Hugo Chávez estaba gravemente enfermo y Juan Carlos Monedero escribía a finales de 2011 en el diario Público: “He amanecido con un Orinoco triste paseándose por mis ojos y no se me quita. Aguanta para ayudarnos a quitarnos este miedo de la soledad de cien años. Aguanta Presidente”.
Recordaba la elegía “Dies Irae” de Eduardo Haro-Técglen describiendo el traslado del cadáver del fundador de la Falange, José Antonio, al Valle de los Caídos.
Entre voces de bronce de las campanas del Escorial y otras metáforas relamidas decía quien después sería comunista: “Hasta el sol y el paisaje han cubierto su inmutable indiferencia con el velo gris de la lluvia y la niebla, y cae sobre la ciudad —lacrima coeli— una llovizna fina y gris”.
Fascistas y comunistas tuvieron excelentes poetas, por poner entre los primeros al surrealista Giménez Caballero y entre los segundos a Rafael Alberti.
Pero sus herederos, chavistas y podemitas, no han dado ni uno notable, aunque los ideólogos de Podemos tienen vocación, como vuelve a demostrarlo Monedero, provocador de emociones: “Una de las cosas hermosas que hemos logrado es que la gente vuelva a llorar en los mítines”.
Deberíamos llorar cuando el masculino Iglesias Turrión escribe que “La gente nos empujó y la belleza de David resistiendo a Goliat se abrió paso”. “A nosotros nos brillan los ojos cuando hablamos de ciertas cosas. Nuestros adversarios no soportan esa belleza. No soportan que nos emocionemos”.
Joseantoniano y sentimentaloide, resume: “No soportan que nuestras sonrisas, nuestros besos y nuestros abrazos sean de verdad”, “y no quiere acabar con un saludo, sino diciéndoos que os quiero”. Un calco del Cara al sol con la camisa nueva, compañeros que hacen guardia en los luceros, etcétera, camarada Monedero de Técglen.
Deberíamos llorar, sí, de risa.
Qué pena que haya desaparecido “La Codorniz” con su Cárcel de Papel en la que Evaristo Acevedo encerraba a los cursis crueles del régimen.
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SALAS