Meek`s Cutoff no es un western. Nos sitúa en 1845 tras los pasos de una clásica caravana de pioneros (en la que el papel de las mujeres cobra mayor protagonismo que el de los hombres) viajando hacia el oeste para fundar una comunidad. Tenemos un héroe que no puede guiar los sueños del aguerrido grupo porque es incapaz de encontrar el atajo ineludible para superar una montañas. También a un indio desarraigado, tan perdido como el grupo con el que se encuentra fortuitamente en medio del desierto, al que se le transferirá desesperadamente la tarea otorgada inicialmente al héroe tras su fracaso, pese a que nadie de la pequeña comunidad itinerante conoce su idioma. Aun así, debemos dejar a un lado la etiqueta y hablar de Meek`s Cutoff como un formato; de una manera de dirigir aquellas miradas donde se guarda la memoria de un género. Una economía de la atención y el deseo que opera a un nivel individual, y que cabe diferenciar de las narraciones evolutivas que se encargaron de dibujar un horizonte colectivo vinculante. En ellas la forma artística ha quedado silenciada, muda, inhabilitada para trasponer una determinada ideología en una forma narrativa asentada sobre unos códigos y una serie de variaciones temáticas básicas.
Esta ecuación dejó de funcionar cuando todos aquellos que pretendían heredar lo que quedaba del clasicismo entendieron que una ideología debía ser forzosamente política, animados por los diferentes cambios que estaba sufriendo el contexto social en la década de los sesenta, desde donde se alentaba vivamente la diversificación de puntos de vista sobre la administración de la vida. En un panorama cada vez más difuso, los directores comenzaron a tomar atajos hacia la simplificación y las viejas certezas, subvirtiendo la dirección de las operaciones cinematográficas tradicionales. Se trataba de partir de los códigos genéricos que habían delimitado y conformado un imaginario concreto para volver a redefinir unos principios políticos en disolución alícuota. En este cambio de dirección se funda la trascendental diferencia de sentido; la forma perdía todo su potencial expresivo para convertirse en una mera instancia relacional cortocircuitada. Su consecuencia más severa podría denominarse aporía de la semejanza. Las palabras de Kelly Reichardt son lo suficientemente elocuentes para aclarar esta idea. «Una mujer escribió en su diario “Meek no conoce este territorio mejor que yo”. Su historia nos parece moderna: Un líder que conduce a la gente al desierto sin saber lo que está haciendo, cuyas decisiones dependen completamente de una lengua que no habla y que no tiene ningún tipo de respecto por la cultura de los nativos, nos parecía que tenía mucho de actual. Por otra parte, terminamos Meek`s Cutoff cuando fue elegido presidente Barack Obama. Les puse la película a dos colegas y ambos tuvieron la reacción: “¡Ah, ya veo, el indio es Obama!”»[1]
El gesto de Reichardt es un síntoma de nuestro tiempo que puede detectarse fácilmente en aquellas películas que consideramos como menos acertadas. Basta con orientar el rabillo del ojo hacia, por ejemplo, el panorama cinematográfico español de los últimos diez años para constatar la manera en que la Historia más popular se utiliza despreocupadamente para esbozar un presente crítico paralelo que servirá para explicar el presente verdadero, cotidiano, informativo. Se trata de reforzar positivamente al individuo con las certezas que ya conoce. Solapar, engarzando, el plano de lo actual a partir de lo histórico. Convertir en dato todo lo que antes fue arte, o por lo menos mostraba una intención artística. Por ello, todo relato fundacional carece de sentido, y lo que denominamos formato ocupa su lugar para agrupar a individuos rendidos y exhaustos por la plena conciencia de su situación y destino.
En el fondo nos encontramos con el eterno problema del fin de la Historia y su reescritura que ya detectaron nuestros antiguos en los albores de los tiempos del cambio. John Ford está ahí con la caravana de mormones que en Wagon Master (1950) pretende asentarse en un valle del Oeste. América ya ha sido oficialmente colonizada, los caminos hacia la quimera ya no presentan las mismas dificultades que para los pioneros. La aventura ha acabado, pero el camino sigue teniendo la misma longitud. Un año después, el hoy poco recordado William A. Wellman rodó Westward the Women (1951). O Caravana de mujeres en su traducción al castellano. Una película poco citada para hablar de Meek`s Cutoff, aunque guarden evidentes paralelismos. Aquí un grupo de vaqueros esperan en un valle californiano a que llegue la caravana de mujeres que ha partido de Chicago. En ellas, junto con el guía que han enviado a buscarlas, depositan las esperanzas de que la comunidad pueda llegar a perpetuarse en el curso del tiempo. Entre ambas películas una diferencia se muestra tan sutil como sustancial: En la película de Ford el viaje ha sido ideado en el este y sus responsables se embarcan en él sufriendo cada una de sus penalidades hasta que llegan a su destino. En la de Wellman, la idea ha sido gestada en el Oeste por un conjunto de hombres que espera cómodamente la llegada de su futuro y ninguna narración será capaz de hacerles sentir todas las dificultades que esa caravana de mujeres ha sufrido en su aventura.
La gran idea que se esconde detrás del todo el cine americano – y en extensión de gran parte de la cultura norteamericana – es, precisamente, el Movimiento. Con mayúsculas. Porque una nación gigantesca, conformada por grandes espacios, necesitó de un mecanismo capaz de fluidificar la vida a la que ofrece soporte. Es ahí cuando la propia condición del dispositivo adquiere su condición política, aunque en su uso se funde una sutil pero sustancial divergencia. De nuevo Ford y Wellman: en el film del primero el movimiento sirve para alcanzar un destino, mientras que en el del segundo ese destino ya fijado es el que dicta el movimiento.
Kelly Reichardt es totalmente consciente de estas dos maneras de relacionarse con la forma y tiene muy presente que los problemas llegaron cuando al movimiento se le introdujo la variable velocidad. «Y el mundo marcha», es decir, el movimiento propio del cine debía solapar la velocidad de la vida a la de las nuevas ciudades en efervescencia. El destino pasaría a ser entonces el que dictaría el sentido del movimiento, cuyo eco puede escucharse en el cine americano contemporáneo más reflexivo, sobre el movimiento perpetuo de unos personajes que tratan de acceder al ritmo de la vida del que han sido desterrados. Estoy pensado en alguien como Gus Van Sant.
De esta manera puede entenderse que las películas de Reichardt sean una especie de contestación a la tendencia, y que su ejercicio para llevar a cabo su ejercicio de resistencia confiera a cada una de sus películas el carácter de road-movies en pausa, donde los personajes ven detenido irremediablemente el viaje que han emprendido. En Wendy and Lucy (2008) interrumpe el periplo de una chica que pretende emular una odisea beatnik. En Meek`s Cutoff a nuestros pioneros cerca de un paso de montaña. ¿Pero por qué detener sus travesías? Porque deben percibir que cada uno de los atajos que toman en su itinerario no son necesarios puesto que ni tan siquiera existe físicamente un camino que acortar: ¿Por qué robar una lata de comida para perros cuando se dispone dinero para pagarla? ¿Como alcanzar el sueño del Oeste con un guía que no conoce la ruta y además resulta imposible la comunicación con aquel en que se pretende delegar la tarea?¿Cómo llegar hasta Alaska con un coche averiado y sin más ropa de abrigo que unos pantalones cortos y una sudadera?
Lo absurdo del conflicto apunta a ese límite en el que surge una pregunta tan inevitable como sensata: ¿Continuamos o nos damos la vuelta? La puesta en duda no logra diferenciar si la necesidad de movimiento viene dada por un afán de reescritura u obedece a la llamada de una reminiscencia tan lejana como el origen de la cultura que define el contexto que da cabida a toda la obra de la directora. Una pista: después de Old Joy (2006), los personajes de Reichardt siempre deciden continuar hacia delante justo en el momento que la película acaba.
[1] LEQUERET, Élisabeth: “Prisioneras del desierto. Entrevista a Kelly Reichardt”, Cahiers du Cinéma, n.º 49, octubre, 2011.
Ricardo Adalia Martín