Hay momentos en los que reconozco que tengo poca paciencia y mal carácter. Hoy he vivido uno de esos momentos.
He salido pronto de trabajar, es Viernes, tengo ganas de estar guapa y he decidido entrar en la primera peluquería que he visto a peinarme. Quiero empezar el fin de semana guapa y relajada.
Pues nada, aquí mismo, no había entrado nunca en esta pelu. Y me coge cerca del trabajo, que bien.
- Hola, buenas tardes. ¿Para lavar y peinar? ¿hay un hueco?
- Claro, por supuesto, pase, pase.
Y me pongo el baberito negro característico y viene la muchacha a lavarme el pelo.
- Hola CARIÑO, echa hacia atrás la cabeza por favor.
¡Cariño!
He vuelto la cabeza, aún a riesgo de sufrir una conmoción cervical , a ver si es que la conocía de algo. Soy bastante despistada. Pero no, es la primera vez que la veo. No me conoce de nada.
Y ahí se acabó mi relax.
- CARIÑO, ¿está bien la temperatura del agua?.
- CARIÑO, ¿te pongo suavizante?.
- CARIÑO, pasa por aquí para peinarte.
¿Pero que le he hecho yo a esta mujer?
¿Por qué me quiere tanto?
¿Por quéeeeeee?
Creo que la educación es importante, el buen trato y el respeto. Pero llamar cariño al primero que entra por la puerta me parece demasiado. La verdad. El cariño es algo que lo da el tiempo y regalarlo me parece frívolo e incluso algo incómodo para el que recibe el cariño gratuito.
He salido de la pelu con el pelo electrizado, no sé si por el exceso de amor o por la tensión que he acumulado por no poder estar a la altura.
Soy la bruja avería.
Me voy para casa a ver si puedo arreglar esto.
Ah, gracias por leerme “cariño” y no te rías de la Bruja Avería