
Tamara de Lempicka - Adán y Eva (Tomada de tamaradelempickaartemisia.blogspot.com)
¡Hay que ver lo que me quiere mi banco! Me quiere tanto, tanto, que me ha concedido un préstamo; bueno, según su terminología, me lo han “preconcedido”, es decir, que no me han dado el dinero pero está a mi disposición para cuando lo “reclame”. Lo curioso de este caso es que, para este dinero en concreto, ni se me piden avales ni se investiga más mi situación económica (aunque de sobra el banco sepa mejor que yo cómo están mis finanzas, nunca está de más asegurarse de que alguien va a responder ante un posible impago), pero es que tampoco les interesa saber en qué lo voy a invertir y/o derrochar, como si les exijo el montante del préstamo en billetes de 5 euros para convertirlo en confeti para los carnavales. Lo que de verdad me deja intranquilo hasta la más tenebrosa sospecha es que yo, en ningún momento, he pedido ese préstamo, pues ahora mismo ni lo necesito ni espero que me haga falta. ¿De dónde pues tanta generosidad por parte de mi banco?
Estudiemos tranquilamente el asunto: yo debo de ser un buen cliente de mi banco en la medida en que pago mi hipoteca (como la mayoría de ustedes con el interés al que me vi obligado a firmar, que yo no soy nadie -no tengo nada- para negociar un interés mejor para mi bolsillo, como en cambio otros sí pueden) y que el poco dinero que tengo y que consigo ahorrar lo maneja mi banco; por eso me ofrece este préstamo, porque lo más probable -mi historial con el banco así lo indica- es que yo no deje de pagar. Además, como mucho, me prestarían diez mil euros, una gran cifra para mí pero una nimiedad en el caso de esta gran empresa, por lo que un impago que a mí me complicaría especial y horriblemente la vida para ellos es una simple pérdida equilibrada con otros negocios.
¿Qué pretende entonces mi banco apostando ese préstamo a mi capacidad de devolución? ¿Acaso intuye -antes de que yo me lo plantee, lo que lógicamente es imposible- que lo voy a emplear en algún negocio que terminará redundando para bien en mis finanzas y, por extensión, en las de mi banco y, aunque poco parezca importar, en las de mi comunidad? Pues no, porque con diez mil euros difícilmente se emprende algo con futuro, y menos en la actualidad y en las circunstancias que nos han sobrevenido; así que este préstamo debe ser de esos que llaman “al consumo” (como si los demás no lo fueran también) y diez mil euros vienen muy bien para renovar el coche o cambiar de plasma o de portátil, o para gastárselo en caipiriñas en Punta Cana o en Punta Umbría, es decir, para darse un gustazo como anestesia antes de los dolores de devolución más pago de intereses, que ascienden al 10%, punto arriba, punto abajo.
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¡Hay que ver lo que me quiere mi banco! Me quiere tanto, tanto, que me ha concedido un préstamo; bueno, según su terminología, me lo han “preconcedido”, es decir, que no me han dado el dinero pero está a mi disposición para cuando lo “reclame”. Lo curioso de este caso es que, para este dinero en concreto, ni se me piden avales ni se investiga más mi situación económica (aunque de sobra el banco sepa mejor que yo cómo están mis finanzas, nunca está de más asegurarse de que alguien va a responder ante un posible impago), pero es que tampoco les interesa saber en qué lo voy a invertir y/o derrochar, como si les exijo el montante del préstamo en billetes de 5 euros para convertirlo en confeti para los carnavales. Lo que de verdad me deja intranquilo hasta la más tenebrosa sospecha es que yo, en ningún momento, he pedido ese préstamo, pues ahora mismo ni lo necesito ni espero que me haga falta. ¿De dónde pues tanta generosidad por parte de mi banco?
Estudiemos tranquilamente el asunto: yo debo de ser un buen cliente de mi banco en la medida en que pago mi hipoteca (como la mayoría de ustedes con el interés al que me vi obligado a firmar, que yo no soy nadie -no tengo nada- para negociar un interés mejor para mi bolsillo, como en cambio otros sí pueden) y que el poco dinero que tengo y que consigo ahorrar lo maneja mi banco; por eso me ofrece este préstamo, porque lo más probable -mi historial con el banco así lo indica- es que yo no deje de pagar. Además, como mucho, me prestarían diez mil euros, una gran cifra para mí pero una nimiedad en el caso de esta gran empresa, por lo que un impago que a mí me complicaría especial y horriblemente la vida para ellos es una simple pérdida equilibrada con otros negocios.
¿Qué pretende entonces mi banco apostando ese préstamo a mi capacidad de devolución? ¿Acaso intuye -antes de que yo me lo plantee, lo que lógicamente es imposible- que lo voy a emplear en algún negocio que terminará redundando para bien en mis finanzas y, por extensión, en las de mi banco y, aunque poco parezca importar, en las de mi comunidad? Pues no, porque con diez mil euros difícilmente se emprende algo con futuro, y menos en la actualidad y en las circunstancias que nos han sobrevenido; así que este préstamo debe ser de esos que llaman “al consumo” (como si los demás no lo fueran también) y diez mil euros vienen muy bien para renovar el coche o cambiar de plasma o de portátil, o para gastárselo en caipiriñas en Punta Cana o en Punta Umbría, es decir, para darse un gustazo como anestesia antes de los dolores de devolución más pago de intereses, que ascienden al 10%, punto arriba, punto abajo.
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