Sitio de Carcassonne (1355). Llegó tarde...
Ya era de noche y no llevaba farol, pero el brillo refulgente de las llamas de la ciudad penetraba en la iglesia y proporcionaba luz suficiente para ver las losas de piedra de la profunda cripta, en la que el hombre golpeaba el suelo con una palanca de hierro.
Estaba arremetiendo contra una piedra grabada con un blasón que mostraba una copa rodeada por un cinturón con hebilla en el que ponía Calix Meus Inebrians.
Unos rayos de sol tallados en el granito daban la impresión de que la copa irradiaba luz. El grabado y la inscripción estaban desgastados por el tiempo y el hombre no les había prestado mucha atención, aunque sí advirtió los gritos provenientes de los callejones que rodeaban a la iglesia.
Era una noche de fuego y sufrimiento, y se oían tantos gritos que ahogaban el ruido que él hacía al golpear el borde de la losa para desprender un poco la piedra y abrir un pequeño espacio por el que meter la larga palanca. Clavó la pvara de hierro en el suelo y se quedó inmóvil al escuchar unas risas y pasos arriba en la iglesia.
Se escondió detrás de un arco y, al cabo de un instante, dos hombres bajaron a la cripta. Llevaban una antorcha encendida que iluminó el largo espacio abovedado, mostrando que allí no había ningún botín fácil. El altar de la cripta era de piedra común y corriente, la única decoración era una cruz de madera y ni siquiera había un candelabro.
Uno de los hombres dijo algo en un idioma extraño, el otro se rio y volvieron a subir los dos a la nave, donde las llamas de las calles iluminaban las paredes pintadas y los altares profanados.
Fuente:
- "1356. Autor: Bernard Cornwell".
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