien, el personaje de
The Phantom tarda en aparecer en la tira, y cuando lo hace, es de forma muy discreta. Es
Diana la que aporta la carga erótica y de acción, una mujer atractiva y en absoluto pasiva. El espectáculo y el
sex-appeal que complementan el misterio que sugiere el héroe. Esta orientación adulta de la serie se ve reforzada por la temprana aparición de
gangsters sin escrúpulos. Sin embargo con el tiempo los besos serían menos apasionados y la violencia, suavizada. En 1949 se encagaría del dibujo
Wilson McCoy, el que era ayudante hasta entonces de
Moore.
McCoy hizo evolucionar al personaje con su gran sentido narrativo y su estilo gomoso para dar lugar a un protagonista más corpulento. Tras su fallecimiento entraría el dibujo realista de
Sy Barry, con quien muchos identifican al personaje hoy en día. Por el camino quedan comic books, seriales de televisión, un largometraje protagonizado por
Billy Zane y mil proyectos de lo que se ha convertido en una franquicia más. Mal y caóticamente publicado en nuestro país con el nombre de
El Hombre Enmascarado, en Estados Unidos está siendo reeditado por
Hermes Press, quienes prometen una edición limpia y completa. En España, si no lo remedia un milagro, es difícil que lo veamos, no hay público para un clásico así, salido de otra época más inocente.
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