Revista Cultura y Ocio
En 1994 Harold Bloom encendió la polémica con la publicación de su célebre The Western Canon: The Books and School of the Ages (El canon occidental: La escuela y los libros de todas las épocas). El canon reivindicado por el renombrado profesor de Yale fue tildado, entre otras cosas, de «masculino» y «blanco», y suscitó reacciones en contra, tanto de derechas como de izquierdas, tendencias a las que Bloom señaló como responsables de politizar los estudios y la crítica literaria, dejando a un lado la lectura cuidadosa y el análisis centrado en los valores tradicionales de la literatura.A partir de esa fecha, se han sucedido las propuestas de autores, estudiosos y críticos, todos planteando su proyecto de canon. Y, como era de esperar, cada nueva propuesta tenía seguidores y detractores. Pero en todas resultaba evidente la intención de consignar a los imprescindibles, el afán totalizador y la voluntad por integrar el inventario definitivo de las letras universales. Y la cosa marchaba y los lectores apenas nos atrevíamos a sugerir uno o varios títulos, para ampliar el registro.Sin embargo, el 27 de agosto de 2011, en la edición de Babelia, el mexicano Carlos Fuentes se aventuró a pergeñar un canon tan endeble como polémico en el artículo “Estirpe de novelistas”, destinado a presentar/justificar su última elucubración titulada La gran novela latinoamericana, cuya lectura viene a confirmar su debacle intelectual, triste condición de la cual ya había ofrecido adelantos con la publicación de mamarrachos tales como Instinto de Inez, La silla del águila, Todas las familias felices o Adán en Edén –adefesios situados a años luz de La región más transparente, de La muerte de Artemio Cruz o de la magistral Terra nostra– así como en sus lamentables opiniones sobre el golpe de estado en Honduras, avalando las elecciones de noviembre de 2009.La “lista” que se atrevió a ventilar en Babelia como apéndice del texto arriba mencionado, revela a un Fuente senil y atrabiliario, corroído por la envidia malsana, colocando a brillantes medianías –Missana, Fontaine, Franz o Padilla– que se han granjeado su apego a través de una devoción casi lacayuna, por encima de talentos incuestionables como Ricardo Piglia, Sergio Pitol, David Toscana, Rodrigo Rey Rosa, César Aira, Eduardo Halfon, Alan Pauls, Edmundo Paz Soldán o Alberto Fuguet…pero la omisión más lamentable es la de Roberto Bolaño, a quien no incluyó en su texto alegando que: “es mi libro y mi selección. Es como una novela y en ellas están mis preferencias y rechazos, y a Bolaño no lo he leído y no lo puedo incluir”.Para leer el artículo completo de Fuentes hacer click aquí, y además recomendamos echar una ojeada al comentario light del narrador peruano Iván Thays.