Revista Cultura y Ocio
Carina Sedevich (7): La violencia de los nombres (y c):
Publicado el 28 octubre 2014 por David David GonzálezLa noche se pega a mí.
Teme
flotar y empequeñecer.
Ovulo.
Restos dulcísimos.
Lo otro camina.
Hace andar las ciudadeslos crímenesla Web.
Quizás ya he vividoy sólo restaescribir.
Activar lo herido.
¿Cómo era tu vida con respecto a la poesía por la época de La violencia de los nombres?, le pregunto a vuelta de correo a nuestra poeta.
Por esa época trabajaba, estudiaba y criaba a mi hijo, que cursaba la escuela primaria. Tuve varios trabajos como secretaria: en un estudio contable, un estudio jurídico, una academia de inglés y hasta en una fábrica de chocolate. Vivía lejos del centro y no había muchas opciones de transporte, así que salía de mi casa muy temprano y no volvía hasta muy tarde por la noche. Me pasaba el día boyando de un lugar a otro. Mi hijo iba al colegio por la tarde. Después de mediodía, cuando lo dejaba en clases, disponía de un par de horas antes de volver al trabajo o a la universidad. Entonces me encaminaba a una de las dos bibliotecas de la ciudad. A una en la que sospechaba que, tal vez por los años 60 o 70, había estado a cargo de alguien que sabía de literatura y que gustaba de la poesía. Había poesía de todos los tiempos y lugares.
A la siesta, en la biblioteca del pueblo, estábamos el loco de la bicicleta y yo. Él era un hombre joven, que andaba muy barbudo, con unas botas eternamente embarradas. Parecía vivir en la calle. Alguna vez me dijeron que había sido militar y se había deschavetado no se sabía bien por qué. Se instalaba siempre en la misma mesa y leía todos los diarios del día. De vez en cuando carraspeaba fuerte. Sabíamos cuando llegaba porque se escuchaban sus botas pesadas subiendo la escalera. Yo, por mi parte, también tenía mi mesa. Las primeras veces revisaba el fichero y pedía los libros en el mostrador. Hasta que un día no dieron con el libro que quería y me permitieron pasar a buscarlo. Desde ese entonces tuve a mi alcance, todas las tardes, la colección completa de poesía de la biblioteca, así que me entusiasmé buceando entre los estantes. Sola. Nunca tuve ni busqué ninguna guía: un libro, un autor, me llevaban a otros libros, a otros escritores.
Fue una época que disfruté, aunque andaba siempre tan cansada que terminaba durmiéndome sobre la mesa. Ya había aprendido dónde y cómo sentarme para que la gente que pudiera andar por ahí no lo notara. No recuerdo, en particular, cuáles autores leía. Tengo presente que me encanté con la poesía china, con la rusa. Cuando evoco esos días, me vienen vagamente a la memoria algunas portadas de revistas literarias y de libritos en ediciones baratas y pequeñas. Amé esos libros, ajenos, modestos, olvidados por todos, cubiertos de polvo. Ahora que lo pienso, esos libros eran un poco como el loco de la bicicleta y yo misma.
Recuerdo haberme llevado en préstamo ciertos ejemplares en repetidas ocasiones: por ejemplo un librito de Enrique Molina (poeta surrealista) que tenía unos versos que ha sobrevivido a mi ejercicio cotidiano de ir olvidándolo todo. El poema se llama "Alta marea" y las líneas que atesoro hoy son estas:
todo terminalos viajes y el amornada terminani viajes ni amor ni olvido ni avideztodo despierta nuevamente con la tensión mortal de la bestia que acecha en el sol de su instintotodo vuelve a su crimen como un alma encadenada a su dicha y a sus muertostodo fulgura como un guijarro de Dios sobre la playa.
Y esto ha sido todo por hoy. Volvemos este jueves. A la misma hora. Pero si no has podido leer alguno de los post anteriores sobre Carina Sedevich y su poesía, puedes hacerlo en los siguientes enlaces:
CARINA SEDEVICH 1
CARINA SEDEVICH 2
CARINA SEDEVICH 3
CARINA SEDEVICH 4
CARINA SEDEVICH 5
CARINA SEDEVICH 6