Revista Cuba

Caramba Simón, tú por aquí

Publicado el 22 octubre 2015 por Yusnaby Pérez @yusnaby
Caramba Simón, tú por aquí

Bruselas, corazón de Europa, una ciudad donde el verde de los parques y el colorido de las flores contrastan con el cielo gris y la llovizna pulverizada que convierten la acción de plancharse el pelo en una de las mil formas de perder el tiempo.

Cualquiera que haya atravesado Aragüita para ir a la UNITEC, haya viajado colgado en un autobús a lo largo de la Intercomunal de Turmero –donde después de una nada agradable caminata se entra a la UBA–, haya sobrevivido a los cráteres de la variante de Bárbula para poder ir a clases en la UC, o simplemente haya tenido que esconderse de los tiroteos en la UCV, podría pensar que al entrar a la sede del Parlamento Europeo en Bruselas se sentiría como cucaracha en baile de gallinas. Y un poco así parecía.

A la ciudadana de un país en el que desde hace tiempo regresar vivo a casa e irse a la cama sin el estómago vacío son considerados logros dignos de una medalla de oro en las olimpiadas de la vida, le impresionaba ver cómo hay un lugar en el que se discute el futuro de millones de personas e incluso se defienden los derechos que sistemáticamente son pisoteados por el régimen cleptocrático que hace años la hizo cruzar el Atlántico sin saber muy bien cuándo iba a volver.

 

Caramba Simón, tú por aquí

Recordó que los tapones de dólares que tienen muchos países de su propio continente no son tan grandes como para ensordecer a la notablemente imperfecta Europa que como vieja señora, lleva a cuestas en forma de canas la experiencia de mucha sangre, sudor y lágrimas.

Mientras iba explorando los recovecos del edificio donde coincidía con muchas caras conocidas y casi en la misma proporción por las que inspiran desprecio o admiración, de pronto tuvo lugar una maravillosa sorpresa.

De repente, en pleno Parlamento Europeo apareció él, así en su imponente significado… Un orgullo infinito subió por mis tacones hasta tropezar con la tristeza en mi pecho. Ambos sin mucho esfuerzo llegaron a mi rostro y se quedaron allí a modo de discreta sonrisa. Sí, una de esas que se sueltan cuando se siente un dolor muy profundo y una dulce voz susurra: “tranquila, esto también pasará”. Algo así como cuando caminando hacia el Coliseo se escucha a un artista callejero entonando “moliendo café”, una mezcla de sentimientos difícil de identificar con una sola palabra.

 

Caramba Simón, tú por aquí

Simón Bolívar estaba allí y para mí el efecto fue el mismo que si me hubiera encontrado a un maestro, a uno de esos amigos de mis padres que pueden regañarme sin problemas. Encontrar al Libertador en Bruselas fue como ver una luz al final del túnel, la confirmación de eso que se mueve por las venas de cualquiera que venga de la tierra donde ha nacido ese gigante de verdad: uno nunca puede sentirse fuera de lugar.  No sé si será lo que algunos llaman esperanza o lo que otros llaman ingenuidad, lo que sí sé es que no hay un rincón del mundo lo suficientemente lejano como para hacerme olvidar de dónde vengo. Porque aunque quisiera, siempre hay algo que retumba dentro, algo tan fuerte que hace imposible hacerse el sordo.

Quien quiera engañarse creyendo que no oye nada, es libre de hacerlo. Yo no quiero, no he querido y nunca voy a querer. Porque espero volver a ver a Simón, pero sentada en un banquito de la Plaza Bolívar de mi ciudad comiéndome un helado de coco sin pensar que no lo voy a contar.

Fotos:

 La Vanguardia.

Gaínza.


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