Carola Chávez.
Una semana en Caracas y mi cabeza llena de imágenes, llena de certezas que no puedo sino intentar escribir por pedacitos.
Allá, en la Plaza Bolívar, la tertulia. “¿Tu viste a fulano, ese que se las tira de chavista? Pues, anda bachaqueando”.
“No joda, vale, bachaquero no es chavista”.
Y allá, en el Café Venezuela, una señora me abraza. “Carola, tú no te acuerdas de mí, pero nos conocimos en el funeral de Chávez”. Y ruedan las lágrimas cachetes abajo. Revolvimos el café con amor, política y memoria en una mesita donde se suman imperfectos desconocidos que nos conocemos de algún modo porque somos parte de esta misma historia.
“Soy colombiana -me cuenta- con 40 años en Venezuela y quiero a este país, no me da pena decirlo, más que a mi Colombia querida. A mí no me van a decir que Ledezma es bueno, yo viví mis domingos de permiso encerrada porque ellos ponían a la policía en la puerta de las urbanizaciones donde trabajábamos limpiando casas para que nos deportaran. Así nos hacían trabajar los domingos…”.
“Si la oposición son los mismos de antes -añade una abuela-. Yo leo mucho mucho y sé la historia, pero no solo por leerla, sino por haberla sufrido”.
“Cuenta la historia, abuela, a los cuatro vientos y que sople hasta los más jóvenes que no la imaginan”.
En el Metro, en la estación de Bellas Artes, una mujer sesentona vocifera furiosa. “Hay que votar por el cambio -grita caminando a la largo de la estación-. Por nuestros hijos, por el futuro, hay que sacar a la mierda. Yo sé lo que digo, yo tengo tres títulos universitarios y no de esa Bolivariana, y esas aldeas de mierda -continúa, educadísima, subiéndose al vagón-. Y hablo varios idiomas, pero ese no es mi mayor orgullo… ¿Saben cuál es mi mayor orgullo? ¡Ser anticomunista! Hay que sacar esta mierda… A ver, levante la mano quien sea chavista… ¿Ven? Nadie… No hay chavismo, el muerto, el podrido canceroso, bien muerto está… Hay que votar por el cambio, por nuestros hijos…”. Y el discurso, como una cinta grabada, otra vez igualito, como lo empecé a escuchar en Bellas Artes se baja en La Hoyada y se sube al otro tren.
“Si esa vieja es tan arrecha, si tiene tantos títulos, ¿qué carajo hace en el Metro hablando pendejadas?”, dijo un muchacho y llegamos a Capitolio muertos de risa.