Revista Cultura y Ocio

Cárcel - Emmy Hennings

Publicado el 05 octubre 2020 por Elpajaroverde
«Ante el tribunal debería haber asegurado que soy inocente. Hubiese sido tan arrogante como si hubiese asegurado que soy culpable, pues no soy yo sola la culpable. ¿No debería haber sido llamado a declarar también mi acusador? Sin embargo, mi acusador no acudió. Se disculpó, no tenía tiempo. Envió a un representante. ¿Pero cómo puede dejarse representar si se siente damnificado, violentado u ofendido? No logro entender tal dislate. ¿Y en qué tribunal puedo quejarme del dislate de otro tribunal? ¿Quién me puede considerar irritante cuando se portan de modo tan irritante conmigo? Se toman la molestia de entretenerse tres cuartos de año conmigo y mi acusador puede permitirse el lujo de irse de paseo. Por qué no se le condena por haberse relacionado conmigo. La parcialidad es inquietante. Se debería castigar a la seductora y al seducido: la oportunidad y el ladrón. Si yo me dedicase a estos vanos asuntos de castigar a los pecadores e imponerles penas, hubiese sido más concienzuda al elaborar las leyes. Se toma a la criatura más indefensa, una muchacha de la calle. Si está prohibido dejarse pagar horas de amor, debe prohibirse pagar horas de amor. Pero la experiencia enseña que las personas no pueden vivir sin horas de amor. Así que habría que organizar el amor de otro modo. Aunque, «amor organizado» suena ridículo. A pesar de todo, no hay manera de escapar de ello. El tribunal está compuesto de hombres, y exige un esfuerzo menor castigar al sexo débil que obligar a rendir cuentas a los hombres que quieren mantener en secreto sus más poderosas inclinaciones. Me gustaría que los hombres víctimas pudieran ver alguna vez los despreciados y sonrientes rostros de las que los sedujeron, que, charlando en voz baja en el corredor de la penitenciaria, exponen los secretos de sus acusadores. En el patio de la prisión preventiva vi la sonriente superioridad de los rostros de las mujeres y muchachas que hacen las calles; de las muchachas que vencen y son suficientemente gallardas como para declararse vencidas. Tamaña amabilidad parece ser peligrosa, pues se la encierra entre sólidos muros».
Entre sólidos muros también se encerró a Emmy Hennings; entre esos sólidos muros de los que la escritora y cabaretera escribirá que cuando los palpa estando en el patio de la prisión, «elevando la mirada, advierto que nos encontramos en una gran caja que, por suerte, no tiene tapadera. Se ve el cielo, y éste es mucho más alto que los muros. El pequeño recuadro del cielo lo he observado con detenimiento. El cielo es suave. El cielo es infinito. Sí, eso creo. Del cielo sé que es indulgente y mucho más extenso que el recuadro que nos ha correspondido en este patio».

Cárcel - Emmy HenningsEl fragmento con el que abro esta entrada es probablemente el único de este libro en el que su autora hace referencia a la causa de su presidio. De él se desprende que su privación de libertad está relacionada con el ejercicio de la prostitución. En la nota editorial del libro se habla del robo a un cliente pero no se conceden más detalles. Tampoco importa. No es objeto de esta reseña juzgar. La propia Hennings probablemente ni se juzgara ni se considerara a sí misma culpable. O tal vez sí pero a la vez también se sintiera una víctima. Víctima de la situación de la época y del sistema como también víctimas eran sus compañeras entre los sólidos muros (y no solo sus «hermanas de las calles», como las nombra en su poema En el hospital, que como ella ejercían el amor). A la artista no deja de inquietarle del resto de presidiarias «que todas parezcan tan desilusionadas y engañadas... todas, sin excepción».
«En esta casa he pensado mucho en ello, sobre lo que es culpa e inocencia. Si se empieza a pensar en ello, se deja de ser inocente. Una consciente inocencia, ¿la hay? Quién sabe si hay una consciente inocencia. ¿Y qué es expiación? Lo sucedido no puede ser ya deshecho.
Y pienso para mí: debe de haber una obligación ante las personas, la de creer en ellas como se cree en uno mismo. Se nos debería dar a nosotros los encarcelados la oportunidad de hacer algo bueno. Y honor, confiando en nosotros. Pero esa obligación, tan evidente que no necesita ser mencionada, ¿quién la practica aún? ¿cómo llegó al mundo la palabra culpa? Perdimos lo natural. ¿Podré volver a encontrar mi inocencia? Todos los demás deberían poseerla también».
 
«La justicia. Yo la llamo el amor frío. El amor que se apasiona es egoísta y toma partido. Sin embargo, el amor que llega desde las alturas, el amor justo, es frío. Lleva en sí la ira divina, puede matar. Amor a la justicia, ¡alcánzame!»
Emmy Hennings (1885-1948) fue una actriz de cabaret alemana y una escritora de poesía y de narrativa autobiográfica que cayó en el olvido conocida principalmente por fundar junto a su marido Hugo Ball el Cabaret Voltaire con el que se originó el movimiento Dadá en Zurich. La novela autobiográfica Cárcel es una de sus obras más célebres y en ella narra sus dos experiencias en prisión, ambas de cuatro semanas: la primera de ellas en prisión preventiva por riesgo de fuga y la segunda ya condenada.
El riesgo de fuga es motivado por la propia actriz. Tiene previsto un viaje a París e ingenuamente envía una carta al juzgado inquiriendo si el juicio que tiene pendiente podría celebrarse en los próximos días o bien aplazarse hasta su regreso. La única respuesta que obtiene a su solicitud es su ingreso en prisión, el cual se lleva a cabo de una manera un tanto sibilina.
La angustia de Hennings en las primeras páginas de esta novela es palpable. Esta se ve acrecentada por el secreto con el que la escritora guarda su situación y sus sentimientos al respecto. Llega a escribir: «Tendría que justificarme...Desde el principio... ¿Pero quién pregunta por mí? Si alguien preguntase por mí... ¡Oh, el interés! Confesaría todo. Pero el miedo a no ser entendida me mantiene en silencio».
Asimismo sorprende muy agradablemente la belleza de las imágenes creadas por sus palabras fruto de su mirada poética, como ese pararse a observar, cuando con prisa es conducida a comisaría, el verdor de los árboles, el cielo claro y luminoso, el día soleado y de tiempo primaveral, un día mucho más propicio en su opinión para amar que para ser detenida.
Emmy Hennings es una de esas escritoras a las que amo por tan solo una frase, un párrafo o un fragmento, y su novela autobiográfica Cárcel es uno de esos libros que me compensa leer por tan solo una frase, un párrafo o un fragmento. Afortunadamente para mí, son muchas más de una esas frases, párrafos o fragmentos los que me regala la autora y con los que me encuentro en este libro.
«Se cierra la puerta de la celda, y me quedo sola. Busco ávida algún objeto colorido, algún desorden que me estimule. Pero todo es embarazosamente limpio y gris. Por desgracia, constato demasiado rápido dicha corrección. Me siento sobre la fregada tabla que sirve como silla.El lugar dispuesto para dormir, un camastro de hierro, está plegado hacia arriba, inaccesible. Intento espiar por la pequeña mirilla, pero está tapada por fuera. Observo fijamente un pequeño agujero negro, una nada, continúo observándolo fijamente y pienso: con el tiempo voy a obligar a esa nada negra a tener vida. Cada vez con mayor seguridad y claridad emergerá un pequeño mundo, la pequeña mirilla negra se coloreará y se adornará de un lazo y se transformará en un Panorama. A través de la mirilla disfrutaré, me tranquilizaré, me repondré. Soñaré un nuevo mundo para mí: es posible. Quizá abandone esta casa con el cuerpo y el alma curados; pero la mirilla no debe perder su poder de atracción. ¿Me hipnotiza esa mirilla o me hipnotizo yo misma? Las cosas muertas tienen ojos que quizá sean más misericordiosos, fieles, que los vivos».

Cárcel - Emmy Hennings

Fotografía tomada del apéndice gráfico de Cárcel

Antes de comenzar esta lectura no puedo evitar acordarme de la Insumisa Yevguenia Yarovslávskaia-Markón, no en vano la rusa también narra su experiencia encarcelada aunque con un final mucho más fatal y también con (en mi opinión) un menor valor literario. Sin embargo, al adentrarme en la lectura e ir conociendo a Emmy Hennings, mis pensamientos la acercan a la Katherine Mansfield de su Diario, a mi vagabunda favorita Hayashi Fumiko e incluso a mi idolatrada y para mí incomparable e inalcanzable Marina Tsvietáieva. Cárcel me sabe a diario y su autora comparte con las mujeres que he citado la potente imaginería de sus frases y el que su obra sea una extensión de su vida. Como todas ellas, la alemana es fuerte y vulnerable a la vez y posee un punto de rebeldía y de resistencia.

«Si permanezco tranquila en esta jaula, es que me he traicionado a mí misma. Eso es lo peor que puedo imaginarme. No me puedo calmar. No puedo decepcionarme, defraudarme a mí misma. No puedo defraudarme. No puedo caer en el conformismo. No puedo convencerme de que esta cárcel ha sido un regalo navideño. Si comienzo con el engaño, mostraré capacidad para el embuste, el presidio será paraíso».
Hennings llega a sentirse enferma por la falta de libertad y la soledad. La compañía de otras presas es para ella un revulsivo. Escribe: «Estoy feliz y me traspasa profundamente: nunca podré ser completamente infeliz. No puedo desesperarme. Nunca podré hundirme por completo mientras vea a otra persona».
La camaradería, junto con el valor de la libertad, la visibilización de las personas que son privadas de ella y cierto poso de injusticia, es el pilar del testimonio de Emmy Hennings. Me conmueve especialmente una escena. Es el día de Navidad. Ha dejado de escucharse el sonido de las campanas más allá de los muros de la prisión. Emmy se sorprende escuchando su propio sollozo. Pero de repente a sus oídos llega otro sonido, un golpeteo que reconoce de inmediato. Es el saludo, la señal de amistad que aprendió en la prisión preventiva a la que rápidamente responde. «Cada vez lo hacemos más deprisa, golpeamos a la vez. Sé exactamente dónde están sus manos. Mis manos están también allí. Nos separa la pared, y a la vez no lo hace. Es el redoblar de tambores de la camaradería. Es entendido por todos los encarcelados».
No considero que hago spoiler si os cuento que este libro termina cuando su autora recobra definitivamente su libertad y puede por tanto regresar a lo que ella considera su casa.
«No he pensado en el camino. No sé adónde iré. Pero a casa conducen todos los caminos que una emprende voluntariamente».
Junto con esta novela autobiográfica se incluye en este volumen, además de un apéndice fotográfico, una antología poética de la autora que la editorial el paseo ha titulado Estrofas de éter en honor al título sugerido por Hennings para su primer libro publicado, el poemario que finalmente recibió por título La última alegría. Con el poema recogido en dicha antología titulado Cárcel y una última cita de la novela homónima me despido.
En el sur el agua susurra como seda,
Vivimos en estrechas celdas,
A través de los barrotes penetra en pequeñas olas
La añoranza por el lejano brezal.
Mi pañuelo tiene la costura roja,
Con un campo verde en el centro
Y arriba y abajo seis pequeños pasos.
Mi pañuelo. Mi árbol verde.
 
«-No nos olviden ustedes -es la petición de todas las encarceladas para aquellos que viven en libertad».

Cárcel - Emmy Hennings

Fotografía tomada del apéndice gráfico de Cárcel


Ficha del libro:Título: CárcelAutora: Emmy HenningsTraductor: Fernando González ViñasEditorial: el paseoAño de publicación: 2018Nº de páginas: 192ISBN: 978-84-947404-9-7
Si te ha gustado...¿Compartes?      ↓

Volver a la Portada de Logo Paperblog