Revista Opinión

Cara de bicicleta y los inventores de enfermedades

Publicado el 03 julio 2016 por Miguel García Vega @in_albis68
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cara-de-bicicleta-3Mandíbula apretada, ojos saltones, rostro demacrado y enrojecido, ojeras. Si la cosa va a mayores: insomnio, dolor de cabeza, infertilidad, tuberculosis y aumento de la libido. Si eres mujer, has aparcado la bici hace un rato y te observas algunos de estos síntomas podrías padecer una enfermedad llamada “Cara de bicicleta”.

Pero no te alarmes, a tu favor tienes que no vives en el siglo XIX y los médicos que la diagnosticaban murieron y se llevaron su sabiduría a la tumba. Aunque, si eres hombre o mujer en el siglo XXI tal vez sí padezcas Síndrome de Sissi, Fobia Social o un puñado de problemas psicológicos que pueden medicarse.

cara de bicicleta
A lo largo de la historia se ha marcado al diferente. En cualquier lugar, cultura o tiempo, sin excepción. Si en siglos pasados se usaba la religión o el pensamiento mágico para decidir que el epiléptico, por ejemplo, era alguien marcado por los dioses (ya sea como elegido o como castigado) a partir del siglo XVIII en Occidente esa función ha sido asumida de forma paulatina por la ciencia. La ciencia, aupada por espectaculares avances que han mejorado de manera incontestable nuestras vidas, se convierte en el nuevo gurú al que se acude para todas las respuestas. Porque seguimos siendo los mismos, lo que queremos creer. “No fue la razón la que mató a los dioses en Grecia, sino la fe en la razón”, que diría Machado. Algo demasiado tentador para quienes pueden servirse de ello como medio de control social o de enriquecimiento.

Cara de bicicleta

La “Bicycle Face” nace en un momento en que la bici, aunque todavía fuera del alcance de las clases más bajas, empezaba a popularizarse. En esos momentos, para los hombres no dejaba de ser un juguete, pero para las mujeres iba a suponer algo más importante. A finales del XIX el feminismo empezó a promover su uso. Una de sus líderes norteamericanas, Susan Anthony, declara en 1896 al New York World: “la bicicleta ha hecho más por la emancipación de la mujer que ninguna otra cosa en el mundo. Le da una sensación de libertad y seguridad en sí misma. Le hace sentir como si fuera independiente”.

Susan B. Anthony
Susan B. Anthony

Efectivamente, la bici les concede una autonomía peligrosa en una época en la que era sospechoso que una mujer fuera sola allá donde quisiera. Además, dicha práctica conduce a abandonar una vestimenta dirigida a su lucimiento de cara a los hombres –corsés, faldas almidonadas, miriñaques– y limitadoras del movimiento (a quienes nunca pensaron que la moda puede tener una ideología detrás, ¡bienvenidxs!) por ropas cómodas y mucho más prácticas.

Así que en 1897, un medico inglés llamado A. Shadwell acuña por primera vez el término en un artículo aparecido en el National Review. Evidentemente no hay ningún estudio científico detrás, solo anécdotas aisladas (una mujer aquejada de un ataque de apendicitis mientras montaba en una bici), observaciones casuales (cara enrojecida por el esfuerzo físico) y recomendaciones para que las mujeres no perdieran los tradicionales encantos de su sexo practicando una actividad tan poco apropiada para ellas.

A partir de ahí esas ideas se extienden entre otros médicos y los sectores más conservadores de la sociedad occidental y se satiriza sobre esas ‘machorras’ (feminazis, todavía no se había inventado) que ponen en peligro su salud y además se visten como hombres. Solo  tres años después, en 1900, un doctor llamado Moebius publicaba un ensayo sobre la inferioridad mental de la mujer. Qué tiempos aquellos.

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Se invocaba la autoridad de un supuesto conocimiento médico en defensa del mantenimiento del orden establecido. Como en el caso, más sangrante, de la drapetomía o “locura del esclavo”, esa desviación psicológica que empujaba a los esclavos negros a huir de las plantaciones. Más detalles aquí.

La historia nos debería enseñar a no repetir los errores, aunque en realidad lo que nos enseña es que fracasa estrepitosamente en dicha función. Cierto es que la distancia nos permite ver mejor el panorama y que cuando estás metido en el problema de lleno y careces de elementos de juicio sólidos es más difícil no dejarse llevar por el consejo del médico, una autoridad difícilmente cuestionable.

Sindrome de Sissi

La emperatriz Sissi
La emperatriz Sissi

Por eso, si en 1998 te diagnostican una nueva enfermedad, el Síndrome de Sissi, dudas ¿y si es cierto?  Dicha enfermedad recibe el nombre de la famosa emperatriz austríaca, supuestamente afectada, y consiste en comportarte de forma muy activa y positiva. Un buen rollo exacerbado para encubrir que en realidad eres depresivo y estás hecho una mierda. No me negarán que no es pura poesía. Nace en Alemania en el mismo año en que se cumple el centenario de la muerte de la emperatriz y su figura se recuerda en diarios y televisiones.  Se llega a decir que en ese país podría haber más de 3 millones de personas afectadas. Más tres millones de alemanes positivos y muy felices tal vez eran sospechosos, quien sabe. Pero todo olía más a marketing que a I+D.

El caso es que la farmacéutica GlaxoSmithKline estaba preparada: justo cuando aparece la nueva enfermedad ellos ya tienen la cura específica, un antidepresivo llamado Seroxat. Un medicamento que parece bastante adictivo.

seroxat
A primera hora de hoy el síndrome de Sissi está desvaneciéndose, como en su día la “cara de bicicleta”. Pero para ser sustituido por otras enfermedades que más que responder a necesidades de control social -que, quizás, también– sirven para vender medicamentos. En el bestseller de Jörg Blech, Los inventores de enfermedades, y otros autores podemos leer más ejemplos.  El campo de la psicología es un terreno fértil para convertir posibles problemas de temperamento en enfermedades medicalizadas que consiguen estimular los índices de ventas de las farmacéuticas.

La fobia social, por ejemplo, que es ponerle un nombre la timidez de toda la vida. O el polémico TDAH, el déficit de atención, antes conocido como ‘joer con este niño, no para quieto’. Este último tiene la virtud de extender los medicamentos a los niños, un mercado con muchas posibilidades de crecimiento del negocio. El objetivo es convertir todas las etapas de la vida –nacimiento, infancia, madurez y vejez– en problemas médicos con su correspondiente pastilla milagrosa. Es una tendencia que va en aumento.

Soy consciente de que es un tema delicado. No pretende ser éste un post anti-médico y, desde el desconocimiento, supongo que hay grados de enfermedad. Es obvio que no es lo mismo la timidez que el autismo y una cosa es aguantar que a tus 70 años te duelan las rodillas y otra que necesites una prótesis para poder caminar. Los avances de la medicina y la química han alargado y mejorado nuestras vidas. Particularmente, quizás por impaciencia –¿síndrome de inquietud?– suelo preferir la solución química. Muchas veces es imprescindible la solución química. Pero sé que vivir a veces cansa y duele y que no hay pastillas para todo.

Porque no todo es culpa de la clase médica y las malvadas farmacéuticas. Hay quienes venden su discurso, pero somos nosotros quienes lo compramos. Nos hemos creído la posibilidad de un bienestar perpetuo y pagamos por ello, por la solución fácil. Buscamos la respuesta a nuestros problemas y necesidades en el lugar menos indicado, los anuncios. Y así nos va.  Si eres tímido y decides que en lugar de pasar muchos malos ratos entrenando con esfuerzo tu vida social una sustancia dopante te proporciona la solución sin trabajo, es tu responsabilidad. Si quieres vivir muchos años sin la incomodidad natural que eso supone, es tu ceguera. La idea de no pasar ni un solo minuto de dolor, incomodidad o tristeza si se tiene a mano una pastilla no nos quita el miedo, nos lo sintetiza en comprimidos de uso diario.

Salgan, monten en bici y acaben con la mandíbula apretada, el rostro enrojecido y un aumento de la libido. Que se les ponga cara de bicicleta. Verán que guapxs están.

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