Soy de esos tipos raros que no sufren madrugando. Lo confieso "señoría". No es que lo disfrute, pero tampoco lo sufro. Me pasa incluso en vacaciones. Ya de pequeño me levantaba temprano para leer cómics de Tintín. Cuestión de biorritmos, imagino. Pero desde hace siete meses la cosa ha cambiado. Ese inconfesable placer que siento en los amaneceres, se ha convertido en una insufrible tortura. Y la culpa no es del cha-cha-cha. La culpa es de la ducha-cha.
Desde el pasado mes de junio, nuestra comarca sufre graves restricciones de agua. La lluvia nos tiene bastante olvidados por aquí. Y desde la hora de acostarse hasta que la gente empieza a despertarse, ni gota. Aunque ha habido semanas en que los cortes superaron las 12 horas diarias. No entro en las decisiones u omisiones que nos han llevado hasta aquí. Mejor no. Pero lo cierto es que allá tú si te toca madrugar. Como a mí, a las seis de la mañana. En ese caso "apáñatelas" como buenamente puedas. O cambias de costumbre y te duchas en la tarde-noche anterior, o si llegas tarde a casa, sudas mucho durmiendo o simplemente te ayuda a espabilarte la ducha mañanera, tendrás que iniciarte en esa liturgia diaria que yo ya llevo casi 8 meses practicando.
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Todo empieza la tarde del día anterior. Lleno el cubo blanco con unos 5-6 litros de agua para el inodoro. Por si acaso. Lleno el cubo negro con otros 5-6 litros de agua para la ducha. Lleno una botellita en el lavabo para las manos y los dientes. Y lleno el hervidor de agua con 1,8 litros que hervirán muy tempranito para unirse al agua fría del cubo negro y proporcionarme justo la temperatura adecuada para que, "cacito a cacito", cada mañana disfrute de una frugal ducha. Nada de empachos mañaneros. Apenas 7-8 litros de agua para estar limpito, pelo incluido. No muy placentero realmente. Y desde septiembre-octubre, la "rasquilla" tempranera provocando algún que otro tirite, la verdad. Por eso el placer de madrugar ya no lo es tanto, con estas cortapisas en el aseo.Sin embargo el jueves pasado sucedió un milagro. No, no exagero. A esas horas también suceden milagros, si estás dispuesto a prestar atención. Bajaba yo las escaleras pletórico de legañas y bostezos, dispuesto a activar mi querido hervidor de agua cuando, como cada mañana, probé suerte, por si caía alguna gota del grifo. Aún no sé por qué lo sigo intentando tras tantas negativas diarias de mi querido grifo. Cuestión de costumbre, imagino. Pero, ¡bingo! Ese jueves estaba destinado a ser memorable. Aún no sé qué sucedió. Y poco importa, la verdad. Quizás el operario que tenía que abrir el agua esa mañana tuvo que hacerlo antes. O quizás el que la cortaba por la noche, se quedó dormido y no lo hizo. Pero ese jueves ¡caía agua del grifo a las 6 de la mañana! La liturgia del hervidor, del cubo blanco, del cubo negro, de los cacitos, y de la botellita del lavabo se podían ir a "hacer gárgaras" ese jueves. Esa mañana tocaba una "señora ducha". "Como Dios manda".
Me metí debajo de aquel maravilloso caudal de agua caliente, y juro que me reí a carcajadas. Sí, a las 6 de la mañana uno puede reírse a carcajadas. En realidad cualquier hora del día es buena para reírse a carcajadas. Y viendo por qué me reía, inmediatamente pensé que no hay motivos especiales para reírse a carcajadas. O que todo, absolutamente todo, es un motivo para ello. Quizás tan sólo vivir. Quizás simplemente ser consciente de la suerte que tienes. Quizás darte cuenta de que es un auténtico privilegio ducharte cada mañana, aunque sea con cubo y cacito. Y que si te ducharas a otra hora, tendrías agua caliente y en abundancia a tu disposición, como millones de personas no tienen.
También pensé esa mañana (porque las 6 de la mañana, por si alguien se anima, es la mejor hora para pensar) que en el fondo me reía a carcajadas porque algo cotidiano que damos por sentado, se había ausentado de mi vida durante meses, y por un día volvía a recuperarlo. ¿Cuántas cosas que tenemos a diario dejamos de apreciar porque pensamos que siempre estarán ahí, que nunca nos van a faltar, y que casi es obligatorio tenerlas o un derecho intrínseco a nuestra existencia? Y si hablo de cosas o momentos, ¿para qué decir de las personas? ¿Somos conscientes de que ese padre, esa madre, ese hijo o hija, ese marido o mujer que adoramos, y que damos casi por sentado cada día, puede que un día no esté? ¿Qué daríamos cuando ya no esté por volver a estar con esa persona, aunque fuesen 10 minutos de un jueves cualquiera? ¿No reiríamos a carcajadas pensando lo tontos que fuimos de no reírnos a carcajadas cada instante que estuvo con nosotros?
Yo lo dejo ahí. Que cada uno se duche cuando quiera, pueda y le dejen. Pero sobre todo, que cada uno sea consciente de que la vida es eterna, pero sólo mientras dura. Y que hasta la ducha que nos acompaña a diario, puede faltarnos para recordarnos lo afortunados que somos. Por eso ríete a carcajadas todo lo que puedas. Ríete de puro agradecimiento por vivir, y por todo y todas las personas que puedes disfrutar en esta vida.
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