Hace apenas unos días volvía a la categoría de la que nunca debió salir un histórico del fútbol español, un grande venido a menos con la ambición que le obliga tener una afición incombustible. Una temporada que a priori se presentaba como una penitencia, ha culminado de la mejor manera posible. Ya desde el descenso la pasada temporada, se planificaba la temporada que acaba de concluir con la idea de que un nuevo ascenso se antojaba casi imposible, una administración concursal que no dejaba mucho margen de maniobra o un presidente en situación convulsa y más que discutido, no eran la mejor manera de afrontar el asalto a primera.
Paralelamente a esta situación, un jugador que no había cumplido el número mínimo de partidos que le exigía su contrato para renovar automáticamente, estaba sin equipo, su idea era clara, quería volver a Coruña. Rechazó varias ofertas, rebajó sus pretensiones económicas e hizo todo lo que estuvo en su mano para conseguirlo, pero el verano avanzaba y su fichaje no se concretaba. Hubo que esperar a la última tarde antes del cierre del mercado, aquella el que llegaba junto a Álex Geijo en un coche descapotable a la ciudad herculina, y aún pendientes del ok de la administración concursal al fichaje de ambos. Y llegó, pero esta sólo autorizaba la incorporación de uno de los dos futbolistas. Tanto nadar para lograr jugar donde quería, y en aquel momento su futuro lo decidía prácticamente una moneda al aire, el entrenador había manifestado su deseo de incorporar a un delantero a toda costa, todo se ponía en contra. Pero el deseo personal de un presidente que prácticamente daba sus últimos coletazos en el cargo, provocó un giro de guión y finalmente el deseo se cumplía. Como la mayoría ya sabríais, hablo de Carlos Marchena.
Se incorporaba a la plantilla, con la temporada ya empezada, a vestir la camiseta que quería enfundarse desde que se le clavó la espinita de no poder ayudar al equipo a salvar la categoría la temporada anterior. Por lo que había luchado para jugar allí, por tierras gallegas ya le consideraban ‘un dos nosos’.
Como era de esperar, el comienzo no fue fácil. Llegó menos rodado que sus compañeros y le costó algunos partidos entrar en el equipo. Cuando por fin se hizo con un hueco en el once, pequeñas lesiones le privaban de la regularidad ansiada. Más adelante, la llegada de Lopo relegó al sevillano a un puesto más secundario. Una temporada difícil, pero el destino le guardaba un momento que jamás olvidará.
Carlos Marchena, independientemente de lo que aporte cómo futbolista, que en A Coruña ha sido mucho y muy bueno, representa algo que me hace amar este deporte, algo que desgraciadamente cada vez es más extraño encontrar. Representa ‘lo vintage’, el fútbol de antes, donde el sentimiento está por encima de lo económico, y esto es algo que no ha pasado desapercibido en Riazor. Se ha ganado a la gente que pide su renovación, deseo que el club no atenderá casi con toda seguridad. Se ha convertido en costumbre en los despachos de Riazor no dar a sus emblemas el trato que merecen, pero eso es otro tema.
El relevo generacional es ya una realidad, Pablo Insua es el futuro, la perla de Abegondo está llamado a ser el jefe de la zaga deportivista durante mucho tiempo, pero no se me ocurre un mejor referente que un campeón del Mundo a su lado.
Curioso será cuando la próxima campaña no esté en la plantilla la persona que anotó el gol que devolvía al club a la élite, a Primera, este es el hecho que antes comentaba y que a buen seguro Marchena jamás olvidará. Como tampoco olvidarán por A Coruña que siempre tendrán un ‘machete’ blanquiazul.